Crema de patata y trufa con hijos

A Lucas le gusta hacer fotos. Esto de que la cámara viva en la cocina y siempre a mano ha llevado a mi pequeño a desarrollar su nueva gran afición: visualiza la cámara, se le iluminan los ojos -la pasión-, la enciende -concentración- se pasea buscando plano -más concentración- y chak-chak-chak. Y lo más sorprendente: el tío es bueno.  Mira que los retratos aún no los domina y por mucho que nos pongamos a tiro -a veces hemos terminado por los suelos- siempre salimos sin cabeza. Pero es un pequeño genio recogiendo escenas cotidianas. Sobra decir que también ha probado a fotografiar la comida igual que su mami aunque aún no le ha encontrado la gracia. Con la de cosas divertidas que hay en la casa y mamá siempre con el objetivo dentro del plato.

Y habrá quien piense: mira esta loca las cosas que le consiente al niño. Pues si. Así es. Te lo digo sin rubor ni vergüenza porque, esta vez, he optado por educar a mi segundo hijo como me da la gana y no como se supone -o te cuentan- que hay que hacerlo. A los niños no hay que dejarles esto... a los niños no hay que enseñarles a lo otro... ¡Cómo que no! ¡Hay que enseñarles miles de cosas! Mira, hasta los 5 años de edad tenemos una capacidad casi infinita de aprender. Un filón que pretendo aprovechar a mi manera. O a su manera. O de cualquier manera.
Esta vez opto por dejar que él marque sus propios límites. Le dejo que aprenda solito, lo cual no significa que le deje a su albedrío. Puede experimentar pero bajo libertad vigilada. Por ejemplo, si la comida quema y no la sopla -yo solo aviso que quema- pues se quema. Si juega bruto corriendo el riesgo de desmorrarse contra el suelo -yo le aviso- y si se la da, pues se la ha dado, que le vamos a hacer... y a ver, que estoy hablando de un chichón, que no le voy a dejar encadenarse a las vías de tren ni nada similar. Hago esta aclaración por si las moscas que tengo fundadas sospechas para pensar que hay gente muy tremendista.

En fin, que lo bueno de esta gestión, es que Lucas ya dispone de su propio criterio y sabe que las patatas, cuando salen del horno, queman de la leche y que si no se sienta bien en la mesa el porrazo puede ser morrocotudo. Sabe que si juega con agua y se moja, luego pasa frío. Que si no guarda los juguetes se pierden y no sabemos donde están -hemos tenido un par de miles de ataques de pánico por esta circunstancia-. En definitiva, él ya sabe bastante por si mismo sin que tenga que estar encima para recordárselo. O casi encima. Si se mete en un lío ,por ejemplo, bajando  las escaleras con sobrepeso de cochecitos y le pregunto si quiere ayuda, y si me dice que no, pues nada. Espero hasta que los coches terminan desperdigados por mis macetas. Si quiere hacerse solo la tortilla -le chifla- le pregunto si rompo el huevo. Normalmente, me contesta Lucas solo y en más de una ha terminado con la baba de la clara chorreando por el ombligo. Ahora él casca contra el plato y yo lo estampo. Como ves -o como lees- lo llevamos bien y lo cierto es que nos funciona. No suele hacer faenas por  la espalda a no ser que quiera vengarse de los papás, pero esta sería harina de otro costal.

En cambio, con Álvaro, mis primeros y torpes pasos en el camino de la maternidad fueron bastante infructuosos. Te juro que no he conocido niño más decidido que el mío; con 10 meses hacia saqueos en la nevera. Con dos años se bebió el aguarrás de los pinceles de su tío mientras estaba pintando -tres días de hospital- con cuatro subía a los árboles y con cinco trepaba hasta el techo del pasillo de casa... con siete ya tenía rotos los paletos, el labio, el frenillo de la lengua, la frente y la ceja. Y su vida aventurera no había hecho más que empezar. Lo normal, era que cada vez que daba la media vuelta algo sonaba y si no ¡Ay, madre! los silencios siempre sonaban a tragedia. Mi hijo nunca estaba limpio y en sus rodillas había todo un sub-universo permanente de roña. Ahora me estoy acordando de una ocasión que estando de vacaciones con su abuela, le pillaron por la noche en la terraza, encaramado a una escalera y con la pobre perra colgado porque estaba intentando subirla al techo de la casa. Cada vez que se le preguntaba: "¿pero que querías hacer ahí arriba?" el contestaba "ver el paisaje" ¡De noche! Hoy en día, cuando le pregunto, aún me contesta "ver el paisaje".

Con el paso del tiempo, comprendí que mi peque era un enano de acción con mayúsculas. Todos los niños son inquietos y peliculeros pero la sed de aventura que Alvarete tenía, era algo fuera de lo normal ¡Mecachis! pero en vez de dejarle desarrollar sus aptitudes a lo Indiana Jones me pasé media infancia repitiendo hasta el aburrimiento frases en la onda de "estate quieto" "no molestes" "no corras" "deja eso" "no toques" "no" "no" "no".... ¿Por qué fingimos ante nuestros hijos una disciplina y una rectitud que no encaja con nuestro propio estilo de vida? Siempre he sido espontánea y algo anarca en mi forma de vivir pero para hacerle un bien al niño -no vaya a ser que saliera "consentido"- había que ser autoritario... ¿?... esto suena a "haz lo que te digo y no lo que hago". ¡Ay cachis! si hubiera sabido lo que se ahora!... ainss... ¡ehhhhh! ¡un momento! que con esto hijo mío, no quiero que te cuelgues el cartel de pobre-niño-maltratado-por-la-sociedad-desde-su-más-tierna-infancia. Bájate del burro querido, porque has tenido el mundo en el bolsillo, has disfrutado de una legión de tíos carnales y políticos que te han mimado hasta el aburrimiento y ¡qué caramba! que nos lo hemos pasado teta:-)
Y una entrada tan tierna tiene que venir con receta amable... una sopa, claro. De patata aromatizada con trufa que además de ser el colmo de la sencillez, es una delicia muy fácil de comer en verano ya que templada (tirando a fría) está también deliciosa... y para ti, Erika, que ahora disfrutas de ese fresquito que tanto te gusta, enseño por fin esta sopa que ya sabes que preparé pensando en ti y que la tenía guardada en espera de una buena ocasión:-)


Nota: Las fotos han sido renovadas el 14 de enero del 2020. Mis enanos ya no son enanos (33 y 13) y son unos chicos fantásticos. Les miro y me siento muy orgullosa. Esta sopa sigue en casa. Las fotos están echas con la última luz de la tarde, a las 16:30 más o menos, en el último suspiro del día:-)



Ingredientes:
  • 4 patatas medianas
  • 2 chalotas o media cebolla
  • un trocito de puerro no muy grande
  • una punta de apionabo o de tallo de apio (poco que no debe de predominar)
  • 1 litro de caldo
  • una cucharada de crème frâise, nata agría o yogur
  • una trufa pequeña 
  • verde que te quiero verde (lo que quieras pero que sea fresco)
  • un poquito de aceite

Preparación:
  1. Corta en fino las chalotas y el puerro y lo salteas en la misma cacerola apenas mojada en aceite. Cuando empiece a dorar, añade las patatas cortadas en trozos, el apio y el caldo. Deja cocer unos 15-20 minutos.
  2. Cuando las patatas estén tiernas, lo retiras del fuego, añades una cucharada de nata agría, la trufa  y sal si hiciera falta. Lo trituras bien fino y saca las cucharas que vamos a disfrutar de lo lindo:-)

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