Ensalada de canónigos, brie y nueces

serendipia 
Adapt. del ingl. serendipity, y este de Serendip, hoy Sri Lanka, por alus. a la fábula oriental The Three Princes of Serendip 'Los tres príncipes de Serendip'.

1. f. Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual. El descubrimiento de la penicilina fue una serendipia.
Érase una vez, en la tierra de Serendip, un rey sabio y grandioso que gobernaba con sobrada sapiencia al tiempo que criaba a sus tres hijos. Giaffer, que así se llamaba el monarca, encargó a los mejores tutores del reino la crianza e ilustración de sus vástagos. Los chicos eran listos, cautos e inteligentes. Sin mayor problema se convirtieron en expertos en ciencia, lenguaje, filosofía adquiriendo tanto conocimiento que el padre no cabía de tanto gozo. Pero preocupado de que los muchachos estuvieran sobreprotegidos en la corte y sobre todo, algo mosca de que los tutores no le estuvieran haciendo la rosca ampliando con agasajos las verdaderas aptitudes de los príncipes, decidió que había llegado el momento de que aprendieran por sí mismos.

El rey llamó a su hijo mayor y le dijo: “Mi amado hijo, tú sabes cuánto tiempo he gobernado este reino y cómo me he esforzado en cuidar a nuestros súbditos y gobernarlos con amor, misericordia y justicia, pero ahora que me estoy haciendo viejo, siento que es momento de preparar mi viaje al otro mundo. Así que he decidido retirarme y tú serás quien gobierne con igual justicia para todos, con amor y caridad, especialmente para los pobres, ancianos y enfermos sin titubear cuando castigues a los culpables y malvados según las leyes de la tierra y de Dios”.

El hijo expresó al padre su gratitud pero declinó el ofrecimiento ya que estaba seguro, que con la ayuda de Dios, su padre podría reinar muchos años más y aunque estaba dispuesto a obedecerle sentía que no era digno todavía de heredar la corona: "cuando el Señor te lleve al cielo, por supuesto que yo me ocuparé del reino y trataré de gobernar tan sabia y justamente como tú lo has hecho”. 

Giaffer quedó conmovido con la respuesta de su hijo mayor. Hizo llamar al segundo príncipe quien también declinó la oferta: “¿No debería mi hermano mayor gobernar después de ti?”. El rey, lleno de orgullo, llamó a su tercer hijo quien también se negó, recordándole a su padre que sus dos hermanos mayores tenían más derecho que él y con toda la razón. El rey estaba satisfecho y feliz pero no quebró su decisión de alejar a los príncipes de los libros y tutores, y así forjar el carácter de los muchachos. Y lo hizo, un poco a lo bestia, tal y como se hacía en aquellos tiempos remotos. Los desterró fingiendo enfado y decepción.

Así es como los príncipes abandonaron Serendip y viajaron hasta llegar a otro reino, gobernado por el emperador Beramo.
De camino hacia la capital imperial, se encontraron con un camellero cuyo animal había escapado. Preguntó a los príncipes si lo habían visto y bien por hacer un poco de guasa o por dárselas de sabiondos, uno de ellos preguntó: “¿Tu camello estaba ciego de un ojo?”. “¿Y le faltaba un diente?” preguntó otro. “¿Y también era un poco atontado?” preguntó el tercero. Sí, sí y sí. Los hermanos siguieron con la broma y le dijeron al camellero que se habían cruzado con el animal.

Allá que fue en su busca pero regresó frustrado. "¡Me mentisteis!" les dijo. “Regresé más de veinte millas por el camino y ni rastro”. Lejos de dejar la chufa, uno de ellos añadió: "Tu camello tiene un montón de mantequilla a un lado y miel al otro". “Además, lleva una mujer en su espalda”, dijo el segundo. “Y está embarazada”, dijo el tercero.

Todo era verdad. Esto convenció al pobre hombre que la única manera de saber tanto sobre su camello perdido era porque lo habían robado y escondido ellos mismos. Los denunció, un juez los arrestó y el propio emperador los condenó a muerte -por el camello ya que una mujer más o menos daba igual-.

Por suerte, un amigo del camellero encontró al animal - y espero que con la mujer a cuestas que el detalle parece no haber trascendido- deambulando por el camino y una vez reconocida la inocencia de los hermanos, Beramo los llamó a su presencia. ¿Cómo sabían de todos esos detalles si no habían visto a la bestia? Uno de los hermano dijo: “Vi un rastro de hierba donde sólo se había comido en un lado del camino aunque la del otro lado era de mejor calidad, así que llegué a la conclusión de que el animal debía estar ciego de un ojo”. “Me di cuenta de que había restos de pasto masticado que debieron habérsele caído por el hueco de un diente” dijo otro. El tercero dijo: “Y supe que el camello debía estar cojo porque había huellas de tres pezuñas y una pata arrastrada”.

Impresionado, el emperador quiso saber más: uno dijo: “Supuse que debía llevar mantequilla por un lado y miel por el otro, porque a un lado del camino había rastro de hormigas y al otro muchas moscas que adoran la miel”. Otro añadió: “Deduje que llevaba a una mujer porque vi marcas de haberse arrodillado el camello, vi una pequeña huella humana y orina cerca, y cuando la olí sentí una agitación de lujuria”. “Y supuse que debía estar embarazada porque vi huellas de manos que indicaban que tuvo que ayudarse con ellas después de orinar”, completó el tercero.

Beramo reconoció los méritos de estos muchachos y les rogó que se quedaran  como sus invitados. Durante esta estancia, los tres príncipes tuvieron más de una vez ocasión de poner en practica su inteligencia y capacidades de deducción.

Pues esta ensalada es serendípica a rabiar. Empezó siendo de canónigos, queso de cabra y bacón. el bacón se nos perdió como el camello, el queso brie llegó a falta de un buen rulo de cabra y los cramberries y las nueces de pura chiripa para que al perder el saborcillo del bacon no nos resultara sosa. Y así, de carambola, nació una de las ensaladas más fáciles y solicitadas de mi casa. Ahí es na'.


Ingredientes:
  • Canónigos
  • Queso brie a tu gusto
  • Nueces a tu gusto
  • un puñado de cramberries
  • Aliño: aceite de oliva, vinagre de vino, 1cdta. de agave o miel, 1 cdta. de mostaza, sal y pimienta

Preparación:
  1. Pon todo en el plato y por otra parte, mezcla el aliño. Añádelo justo a la hora de servir para que no se mojen los canónigos.

Si te ha gustado, comparte o imprime:

Publicar un comentario

 
Copyright © En pruebas: HyE. Diseñado con por Las Cosas de Maite