Crema de calabaza con queso azul y 1ª Parte del viaje

Lo bueno de viajar en coche es que además de hablar por los codos, aprender geografía, beber agua como cosacos en alcohólicos anónimos, además decía, puedes hacer algo de turismo a la que vas y a la que vuelves, llenar un carro del super con productos típicos de la zona; sí, digo bien, "super", porque los tiempos han cambiado y esos puestos de carretera, tan típicos antes, pues como que ya no quedan y no porque se los haya llevado por delante un coche sin frenos precisamente, sino que tienen pinta de haber sido barridos por los acuerdos con las grandes cadenas tipo Autogrill y demás esperpentos. La cara retorcida de estos viajes -que siempre, cuando menos, nos dejan con alguna mueca de dolor- suele llegar en los momentos más inesperados e inoportunos, léase por ejemplo, el momento de coger un barco... pero no corramos, vamos despacico que el navegador nos ha chivado que el mundo está plagado de radares anti-fitipaldis...

Así, a bote pronto, hemos descubierto que hay casi la misma distancia entre Leoben-Livorno y Barcelona-Almería. Obvio, porque un viaje así debe de planificarse y esas son las primeras cosas que se calculan.  El cálculo que no hicimos y que marcó la gran diferencia -el doble para ser exactos- fue el precio de los peajes. Todas, absolutamente todas las autovía italianas son de pase-usted-por-caja y pese a que en España solo tuvimos la mitad del trayecto de pago, saldamos el doble en suelo patrio. ¡Mecachis! yo que siempre he presumido de las carreteras tan majas y tan baratas que tenemos los españolitos. ¡Y un cuerno, amigo mío! cobramos bien cobra'o la línea discontinua, que lo sepas.

El siguiente gran descubrimiento, fue contemplar la campiña toscana, con esos pueblecitos esparcidos por el monte, tan bucólicos e inspiradores. Todo muy bonito hasta que rota en mil pedacicos me quedé  en el mismísimo momento en que entramos en Florencia y nos buscamos un parking donde dejar el coche hasta arriba de maletas. ¡Arraca! como decían en mi pueblo, 18€ la primera hora y las siguientes a 9€. ¿Tamos tóos locos o nos lo hacemos?  mira, del sofoco -porque además de hacer un calor del ocho, Lucas se disgustó casi tanto como nosotros ya que durante la primera fracción del garaje pensó haber perdido su coche favorito- acudimos a la heladería más cercana a por un cucurucho de rico helado... ¡Arraca! como repiten los de mi pueblo! 3€ una bola... ¡madre mía! pobres padres con familia numerosa. Y ¿una pizza? ¡Arraca, arraca arraca!
De esta guisa, con un par de arracas aún sin digerir y a la que caminábamos entre los turistas haciendo cliki-cliki como posesos a cualquier adoquín o fachada que se pusiera en el objetivo, me dije por lo bajo "sí, sí, clika-clika porque bien caro nos va a salir el retrato que atestigüe que estuvimos en la bella Florenze, la cuna del renacimiento, gran atalaya de los Medici y cruel verdugo de la mastercard". Así que duramos poco y después de un paseo y un puñado de fotos, nos fuimos a Livorno a dar un paseico más, cenar y al ferry. Pero -casi a lo tonto- pensamos cambiar el orden del plan: primero al ferry y después de sacar las tarjetas de embarque, fijo que habría algo cerca para zampar. Ay madre, y nosotros sin saber la que se nos echaba encima.

