Gratinado de espinacas y ajo silvestre

Hubo un tiempo que en este blog siempre había historias cotidianas que contar. Tenía la salud maltratada, un niño chico y estaba en un país desconocido donde cada poco descubría cosas alucinantes -o a mí me lo parecían- viviendo un poco a lo Heidi con mi huerto, mis hierbajos y mis recetas de granjeras. Los huevos y la leche de granja que me traen a la puerta de casa -sí, seguimos en las mismas- recolectar nosotros mismos las fresas, frambuesas, grosellas, el ciruelo, el guindo... en fin, una vida que contada así sonaba a música de violines porque no se ve todo el trabajo que hay detrás de una cesta de tomates, arándanos o moras. Tampoco se ven las soledades de vivir expatriada, lejos de la familia y amigos, la falta de apoyos, de expectativas laborales... en definitiva, son muchos los sacrificios y muy dura la perdida de arraigo.

Esta receta de hoy, tiene una entrada espejo que publiqué por estas fechas hace 13 años. Me estaban haciendo las pruebas para vaciarme, querían haberlo hecho de urgencia -después de ningunearme durante tres años mi ginecólogo- pero dije que no, que debía esperar a que me llegara ayuda desde España. Mi suegra no se ofreció, tuvo que venir mi hijo Álvaro desde España para encargarse de mí, de Lucas y de la casa. Fue una operación larga y tediosa, tanto que tardé 24 horas expulsar la anestesia y lo primero que escuché del jefe del servicio de ginecología al hacer la ronda fue "y por favor, señora, quéjese más".

Esto es lo que tienen las intervenciones femeninas, que siempre parece que si nos vacían las entrañas es por culpa propia. Por tener útero, ovarios, pechos... no sé, me fastidió. Pero claro, leo ahora después de tanto tiempo la entrada y realmente me doy cuenta que no supuraba para nada el dolor tan terrible que arrastraba, ni la anemia, ni el sangrado perpetuo, ni la impotencia, ni las lágrimas. Ni la soledad de verme sola con la casa, el peque y todo lo que conlleva la crianza y el hogar. 
De aquella época, me ha quedado el recuerdo áspero de ver siempre a Günter quejoso porque toda la "responsabilidad" caía sobre él. Durante la semana ingresada en el hospital, se cogió vacaciones porque decía no saber como hacerse cargo de Lucas. También pidió a su madre que viniera a casa a ayudarle con las tareas. El día que salí del hospital, según llegué a casa con mi tajo abdominal de ingle a ingle, tuve que prepararles unos espagueti con pesto porque no sabían que comer. Y a la mañana siguiente, mi suegra se fue porque total, ya estaba yo en casa. 

En fin, supongo que ya entonces se venía venir que Günter terminaría rompiéndose psicológicamente -necesitó de dos años y pico de baja- y que entre mi suegra y yo jamás iba a existir cariño. Trece años después, aquí estoy, sin haber vuelto a comprar un Tampax, sin esa frescura o chispa que dan los hijos cuando son chiquitos y vapuleada por una menopausia canalla que se ha debido enamorar de mí porque la tía sigue dándome la brasa.

Y como cada primavera, regresa el ajo silvestre, y las espinacas y las cebolletas olorosas. y como siempre, este gratinado entra en mi horno, glorioso y portavoz de las bondades que están por llegar. La receta, verás que la he simplificado un poquito.


Ingredientes:
  • 400gr. de espinacas
  • cebolletas (pequeñas unas 6, grandes 2)
  • un manojo de hojas de ajo silvestre o ajo de oso
  • 4 huevos
  • 150gr. de crème fraîche o queso de untar
  • 50gr. de yogur griego 
  • 80gr. de maicena
  • 100gr. de queso rallado (gruyer, Bergkäse o gouda)
  • sal de especias
  • nuez moscada
  • pimienta

Preparación:
  1. Corta las espinacas, las cebolletas y el ajo silvestre y lo rehogas brevemente en la sartén. Salpimienta y añade la nuez moscada. Mientras precalienta el horno a 200ºC.
  2. En un bol, mezcla la maicena, huevos, crème fraîche y el yogur.
  3. En un recipiente de horno previamente engrasado con un poco de mantequilla, mezcla las verduras con la mezcla de huevos y el queso,
  4. Gratina hasta que tenga un bonito color dorado. 

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