Kalács salado para vivir a lo Mari Sol

Los más jóvenes no lo sabrán pero hubo un tiempo -antes de que llegaran la Guerra de las Galaxias y Los gremlis- que en España nadie se perdía las pelis de Mariol, una niña monisísima y simpatiquísima que cantaba bien bonito cosas como que la vida es una tómbola de luz y de color y que ella se lo jugó todo a un amor y que tuvo suerte y ganó y fue feliz como una perdiz. Y no por su cara bonita sino porque era más buena que el pan. Su repertorio era extenso pero a fin de cuentas todas sus películas empezaban y terminaban igual. Este género de ciencia ficción romántica estaba muy de moda y ya, aun siendo bien chica, siempre me decía "esto no se lo cree ni Rita la cantaora" ... por cierto, jamás supe quién era la Rita en cuestión pero se la nombraba mucho por aquellos años. Porque a nada que uno chapoteaba en la vida, era bien sabida la existencia de un lado oscuro -ese que el George Lucas hizo para siempre suyo- y que entre tómbola y tómbola uno normalmente se entripaba de grises y sombras que nos quitaban las ganas de cantar el lalalá y sin caer mucho en la cuenta terminábamos como la Lupe a lo puro teatro... y bueno, a día de hoy la cartelera es otra pero la vida sigue siendo lo que es, tal cual.

Sí, es verdad. Ya estoy dando rodeos. Aún no sé qué te voy a contar. Por lo menos, como hacerlo. Tan solo cuento con una sensación complicada de definir. O no. No sé, de esas cosicas que se agarran al estómago, que dejan cierta angustia indefinible, que no sé bien si es otra jugarreta de mis hormonas o las bajas y las altas presiones atmosféricas que últimamente vienen y van como Pedro por su casa... Puede que sí, que sean biorritmos inestables que me hacen ver cosas que no son pero juraría que algo está pasando. Nada concreto. Alguien que ya no tiene tiempo para ti, alguna indirecta sutil en chats y  conversaciones donde normalmente -una no se acaba de caer del guindo- existe un objetivo velado de hacerte llegar puñaladitas chicas pero sin derecho a defensa. Es una trampa -claro- porque si callas eres tú la que provocas el distanciamiento. Si dices "auch, me dolió" posiblemente una lluvia de reproches te caerán encima como piojillos que se instalan en tu cuero cabelludo que pican pero no escuecen. Al final, para terminar con la dichosa desazón piojosa, pedirás perdón por si molestaste en algo o por si algo de lo dicho o hecho hirió la sensibilidad del respetable. Curioso final para un sainete donde los puñales volaron y ninguno de tu mano.

Tengo que reconocer que cuando era más cría y más insegura sí optaba por la papeleta "auch, me dolió" pero ya hace mucho que acepto los silencios como castigo a lo que sea que haya hecho. Los silencios. Relaciones fluidas, de diario, donde cualquier tema era alimentado con cariño, donde nos buscábamos para embellecer el polvo de diario con ese universo cuántico donde cada fuerza gravitatoria nos teñía en afectos... y de un día para otro, mundo roto. Silencio. Intentas entablar conversación -eso que antes era tan espontáneo- y chocas con una capa de hielo polar. Se evitan los tú y tus cosas, se habla de terceros y se establece el todo son prisas... hay que ver cuánto lío y qué poco tiempo, qué bien estoy con gente tan maja que tanto me arropa y tanto me quiere... y yo, charlatana indomable, me quedo sin saber que decir; respondo a la ligera también con tópicos: qué guay, qué bien, cuánto me alegro... lo digo de corazón, sin rencor ni despecho pero helada en mi propia tristeza de saber, que una vez más, el proceso se pone en marcha.

Pues sí, te lo voy a contar. Hace muchos años -muchos- en una de tantas, me vi envuelta en una pesadilla tremenda de manos de una amiga -supuesta, eso me quedó claro- donde habiendo ella perdido el norte decidió hacerme protagonista de su locura. Ese fin de semana mi hijo no estaba en casa así que avisé a mi madre que cogía un tren y me bajé a verla. Iba completamente desnuda -afectivamente hablando- sin saber por qué me pasan estas cosas, porque la gente me mete y me saca de sus miserias y porqué de un día para otro mis amistades pasan de quererme con locura a pisarme los más perturbados y a ignorarme la gente de a bien. Me vino a recoger a la estación con su novio al que entonces yo aún no conocía. Me dio igual. Yo solté todos mis espumarajos como si lo conociera de toda la vida. Si mamá lo había metido en casa me bastaba para abusar en confianzas.
Esa noche, no dormimos. Hablamos y hablamos. Él escuchó durante muchas horas. Nos dejó hablar a nosotras... casi al alba me soltó el diagnóstico -sí, médico de urgencias que en este caso la profesión se lleva por dentro... o era la procesión? Da igual-. Me dijo que pertenezco al grupo de personas súper-energéticas que no súper-activas. Derrochamos energía y la gente que está a nuestro alrededor se beneficia de ello. Por un lado, atraemos a los vampiros, esos que llegan, te vacían el cargador y se largan. De esta peña no hablo que no me interesa. Al resto, les inundo de vida, de alicientes, de actividad, de nuevas perspectivas y tiendo a hacer sentir que el mundo se mueve bajo sus pies. El sentimiento es glorioso y uno piensa "jolín, me tocó la tómbola”. Pero es como al que le trasplantan un hígado, que por muy bien que uno se siente después de la operación los médicos no opinan hasta ver cómo afronta el rechazo.