A todo esto, se nos fue la luz del día. Livorno es una ciudad algo feuca que de noche toma un aspecto bastante siniestro, las cosas como son. Vimos un par de señales claras y concisas que nos indicaban nuestra terminal "Darsena Toscana Ovest". Ok, hasta ahí, bien. A la que saco los billetes para comprobar el terminal, veo que los hermanos Grimaldi, dueños de la naviera, son napolitanos con sede en Palermo. Empiezo a sentir un cosquilleo extraño en el espinazo; "cachis, Maite, tanta tele te ha desarrollado muy molto el instinto peliculero. Ea, a buscar la dársena... por aquí... no, por allí... ¡ups! aquí no es... pregunta... por el puente... Ok, por encima, por debajo, dos puentes más, jolín que tampoco es, vuelve a preguntar: "ir de nuevo al puente pero seguir, seguir" "es que está oscuro" decimos. "No importa, seguir que es por allí". Mecachis, como 3 kilómetros a oscuras sin una farola, ni un mal alma y el navegador que no tiene ni pajolera idea de donde está... A ver, a ver; allí hay luz y una rotonda, uy, hay un señor… y hay ¡una cola! Oye, fijo que es allí Günter, Andiamo, que hemos llegado.
El opperatore de los Grimaldi -sí, ese era el lugar- nos dice que salgamos de la cola y esperemos allí -un bar cerrado o abandonado, no pudimos concretar más-. A mí me da por reírme, que quieres, eso tenía una pinta cutre a más no poder. Dice que esperemos hasta que nos avisen. Íbamos para 5 coches cuando viene uno con los napolitanos -o los de Palermo o que se yo-, y nos dice que le sigamos. Y los 5, como borreguitos y sin protestar, le seguimos. Nos da la vuelta a los puertos y nos deja en un aparcamiento donde hay una caseta con una ventanilla. Una familia española, nos avisa:

- la ventanilla es para sacar el embarque. Dicen que al salir ya nos dicen a donde ir.
- ¡gracias! -miro al Günter y le digo- ¡cachis, cachis! ¿a que los sicilianos nos meten en un container y nos ponen a fabricar espaguetis en alta mar? ya verás donde acabamos...
- son toscanos.
- ¿pero no eran napolitanos?
- Los dueños sí pero el resto serán de aquí. Es la sede legal la que está en Palermo.
- Ahhhh, lo ves, los legales en Sicilia y la camorra en Livorno... ya verás donde acabamos hoy... ¡y sin cenar!
De vuelta a un descampado y de nuevo la vuelta a los puertos y de nuevo a la cola. "Sí, aquí esperen por favor a embarcar". Hala, nos tenías que ver a los 5 borreguillos tirando de fiambrera con un ansia canina; que quieres, esto de camorrear da un hambre atroz... a ver que nos queda: fruta, empanada, un trozo de pan relleno. Todo no va a ser malo; el café aun está caliente... ains, Gü, el café era para beber, no para echártelo encima. Mientras limpio el desastre desparramado por la puerta y mi asiento, Lucas se nos duerme. Pobre mío, paso su silla delante y le tumbo atrás sobre mis rodillas, total, "por 80 metros que nos faltan para subir al barco no creo que sea peligroso llevarle así, qué más da", me dije. Abren la verja y mandan pasar. Todos se suben a sus coches, arrancan y van entrando en orden de llegada. Menos nosotros. El coche, no va. Günter, ¡dime que me tomas el pelo, mecachis! ¡meCACHIIIIS! Günter que sale como una moto directo al barco a pedir ayuda. Los compañeros de cola, nos abandonan a nuestra suerte. Yo no puedo salir porque tenemos los seguro puestos en las puertas de atrás. Y yo que hace un rato andaba preocupada de que me encerraran en un container. Mecachis. Empiezo a chillar por lo bajo -en un susurro, que el peque duerme- "no puede ser, no puede ser". El Gü que no viene. Un marroquí decide que no embarca aún que nuestra estampa es mucho más divertida que verle la jeta a los portuarios y con una sonrisa burlona toca el cristal y me dice:

- Kaput?
- sí, roto. Se ha roto. ¿Sabes español?
-sí.
-y ¿arreglar coches?
-no.

