Galletas encartadas (III): Lebkuchen
Mi querido Sr. Lebkuchen,
No sabía muy bien que tratamiento debía otorgarle puesto que para serle sincera, no tengo ni pajolera idea de si usted es una galleta navideña o un pan de especias, tontería barbara cuando se trata de devorarle pero algo incómoda a la hora de redactar esta carta. Bien mirado, el asunto da igual porque se ofenda o no, sé que no me va a contestar soltándome un par de improperios y en el inverosímil caso de que esto ocurriera me la traería al fresco -para que mentir- ya que sería una alusión tan clara y rotunda sobre mi perdida final del poco juicio que me resta que no podría perder el tiempo en ofensas ya que estaría buscando como una loca un psiquiátrico decente donde tratar tales males: "paciente hiperactiva enganchada al rodillo y al delantal, sufre alucinaciones varias e ingresa en este establecimiento convencida de que el Sr. Lebkuchen la odia a muerte y le ha insultado sin reparo alguno. Alega que ella siempre ha sido muy cortes con todo el surtido navideño ya fuera nativo o foráneo..."
No, no es plan hablar de estas cosas porque ni usted ni yo vamos sobrados de tiempo. A usted le queda medio asalto, si me permite ser tan cruel y directa. Al fin y al cabo la realidad pinta sola y ahora que San Silvestre ya nos dejó ese regustillo a petardo y luminotecnia en el ambiente, usted tiene los días contados. En menos de lo que canta el gallo, nadie se acordará de usted. Será solo un recuerdo empacha'o para la mayoría de la población y lo poco que quede de sus jugosos y dulces surtidos solo serán visibles en el cajón del -50% del supermercado. Y después de esto, nebulosa pura y dura hasta la próxima navidad...
Por mi parte y a dios gracias, mi vida no corre especial peligro aunque como siga con este trajín corro a riesgo y ventura de terminar cuando menos encajada dentro de una camisa de fuerza... en cualquier caso, olvido o locura, qué más da, ambos estamos en la cuerda floja, usted rezando por ser comido a tiempo y yo por sacar tiempo para comerme la vida a cucharadas como solía hacer antaño... daría mis mejores masas por un par de días aislada del mundanal ruido, lejos de mi recalentada cocina, estar sorda y muda a todo lo que se mueva a mi alrededor y reconcentrada únicamente en hablar con el mundo, charlar traquilica, mirar que se cuece ahí fuera y darme un garbeo por el facebook como solía hacer antaño: darle al me gusta como una posesa y entrar en alguna que otra conversación trivial y absurda en su contexto pero que nos recuerda que ahí estamos todos, cerquita pese al extenso kilometraje y rejunta'os de puro afecto, que cualquier bizcocho es escusa para decirnos cosas bonitas y alegrarnos el día...
Sí, sé lo que está pensado. Usted fue testigo de la escapadita que me marqué con el Günter... Qué bonico fué, verdad? parecíamos un par de fugitivos enamorados viviendo una aventurilla secreta. Le comenté que lo mismo la gente nos tomaba por compañeros de trabajo que nos metíamos mano debajo de los escritorios en la oficina sin que nadie lo supiera y que nos habíamos escapado al extremo más sureste del país para besuquearnos a gusto... porque en el hotel -uno de esos que vas allí para no salir de él en todo el día- nos teníamos todos requetecalados:
La anti-tomate, vegana de pies a cabeza salvo cuando le ponían un cherry en el plato porque ahí se le subía el filetazo de puro asco y es que traía a la cocina loca con su aversión al rojo y jugoso fruto de la tomatera.
El Cunninghan, un pequeñajo y regordete caballero que se hospedaba solo y que no paraba quieto ni un ratico. Por no parar no paraba ni entre plato y plato que a la que salía a echarse el cigarrillo entre el entrante y la ensalada le decía al camarero "deja la sopa para luego y pónme otro chupito majo"...