Porque ineludiblemente llega. Y no todos los trasplantados lo superan. Me dijo que yo me introduzco en el alma de las personas y que no todos lo metabolizan. Sienten rechazo que no saben explicar así que provocan o inventan explicaciones más o menos lógicas que expliquen ese sentimiento. Me aconsejó ser prudente y no dar una amistad por sólida hasta ver por dónde sale el rechazo. Que no me dé tanto, que al principio sea más cautelosa y no emborrache de energía a los que tengo alrededor... he seguido todos estos años su consejo. He aprendido a respetar algunos distanciamientos y a no imponer mi cariño a nadie. Pero para el dolor no hay receta. Son procesos que pesan por dentro e inundan con tristezas. Günter dice que a las personas fuertes no se nos ve sufrir así que normalmente nadie mide con nosotros y cuando rompemos, cuando el mundo se nos viene abajo como a cualquier hijo de vecino suele haber sorpresa -incluso decepción- a nuestro alrededor sin que nadie caiga en la cuenta que hay momentos en los que necesitamos que se nos proteja afectivamente de la misma forma que se resguarda a los que viven con la etiqueta de "soy frágil y sensible. Cuídame". Sí, es posible que también sea eso. Es posible que no hubiera intención de hacer daño y que los roces se nos escapan de las manos de puro sin querer. Puede que sea eso...
Y ahora es el momento de volver por donde vine. Sí, la vida es una tómbola donde la luz y el color lo pones principalmente tú. El número de papeletas no importa. Aunque tengas todas, siempre habrá quien haga trampas. La felicidad no depende de lo que ellos hagan sino de lo que tú quieras. Es un sentimiento activo de piel para dentro, no al revés. Nadie tiene que empeñarse en que tú seas feliz, ese es tu trabajo. Yo soy feliz y vivo rodeada de gente que me motiva a serlo. Es verdad que hay a quien echo de menos y eso me afloja el corazón pero yo no renuncio a mi felicidad por nadie. Creo que eso solo se hace por los hijos. Yo tengo suerte, y mañana los tendré a los dos a mi lado. 2 semana maravillosas disfrutando de mis chicos. Eso es vivir a lo Mari Sol. Soy feliz, seré feliz y quien quiera que me siga. No prometo nada pero la felicidad es como la gripe, se contagia.
La receta de hoy es un Kalács húngaro salado que no es más que un pan o brioche de origen eslavo que se elabora con distintos trenzados. Son muchísimos los dibujos y decoraciones con que se confeccionan estos panes en versión salada o brioche para la dulce. Te dejo link a este tablero de pinterest que es completamente alucinante y estoy segura que va a ser una fuente de inspiración para hacer que lo cotidiano pinte de fiesta.


Ingredientes:
  • 300gr. de harina repostera
  • 200ml. de leche 
  • un poco más de 1/2 paquete de levadura panadera
  • 1 cda. de yogur natural
  • 1/2 cdta. de sal
  • 4 cdas. de aceite de oliva

Relleno:
  • 3-4 lochas de bacon
  • un poco de queso tipo enmental
  • 1 cda. de queso tipo philadelpia
  • cebollino picado con una puntita de ajo machacado (yo uso hojas de ajo de oso que viene a tener este mismo sabor)
  • un poco de nuez moscada y pimienta
  • Para pincelar una mezcla de huevo batido rebajado en agua y un poquito de sal. Acabar con un poco de semillas de lino, pipas o sésamo
Preparación:
  1. Preparar esta masa de pan no tiene ningún misterio ni ninguna técnica ya que no deseamos ni que suba mucho ni que haga agujeritos ni que hay miga esponjosa. Es una masa de pan que vas a hacer como si fuera una masa quebrada. Todos los ingredientes juntos, los amasas hasta que esté todo liso y suave y dejas que leve una hora. 
  2. Mientras prepara el relleno. En un bol pones el bacón y las hierbas en picado, y el resto de ingredientes. Mézclalo y resérvalo.
  3. Precalienta el horno a 190ºC. 
  4. Enharina levemente la encimera y pasa la masa que deberás de dividir en dos partes iguales (usa la pesa para que sea lo más exacto posible). Haz dos bolas con la masa y espera 5 minutos. 
  5. Extiende la bola de masa con ayuda de un rodillo. Truco para que se quede la circunferencia perfecta: usa el aro de un molde desmoldable redondo de 26 cm. pones la masa dentro y vas presionando con las manos hasta que todos los bordes tomen la forma del aro. Haces lo mismo con la otra mitad. 
  6. Pon una de las mitades sobre papel de hornear, extiende el relleno y cubre con la otra mitad.
  7. Fíjate en la foto de abajo. Pon un vaso en el centro que ademas de marcar la masa va a hacerte de guía. Con un cuchillo ve cortando las tiras. Después, coje cada fleco y lo retuerces sobre sí mismo. 
  8. Pincela con una mezcla de huevo batido rebajado con agua y una pizca de sal y añades unas semillas en el centro del pan. Hornea hasta que esté dorado. Degustar templado y recién hecho.

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