Así que vuelvo a mi posición inicial. La cara entre las piernas porque, por encima de todo, me niego a ver como el barco se marcha delante de nuestras narices... bueno, de mis narices porque el Günter sigue sin venir. Después de unos minutos que me parecieron horas y ya me estaba aburriendo de tanto decir "no puede ser" llega la ayuda esperada. Mira, no voy a entrar en detalles mecánicos que no es lo mío pero el opperatore qualificato no llevaba ni una linterna. Nos enganchó tan de mala manera que en plena rampa el coche se soltó y no nos desgraciamos de milagro. Yo que sujeto al niño que no se me desgracie. El tío siguió roncando, las cosas como son. Y hala, a empujar... a ver, ese personale escaqueado que venga a empujar el Scenic de la Estiria que lo parió. Matriculó, debería decir pero no, la esta que lo parió! 
En fin, que ya en el barco, mira, borrón y cuenta nueva. A disfrutar por la cuenta que nos trae -ni hay teléfono ni internet. Solo radar y los del seguro no manejan tecnología marítima- así que nos dijimos que para cuando avistásemos tierra Barcelonesa ya pensaríamos que hacer. Y como pese a las apariencias, en el fondo tenemos una suerte bestial, pienso en Núria y me digo: la llamo en cuanto pueda a ver si nos puede recomendar un taller. Así que ante el primer avistamiento del puerto, encendemos móviles. El Günter llamando al seguro, "manden una grúa al muelle" -les dice- y pregunta al personale di abordo "oiga, y quién nos empuja... porque nos van a empujar, no?" . Yo, más listuca, llamo a la Núria y le cuento nuestras penurias... y en un periquete todo arreglado. Jaume tiene un primo que además de santo, tiene el mejor taller del mundo, así de claro. Sabe más que las bujías. "No os preocupéis, en cuanto estéis con el de grúa me llamáis".Corto y cambio.

 Y bla, bla, bla... que veo que ya me he enrollado una barbaridad. Que mientras esperamos a que nos empujen, Günter prueba y el coche ¡toma! va y arranca. La grúa esperando, el Santo Primo al teléfono "nada, tranquilos, marchar a descansar y mañana a primera hora me lo traéis" y el de la grúa que dice "si me lo llevo yo, mañana a la tarde o pasado por la mañana vendrán los de la Renault para llevárselo al taller y allí os cuentan".En fin, adivina cual de los dos fue más convincente. A primera hora allí estábamos desayunado con el Santo Primo; Lucas con un cruasán de chocolate más grande que él y el coche... el muy canalla no ha vuelto a dar ni un ruido.
Esta crema se la he levantado a Elena, de delicius kitchen stories un blog precioso con recetas estupendísimas y unas fotos para quedarse en la parra todo el día. Esta crema, viene a engrosar mi pequeña colección de cremas con queso azul, un delirante remedio anti-sustos. Eh ¿estamos en jalogüín, no? pues toma historia para no dormir con camorra, calabaza, queso y ¡santo!


Ingredientes:
  • 800 gr. de calabaza pelada y cortada en trozos
  • 2 patatas
  • 5 dl. de leche y 3 dl de caldo de verduras
  • 1 puerro 
  • 2 dientes de ajo
  • opcional: orégano, cebollino y/o laurel
  • 130 gr. de queso azul
  • sal y pimienta al gusto


Preparación:
  1. Como siempre, sin misterios. Pon en una olla la calabaza, el ajo, el laurel si te apetece, las patatas y el puerro troceado. Añade el caldo y deja cueza a fuego lento hasta que las patatas estén tiernas. Salpimienta a gusto
  2. Añade el queso azul y la leche, quita el laurel  y pasa la sopa por un pasapuré o trituradora. 
  3.  Puedes aromatizar con orégano y/o cebollino. Sirve sola o con un poco de bacon por encima y/o unos picatostes.
PD. Tienes toda la razón listín. Aquí hay fotos de Pisa y no he dicho ni una palabra sobre ella pero que quieres, ya me había enrollado una barbaridad y las fotos son bien bonicas. Y Pisa, por supuesto, que nos gustó mucho:-)

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