Bizcocho relleno de avellanas con sabor a Saramago
Comenzó por hacer con barro una figura humana, de hombre o de mujer es pormenor sin importancia, la metió en el horno y atizó la lumbre suficiente. Pasado el tiempo que le pareció cierto, la sacó de allí, y, Dios mío, se le cayó el alma a los pies. La figura había salido negra retinta, nada parecida a la idea que tenía de lo que debería ser su hombre. Sin embargo, tal vez porque todavía estaba en comienzo de actividad, no tuvo valor para destruir el fallido producto de su inexperiencia. Le dio vida, se supone que con un coscorrón en la cabeza, y lo mandó por ahí. Volvió a moldear otra figura, la metió en el horno, pero esta vez tuvo la precaución de cautelarse con la lumbre. Lo consiguió, sí, pero demasiado, pues la figura apareció blanca como la más blanca de todas las cosas blancas. Aún no era lo que él quería. Con todo, pese al nuevo fallo, no perdió la paciencia...
Así es como Saramago nos explica la creación del hombre. No es teoría propia porque se basa en la leyenda sobre la creación del pueblo piel roja americano. A la vista de todos está, que mucho se ha especulado con qué le falló a dios cuando nos creó. Algunos catecismos apuntan a que dios está libre de causa porque la curpa culpita culpera del todo nuestra. Él nos hizo perfectos, a su imagen y semejanza y si hemos salido desmadrados eso es cosa de la figurita de barro y no del alfarero. De ese mismo modo pensaban los piel roja, convencidos también en la imposibilidad de imputar causa alguna a las dotes creativas del creador. Tampoco creían posible achacar defectos en el barro. Sencillamente, dios no tenía experiencia con el horno.
En el mundo había ya por tanto un negro y un blanco, pero el desgarbado creador todavía no había logrado la criatura que soñara. Se puso una vez más manos a la obra, otra figura humana ocupó lugar en el horno, el problema, incluso no existiendo todavía el pirómetro, debía ser fácil de solucionar a partir de aquí, es decir, el secreto era no calentar el horno ni de más ni de menos, ni tanto ni tan poco, y, por esta regla de tres, ahora será la buena. No lo fue. Es cierto que la nueva figura no salió negra, es cierto que no salió blanca, pero, oh cielos, salió amarilla. Otro cualquiera tal vez hubiese desistido, habría despachado aprisa un diluvio para acabar con el negro y el blanco, habría partido el cuello al amarillo, lo que se podría considerar como la conclusión lógica del pensamiento que le pasó por la mente en forma de pregunta, Si yo mismo no sé hacer un hombre capaz, cómo podré mañana pedirle cuentas de sus errores...
En el supuesto de que entonces hubiese por encima de este creador otro creador, es muy probable que del menor al mayor se hubiese elevado algo así como un ruego, una oración, una súplica, cualquier cosa del género, No me dejes quedar mal. En fin, con las manos ansiosas introdujo la figura de barro en el horno, después escogió con meticulosidad y pesó la cantidad de leña que le parecía conveniente, eliminó la verde y la demasiado seca, retiró una que ardía mal y sin gracia, añadió otra que daba una llama alegre, calculó con la aproximación posible el tiempo y la intensidad del calor, y, repitiendo la imploración, No me dejes quedar mal, acercó un fósforo al combustible. Nosotros, humanos de ahora, que hemos pasado por tantas situaciones de ansiedad, un examen difícil, una novia que faltó al encuentro, un hijo que se hizo esperar, un empleo que nos fue negado, podemos imaginar lo que este creador habrá sufrido mientras aguardaba el resultado de su cuarta tentativa.
Pero claro, los piel roja barrieron para casa. A medida que iban naciendo las distintas razas y dios juzgaba que no eran perfectas, se emperraba en crear la siguiente. No paró de intentarlo hasta que tuvo entre sus manos una figura roja, rosada, perfecta. Aquí se dio por contento y tras el consabido coscorrón, le buscó un bonito lugar donde vivir: América. Los rostros pálidos, desde luego, no pensaban lo mismo cuando se liaron a mamporros con los favoritos del gran Manitu hasta no dejar ni uno. El mundo está lleno de genocidios, de figuritas machacadas de puro odio o rabia o indiferencia y no puedo -ni quiero- evitar la ocasión y preguntar a este creador, que lo mismo tenía otro creador que a la vez fue creado en un horno por otro creador... pues yo le pregunto; ¿y por qué caramba no aprendiste a hornear antes de meterte en semejante berenjenal?
Si me hubieras preguntado mi humilde opinión -siempre en el supuesto de que yo hubiera existido por aquel mundo pre-creación- en cualquier caso, te hubiera dicho lo que siempre me dijo a mí mi madre: que para cocer lo que sea y como sea, siempre ha de ser al amor de la lumbre, siempre con mil ojos encima y siempre con cariño y paciencia. La cocina, o la creación, es lo que tiene.
El bizcocho salió perfecto, un color dorado apetecible, deseable. Mi impaciencia, mis ansias de llegar al momento foto con luz suficiente antes de que terminara de atardecer, hizo que al desmoldarlo se rompiera. Estaba aún caliente y le di el coscorrón demasiado pronto.
Nota sobre las citas de Saramago:
Son extractos del libro la caverna, muy recomendable como todo lo de este señor tan majo.
Nota sobre cómo salir al paso con un bizcocho roto recién horneado:
Debes actuar con mucha calma pero con celeridad para que no se enfríe demasiado. Forra el mismo molde con papel de aluminio y deja bastante sobrante para poder envolverlo. Introduce los trozos a modo rompecabezas y una vez que cada miga está en su lugar lo envuelves bien. Déjalo así unas cuantas horas y casi seguro que, a pesar de las cicatrices, se dejará comer lozano y entero. Más o menos.
Ingredientes:
Preparación:
- 70gr. de mantequilla ablandada
- 140gr. de azúcar
- 1 pizca de vainilla molida
- 1 poco de ralladura de limón
- 250gr. de harina repostera
- 1 cucharadita de polvo para hornear
- 1/2 cucharadita de bicarbonato de soda
- 225ml. de suero de mantequilla o yogur
- 100gr. de avellanas o mitad y mitad con almendras
- 40gr. de azúcar
- 1 cucharada de miel
- 1/2 cucharada de canela en polvo
Preparación:
- Precalienta el horno a 180ºC. Por un lado hacemos la masa de avellanas. Pon en la trituradora las avellanas, el azúcar, la miel y la canela. Hacemos una masa y reservamos.
- En un bol amplio, mezcla la mantequilla muy blanda con el azúcar hasta tener una crema más o menos lisa. Añade la vainilla, la ralladura y el suero de mantequilla (o yogur en su defecto). Por otro lado, mezcla el harina con los polvos de hornear y el bicarbonato. Lo añades a la crema anterior y lo bates con unas varillas hasta que la masa esté completamente lisa y sin grumos.
- En un molde alargado -previamente engrasado y protegido con papel- pon una capa de masa de bizcocho. Extiende por encima un capa ligera del relleno de avellanas. Pon otra capa de masa y de nuevo relleno. Finalmente, cubre con el resto de la masa de bizcocho. Hornea hasta que veas que el centro está cuajado (pincha con un palillo para comprobarlo).
Quiero cerrar este post ofreciéndote esta opción tan original de Adeli del Dulce Paladar. Ella suele cerrar sus post, ofreciendo una segunda receta por aquello de que los glotones no se queden con hambre ;-) bromas aparte, sigo su ejemplo y te dejo link a este bizcocho de chocolate con solo dos ingredientes.
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