Crema rústica de calabacín y patata con queso

Hay un artículo del periodista y escritor uruguayo Leonardo Haberkorn que rueda constantemente desde hace años por las redes. Es... puf, a ver qué digo porque como exprese todo lo que me viene a la cabeza me vas a llamar dramática y con razón. Pero es que tengo en la punta de mis dedos, ronzando casi con el teclado, una sensación brutal de desesperanza, de cagada máxima, de a ver cómo arreglamos todo este despropósito que nos está tocando vivir. El artículo en cuestión, es un refrito a lo copia, pega y corta, de este otro que Haberkorn publicó en su blog en el 2015. Un periódico vio correcto robar el post a su autor y publicarlo sin consentimiento. Tituló el mismo con un "Me cansé... me rindo" mucho más espectacular que el original "Con mi música y la Fallaci a otra parte". Del artículo realmente se borró cualquier alusión a temas culturales de más o menos trascendencia así como cualquier párrafo que requiriese pensar más de la cuenta. Se difundió el mensaje sencillo, bien clarito y sin espesura. Tenía todo lo clave para dar el salto a las redes y como ya se sabe que somos una especie de retuit rápido, pues la cosa lleva funcionando unos seis años saltando por todo el mundo hispanoparlante. Y en este rodar y rodar, se lo he leído hace un par de días a Arturo Pérez Reverte.

Y como no soy especialmente lista, pero sí que peco de empollona, me fui a St. Google y bajo el lema de "Me cansé... me rindo" di con el artículo original de El informante y con esta otra réplica del susodicho porque como sería de esperar, la versión completa con alusiones culturales, trajo tela para varios sastres. Parece que se le acusó al Sr. Haberkorn de viejuno, de pretender enseñar a sus pupilos asuntos viejos, pasados de moda porque se entiende que el pasado, pasado está y que agua de borraja no mueve molinos... ¿o era pasada? ¿o de cerrajas?... pasada o de borraja, lo dicho: queda en ná.

Y así estamos; en ná de ná. El nada más terrible de nuestra existencia. El no querer saber el porqué de las cosas. Esa apatía que impide pensar por nosotros mismos y antes de aprender del pasado, nos lo inventamos y se lo presentamos al público bien picadito para que se lo trague sin mascar. Mentira sobre mentira, manipulación de la historia manoseando y desgastando los hechos que, cada vez con más frecuencia, veo que se usan como opiniones y viceversa, opiniones que nos las calzan como hechos probados. Reclamamos libertad de expresión demasiadas veces sin ton ni son o fuera de contexto sin pararnos a pensar, que esa libertad es estéril si no tienes nada inteligente o razonable o certero que decir. De qué vale tanta educación profesional si pasamos por las escuelas y por las universidades con el cerebro apagado, sin chispa y como relata el artículo, estudiantes con caras absortas y desinteresadas que les atrae más dar likes a selfies insulsos que aprender las claves del oficio.
Y lo malo termina siendo aprobado como mediocre; lo mediocre pasa por bueno; y lo bueno, las pocas veces que llega, se celebra como si fuera brillante.
No quiero ser parte de ese círculo perverso. (Leonardo Haberkorn)

Pero claro, es fácil criticar. A torcer el renglón nos apuntamos todos. Parece que solo contamos con dos opciones: criticar o rendirse, irse con la Fallaci  a otra parte o ponernos a repartir collejas a la vieja usanza. Qué podemos hacer, cuando cada vez veo más mamás empujando carritos de bebés más atentas al móvil que al tráfico; o críos chicos en el coche familiar con una tablet cada uno porque los papás dicen que si no no hay manera de que los niños paren tranquilos. O en la mesa. O cosas peores. Qué podemos hacer, cuando vas de visita a casas donde no existen libros, ni siquiera aquellos tomos de la Espasa que coronaban la mayoría de los salones en mi infancia... que sí, que es verdad que nadie los leía pero mira, se disimulaba. Qué podemos hacer, cuando leo cosas, como esta carta que también rueda por la redes, de un director de colegio que anima a los padres a no enfadarse si su hijo suspende los exámenes porque total, si va a ser artista (dice) no necesita matemáticas o si aspira a músico qué importancia tiene su nota en física. Qué hacer cuando la gente se hace tendencia por sus necedades, cuando todo vale, desde el mal gusto hasta el poco calado moral. Cuando ya no hay comprensión lectora ni en los titulares, cuando nadie es capaz de leer entre líneas, escuchar ambas versiones o simplemente contrastar un dato.

Ya por no saber, no sabemos ni hacer el huevo.

¿Y por qué esta crema de zucchini es diferente? porque he marcado las verduras en la sartén antes para conseguir potenciar el sabor. Fácil, rápido y así voy convenciendo a mi hijo Lucas de que pese a lo que él cree, sí, le gusta el calabacín.


Ingredientes:
  • 2-3 zucchinis pequeños sin pelar
  • 1 par de patatas
  • 1 cebolleta
  • 1 dientes de ajo
  • 500ml de caldo de verduras (puede que algo más)
  • 100 gr. de queso de untar tipo Philadelphia
  • 50gr. de queso cheddar o manchego semicurado
  • Algo de aceite de oliva
  • Albahaca
  • Sal y pimienta

Preparación:
  1. Pela las patatas, las cortas en trozos pequeños y las cueces en el caldo de verduras.
  2. Mientras, corta las verduras y las salteas en la sartén con un poco de aceite de oliva.
  3. Añade las verduras a las patatas junto con los quesos. Deja que cueza 5-10 minutos hasta que el queso se derrita.
  4. Añade la albahaca y tritura la crema hasta que tenga una textura cremosa pero con las pintitas verdes de la albahaca y del calabacín.

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