Judías rojas con carne arreglás para expatriados

Vivo sin chorizo y sin puntas de jamón. Dicho así puede parecer una frivolidad -o una estupidez gorda e insustancial- pero para una españolita de clase media criada e incubada en una familia numerosa, de esas que por aquel entonces teníamos un librito de familia con una foto horrible en la que solo se veían cabezas y cabezas de críos con un par de sufridos progenitores en medio del encuadre, fingiendo una sonrisilla absurda que lo que venía a esconder eran unos nervios avinagrados después de que al pequeño le diera por chupar la cámara del fotógrafo, al del medio por jugar a los aliénigenas con los reflectores de luz y al otro del medio -solía haber varios- escondido debajo de los taburetes gritando "nooooo, no quierooooo fotooooo"...

Porque oye, por aquel entonces no se pensaba en esas cosas pero ahora, bien mirado, uno comprende que en cada casa había por lo menos un hijo visionario, de esos que no salía en la foto si antes no se le pagaba. Sus pequeñas y retorcidad mentes que por aquel entonces no llegaban a pensar a lo grande -en billetes de colores con muchos ceros- y en su ingenuidad solían conformarse con una piruleta o un caramelo sugus, el mágico y maravillo caramelo masticable que siempre acallaba a las boconas más lloronas, calmaba las mentes más retorcidas y detenía los dedos largos con propensión a romper lo que tocaban...

Y ésta, por supuesto, era la dulce y pequeña gran venganza del fotógrafo porque por aquel entonces nada se hacía al azar - o al tuntún, que se decía en mi casa-. El hombre llenaba a los críos de chuches, que con el calor de los focos del estudio se derretían a marchas forzadas. Para cuando tocaba colocarse, los niños chorreábamos azúcar y babas de colores más o menos húmedas y/o viscosas pero siempre pegajosas. Ese era el gran colofón tan esperado para el sufrido profesional del foco que siempre soñó con dedicarse al reportaje fotográfico en bodas, bautizos y comuniones, imaginando que una gran estrella del cine cruzaría su puerta y le pediría que le hiciera un amplio dossier de estampitas luciendo el perfil bueno en las que rubricar autógrafos para uso y disfrute de los entusiastas y devotos fans...
A ver, que los pequeños se sienten sobre las rodillas de los papás. Los altos de los extremos, colocar la mano sobre el hombro del papá... sí, y tú sobre el de la mamá que se note que la quieres... los bajitos de en medio, que no se les ve poneros delante junto a los papás.. sí, bonito, las manitas sobre la blusa de mami que se vea lo mucho que quieres a tu mamita... y por lo que más quieran, no me cierren los ojos, por dios!
Y así, salían esas caras, siempre con los mismos gestos de me cachis y las mismas posiciones y las mismas consecuencias: a la salida del estudio la charla del padre diciendo eso de no se os puede sacar de casa y la santa madre calmando al padre a la que restregaba su pañuelo untado en sus propias babas sobre caritas y manitas a granel. Ya ves, donde las dan las toman y el mundo babas suele ser de ida y vuelta. En fin, que este ritual se repetía en cada casa y en cada estudio fotográfico de barrio, en cada ampliación -nuevo hijo, nueva foto- y en cada renovación que creo recordar que si no había churunbel de estreno era cada trienio...  rituales como el de comer judías, lentejas o garbanzos. Porque en España, o se comían con su puntica de jamón y su chorizo de pueblo o no se guisaba. No había medias tintas ni fotos cortadas ni sugus que pusieran paz a unas lentejas sin longaniza...

Pero ya es hora de pasar página porque los expatriados no podemos ir por la vida con una maleta a reventar de chorizos y jamones. Como decía mi madre: "hay que apañarse con lo que hay" pues eso hago mami. Me apaño y mira que bien. Porque el apaño es lo único que puedo mantener como en oro en paño. Esos apaños, arreglos o sofritos para los guisos de legumbres. En casa siempre estaban pasados por la trituradora para que no se viera ni un trocitín de cebolla ni ajo ni nada que siempre había -habíamos- los que la montábamos parda con los tropezones del guiso. Es verdad que ya no voy al fotógrafo para hacerme fotos de familia numerosa. Ni siquiera tengo familia numerosa. Ya no hay pañuelos mojados en babas porque ahora ya vienen mojados de fábrica... pero el arreglo de las legumbres, ese no cambiará nunca. Estas judías están arreglás como siempre, tal y como las aprendí aunque es curioso. Los arreglos de mi madre sabían a ella y estos a mí...


Ingredientes:
  • 2 latas de judías rojas ya cocidas (400gr. cada lata)
  • 400gr. de carne magra
  • 2 batatas
  • 2 zanahorias
  • 1 cebolla
  • una hoja de laurel
  • 1 litro de caldo de carne (lo hice con los recortes de la carne, 1/2 puerro, cebolla, tomillo y apio)
  • sal

Para el arreglo (el sofrito):

  • 1 cebolla pequeña
  • 2 dientes de ajo
  • 1 tomate
  • 1 pimiento asado
  • una pizca de pimentón
  • 2 cucharadas de tomate concentrado (si es salsa  el doble)
  • una pizca de colorante (yo no uso. Desde hace años uso cúrcuma)
Preparación:
  1. Corta la carne en dados pequeñitos y quita los restos de grasa que pueda tener. Corta las batatas y las zanahorias en trozos menudos. En una olla, sofríe la carne con un poquito de aceite y le espolvoreas un poco de sal. Añade el caldo y a continuación añade la cebolla entera, las zanahorias y el laurel. Si no ha llegado a cubrir todos los ingredientes, añade agua. Deja que cueza a fuego lento una media hora. Pasado este tiempo, añade las judías y los trozos de batata. Deja que cueza otros 20 minutos más.
  2. Mientras, en una sartén, rehoga una cebolla pequeña, el ajo, el tomate y el pimiento. Añade el pimentón, el tomate concentrado y a cúrcuma. 
  3. Pon como un cacito del caldo y cuando rompa el hervor pasas todo al vaso de la trituradora. Echa la cebolla entera que se ha estado guisando junto con las judías. Esto va a hacer que al triturar obtengas un puré espeso que al añadirlo al caldo lo va a espesar ligeramente y sin necesidad de usar harina. Liga las judías con el arreglo y deja que cueza como 10 minutos y listo.

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