Paté de atún y 85 milagros

A una amiga mía le oí decir que ella creía que había nacido madre. Es verdad, hay personas que nacemos con ese don dentro así que nuestro destino emocional estará siempre cosido a la infancia, a lo tierno y desprotegido, a la fragilidad de un cuerpecito que necesita caricias, mimos y arrumacos. Tampoco es menos cierto que, a la que he ido viviendo, he  tomado conciencia -y respeto- a la responsabilidad que ello conlleva porque hacerte faro en la vida de un crío es un arma de doble filo. El amor desmedido puede terminar en esclavitud emocional. Cuántas madres han dominado a sus hijos sin dejarles volar por sí mismos, cuántos han crecido consentidos sin saber dónde está el norte ni el sur; cuántos llegan a adultos sin una caricia o un beso y el único contacto maternal consiste en arrancarles los mocos de la comisura de los labios o un bofetón desmerecido cuando menos se lo esperan.

Y digo maternidad porque es lo que me define a mí misma. Sobra decir que hay hombres que también nacen con este instinto en el alma. Un amigo mío me contaba que, por lo general, los hombres tejen el cordón con sus hijos cuando estos nacen a diferencia de una madre que lo posee desde el mismo instante que una vida crece dentro de su ser. Así que cuando una pareja se separa con los niños muy chicos, es relativamente normal que algunos hombres aún no hayan desarrollado plenamente los lazos filiales y, o bien, desaparecen de escena o son padres canallas. Pero cuando un padre nace con ese lazo -aunque él no lo sepa- le resultará insoportable vivir alejado de sus hijos y es por eso que algunos se enredan en guerras despiadadas por la custodia de sus hijos o simplemente -como hizo él- optan por aguantar carros y carretas junto a una esposa despótica y egoísta tan solo porque el amor y alegría que comparte con sus hijos le basta para vivir feliz.
Pero cuando un niño vive en un país de los más pobres del mundo, cuando su padre es alcohólico, cuando su madre vivió trabajando como una mula y murió abandonada como una alimaña. Cuando a un ser de cinco años que derrocha energía, pura vida, le son robados los afectos de mala manera... ¿qué esperanza tiene? ¿los traumas de la infancia pueden superarse cuando la miseria es el único pan diario? 

Tashi llegó Jhamtse Gatsal (nombre tibetano que significa el jardín del amor y la compasión) con cinco años, salvaje y emocionalmente descontrolada. Abandonada por el padre y traumatizada por la enfermedad mortal de su madre llegó a la comunidad con su alma hecha un lío, dolida a rabiar pero con un espíritu alegre y cordial luchando por imponerse. En el documental Tashi and the Monk, he sido espectadora no solo de la vida en Jhamtse Gatsal sino también de la cura de la pequeña Tashi. He sido testigo de cómo el amor se impone a todo, de cómo actúa en estos pequeños a modo de virus que se cuela en sus corazones sanando heridas, rotos y descosidos.  ¿Pero cómo?

Aquí en occidente, una legión de psicólogos, pedagogos y demás "ogos" de la ciencia, trabajarían por destraumatizar y reinsertar en la sociedad a estos peques. ¿Tanto por ciento de éxito? escaso o nulo. Una tirita con dibujitos de la sirenita en la vía de escape de un petrolero. El ángel de este milagro se llama Lobsang Phuntsok, un monje budista discípulo del Dalai Lama que, llegado un momento clave en su vida, decide regresar a su tierra para crear un hogar permanente a niños huérfanos y abandonados. 85 críos le llaman padre. 85  criaturas "uninvited guests of the univers" (huéspedes no invitados del universo) han sido inundados por su amor y aleccionados para que los mayores cuiden y amen a los pequeños. Lobsang ha creado un paraíso en la tierra a expensas de dios. Solo con su alma y su conciencia. Y con dolor. Sangra sentir la lucha de este padre por sus hijos y en tan solo 15 segundos de film jugando con sus pequeños notas como el amor compensa la angustia por sacarlos adelante. 

85 milagros que crecen y a medida que deben abandonar su casa para convertirse en adultos, nuevos pequeños entran en la familia. Lobsang le pregunta a Tashi: 

-¿Qué quieres Tashi, ser siempre una niña pequeña o quieres convertirte en una hermana mayor? 
-Quiero ser hermana mayor, contesta.
-Pues entonces tienes que aplicarte para estar lista cuando vengan los nuevos hermanos pequeños.
-¿Y también serás su padre?
-Sí.
(Sonrisas)


Ingredientes:
  • 1 lata de 200-250gr. de atún (en aceite o al natural como quieras)
  • 3-4 anchoas y alcaparras
  • 2 porciones de quesitos tipo el caserío (yo una grande)


Notas:
  1. Este paté lo hacía mi madre y creo recordar que era una receta sacada del recetario de la thermomix. No estoy segura pero la empezó a hacer por aquella época. 
  2. Sé que las alcaparras no son muy populares pero son imprescindibles. Le da un toque fantástico. La cantidad de anchoas depende de cuanto salen. Precaución porque el paté soso tiene remedio, salado se echará a perder. 


Preparación:
  1. Tritura todos los ingredientes juntos.
  2.  

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