Paté de sardinas
Un día como hoy pero de 1935 fallecía a causa de un accidente el técnico de la RAF Thomas Shaw. Tan solo Winston Churchill y sus parientes más cercanos sabían que el fallecido no se llamaba Shaw sino Lawrence. Thomas Edward Lawrence, conocido por Lawrence de Arabia, murió en medio de una tormenta mientras intentaba esquivar a dos ciclistas con su motocicleta. Completamente hundido, decepcionado y tachado de traidor por la liga de naciones árabes con quien había luchado contra los turcos, Lawrence vivió en el anonimato desempeñando labores menores para el ejercito.
Pero ¿qué pasó? pues lo de siempre. Se enamoró de las tierras de Medio Oriente, de sus gentes, congenió con su causa y se vino arriba; no solo luchó a su lado sino que les prometió cosas que después su gobierno no cumplió. Pero no debería contar esta historia por el final que no queda bonito. Empecemos con un érase que se era como es debido.
Thomas Edward Lawrence era un arqueólogo inglés que quedó prendado por la cultura árabe y mientras excavaba, se interesó por aprender el idioma -cosa bien rara en un inglés- y se convirtió en un gran conocedor no solo de su cultura sino también de la situación histórico-geo-política de la región. Esto hizo que los servicios de inteligencia ingleses le echaran el guante. Con el pretexto de excavar en la península del Sinaí, se le ordenó que hiciera un informe topográfico de la zona con fines militares. ¿Y por qué? porque la región estaba que echaba chispas.
Te lo cuento en plan resumen: El Imperio otomano, aunque estaba en sus últimas, seguía dando mucha tralla y conquistando cada vez más territorio en contra de los intereses del Reino Unido y Francia por un lado, y por por otro traían por la calle de la amargura a las provincias árabes oprimidas por el imperio. Vaya, que los otomanos no tenían muchos amigos por la zona. Así las cosas, los británicos idearon un plan para atraer a los nacionalistas árabes ayudándoles a levantarse contra el turco. En fin, el plan de siempre, meto cizaña, que se peguen y luego me como el pastel.
Y así es como los ingleses aprovecharon el conocimiento y carisma de Lawrence que realmente amaba el mundo árabe al que consideraba -y con razón- heredero legítimo de los pueblos de la región que les fueron arrebatados por los otomanos. Tierras oprimidas y castigadas que soñaban con la autodeterminación unidos bajo un gran Estado árabe que ofreciera estabilidad a sus gentes.
Y así, tras ganarse su confianza, en 1915 logró que los líderes nacionalistas confiaran en los británicos y firmaron el protocolo de Damasco, donde la Gran Bretaña reconocía la independencia árabe a través de un solo Estado árabe, se comprometía en la mutua defensa en la zona y muy importante, que se anularan los privilegios extranjeros, porque los árabes estaban hasta el moño de los señoritingos imperialistas vinieran de donde viniera. A cambio de esta quimera, los británicos poseería un dominio preferente en temas económicos. Ya sabes, todo por la pela.
Y mientras nuestro hombre luchaba en la rebelión árabe durante la Primera Guerra mundial, logrando la caída del imperio e influyendo notablemente en el periodo posterior de pacificación, la Gran Bretaña hacía de las suyas: en marzo de 1915 y en secreto, negoció con Francia y Rusia el reparto del malogrado Imperio otomano. Casualidades de la vida, el zar se fue al garete y los revolucionarios rusos hicieron público el acuerdo del despiece. A los líderes de la revolución árabe se les tachó de traidores y colaboracionistas con los cristianos, en plan enemigos del Islam dejando cogido con pinzas el sueño de una gran Nación árabe.
Pero la puntilla, la gran traición británica, llegó tras la Declaración de Balfour, en noviembre de 1917, donde se le prometió a los sionistas un hogar judío en Palestina. ¿Os imagináis el dolor tan tremendo que sentiría si hoy levantara la cabeza y viera el genocidio palestino?
Y hoy es domingo de reto, de Homenajeblog donde cada mes nos colamos en cocinas ajenas y homenajeamos al anfitrión cocinado alguna de sus recetas. Este mes el turno es para Hirma del blog Sopa y pilla un blog que apenas conocía pero que tiene un montón de recetas estupendas y donde he encontrado este maravilloso paté de sardinas porque como dice el dicho, sin sardina la foca no baila, así que para estar activo y con la pila bien cargada, hay que poner una sardina en nuestro día a día. Y otra receta más, cargadita de omega3, como tiene que ser. ¡Muchas gracias, Hirma!
Ingredientes:
- 1 lata de sardinas en aceite de oliva sin piel
- 100gr. de queso crema (he usado 75gr. queso crema y 75gr. de labne)
- medio limón
- 1 cebolleta pequeña
- perejil o cebollino fresco a tu gusto
- pimienta
Preparación:
- Pon todos los ingredientes juntos -las sardinas escurridas- y tritúralos. A la hora de servir, pon unas gotas del aceite de las sardinas por encima.
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