Y las pin y pon! un par de amigas entradas en años que llegaron el mismo día que nosotros. Al entrar en el comedor para cenar la clienta habitual le presentaba a la amiga al personal del hotel. El dueño, cuando se acercó a las mesas a saludar a la clientela y comprobar que todos, además de estar poniéndonos como el kiko, también estábamos bebiendo como cosacos -el vino no estaba incluido en la pensión completa- al pasar al lado de ellas exclamó: Vaya Frau XXX, no sabía que tuviera amigos" creo que sonó como chistecito amable aunque el Günter y yo, que somos de risa fácil, nos entró una hartada a reír que nos puso un poco en situación de apuro aunque a dios gracias, ya le habíamos dado al vino sin reparo así que nos consolamos pensando que el resto de personajes de esta historia nos tomaron por borrachines y no por desvergonzados.
Lo dejaría aquí pero no puedo pasar página sin dedicar un par de frases al gran friki-sauna, qué fenómeno de tipo! anónimo a rabiar cuando estaba vestido pero ay cuando bajaba a la sauna y se quitaba el albornoz! ay madre qué cuadro! qué control de los mandos en la sauna, con qué profesionalidad manejada el termómetro y los niveles de humedad, cómo controlaba el tipo cuando airear la cabina o cuando darle caña a las brasas. Cachis con qué aplomo de seguridad y confianza paseaba su culete en pelotica picá para tomar una ducha, beber un vaso de agua o simplemente estirar las piernas y ver que hacíamos el resto de parroquianos en sus dominios. Con un par, ese mismo que paseó a lo Adán sin hoja de parra como Pedro por su casa, se paseaba por la piscina al aire libre -sí, tal cual, en Austria, en diciembre, sin una mal estufa a la que arrimarse- para tomar aire fresco antes de volver a la siguiente sesión de brasas al agua..
¿Qué si nos lo pasamos bien? tuvimos todos los ingredientes para una novela de Agatha Christie salvo en un par de detalles: no hubo cadáver y el camarero no fue el asesino...
Pues muy a mi pesar tengo que despedirme que me excedo en palabras y tengo mucha tela que contar al otro lado de la pantalla. Solo quería decirle que le adoro, Sr. Lebkuchen, usted es, fue y será mi favorito navideño pase lo que pase aunque salga el sol por Antequera o por el Tirol que Andalucia a nosotros nos queda muy lejos,
Con todo mi cariño,
Yo uso dos recetas de lebkuchen. Está que publicó Erika el año pasado.. qué digo! hace dos años! qué locura como se disparó el tiempo! pues la de Erika es la receta avanzada, la que se hace en los surtidos de galletas más elaborados. Esta de hoy, es la sencilla, la que es más similar a un pan de especias y que se suele hacer para confeccionar figuritas navideñas.
Ingredientes:
- 500gr. de harina (100% centeno o al 50% con trigo)
- 3 huevos
- 125gr. de miel
- 125 gr. de azúcar morena
- 2 cucharadas de especias para lebkuchen (canela, clavo, pimienta, pimienta de jamaica, jengibre, cardamomo, coreanda, anis estrellado, hinojo, nuez moscada y macis)
- 1 cucharadita de bicarbonato o polvos de hornear
- guarda un poquito de huevo para pincelar
Opcional: tengo una receta antigua que le añade además 60ml. de café y el zumo de medio limón pero además dobla la cantidad de miel y de azúcar. Nunca me he atrevido a hacerlo así)
Preparación:
Hacemos una masa con todos los ingredientes y dejamos que repose toda la noche en la nevera. A la mañana siguiente, precalentamos el horno a 180ºC. Extendemos la masa con ayuda de un rodillo. En lugar de usar harina para que no se peque a la mesa -la miel hace de ella una masa algo pegajosa- es mejor que te mojes las manos en un poco de aceite o mantequilla y las frotes sobre la encimera. Es la mejor manera de trabajarla. Corta las figuritas con un grosor de unos 5mm, algo más gorditas que las galletas tradicionales. Tradicionalmente se decoran con almendras o guindas confitadas. Las pincelas con un poco de huevo batido mezclado con agua y las horneas unos 10-12 minutos.
Deja que enfríen por completo antes de guardar en una caja de latón. Recuerda que tienen textura blandita, como de unos bizcochitos de miga prieta.
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