Orejas de carnaval con confesión incluida
Mi madre decía que él tenía pasión por mí, y que yo me ponía muy coquetona cada vez que venía a casa...este señor de la foto, se llamaba Pedro. Digamos que su nombre completo era Pedro Gutenberg, apellido falso donde los haya, pero así es la vida del espía, uno puede usar el nombre que le dé la gana menos el real. Pedro -Peter, esto sí que es auténtico- era espía. Alemán, para más señas. Trabajaba en la base secreta que había a pocos kilómetros de Daimiel, donde vivíamos. Si alguien conoce el pueblo, puede que se acuerde de los hotelitos que había frente a la cooperativa. La primera casita, era la nuestra. En esta foto hacía poco que a mi madre le habían quemado el pelo en la peluquería. Recuerdo el revuelo, y me acuerdo de verla llorar como una descosida. La peluquera también lloraba, pero con menos empeño. De todas formas, allí había un caos de mucho cuidado porque las clientas se resistían a dejar el salón dando todo tipo de consejos para cómo hacer que a mi madre le volviera a crecer el pelo en tiempo récord. Allí metía baza todo dios y la que ya no tenía más remedios que inventarse, recurría al ainnnsss la pobre, ¡cómo lan'dejao a la pobrecita mía! Pero yo, esto, lo supe varios años después. En aquel momento, yo no estaba segura de lo que pasaba, ni por qué llamaban pobre a mi madre ni por qué le habían puesto un pañuelo en la cabeza. La pañoleta, por supuesto, cortesía del establecimiento, lo mismo que la peluca -un pelucón rubio enorme- que la muy abnegada ex clienta del salón de belleza del pueblo tuvo que lucir durante varios meses... Pero esta es otra historia que no descarto contar cualquier día de estos. La de hoy, es una de espías y amores imposibles, la combinación perfecta para darle tensión al párrafo...
Pedro Gutenberg era un señor requeteguapo amigo de mis padres. Mi padre y él se conocieron en la base secreta así que no puedo dar muchos detalles de cómo fue aquel primer encuentro. Solo diré que los matrimonios encajaron fenomenal y junto con otra pareja más -oriunda de Almería y de ahí nuestra conexión almeriense- pasaban los fines de semana de picos pardos de aquí por allá mientras a los infantes nos dejaban abandonados a nuestra suerte en manos de una niñera... aquí debería relatar que una horrible y cruel Fräulein Rottenmeier nos torturaba y nos hacía sufrir, pero mis entrañas no me lo permiten. Ito era la dulzura en frasco, fue nuestra segunda mami que nos quiso con locura y nos siguió queriendo la vida entera. Mila también era la dulzura -y también en frasco- y era quien más trajinaba con nosotros, quien nos quiso y la quisimos también por los siglos de los siglos. Porque de aquellos años, yo solo recuerdo amor.
Un par de años después a esta foto, el matrimonio Gutenberg apadrinó el bautismo de mi hermano Juan Pedro, que se llamó Juan en memoria del abuelo de mi madre y Pedro por él, que por algo era el padrino del chiquillo. El nombre elegido fastidió bastante a mi abuelo, que era de los que pensaba que los nietos debían de llamarse como los abuelos pero mis padres tuvieron clarísimo que no querían traumatizar a ninguno de sus hijos llamándolo Saturnino. Mi hermano mayor se llamó Jesús por mi padre, yo como mi madre y mi abuela, así que me temo que a mi hermano Luisfer le habría tocado el honor de llamarse Saturnino... madre mía de la que se libró! Pero Juan Pedro sonaba precioso. Tanto gustó el nombre al padrino, que a su tercer hijo y primer barón le llamó Johannes Peter. Mi hermano Juanpe decía que él era medio alemán por parte de sus padrinos y que eso le daba cierto pedigrí germano... a mí me repateaba ese aire pedantín -no puedo negarlo- siempre con la misma retahíla en la boca chinchando a lo tonto, sin ton ni son... porque yo me ponía amarilla... eso sí, en requetesecreto. Porque nunca antes he hecho ni hice ni imaginé que haría semejante confesión: yo estaba loca por los huesos de Herr Gutenberg.
Tengo recuerdos fugaces y desordenados de cuando nos visitaba en casa. Recuerdo su vozarrón y su risa -tremenda, sonora y abierta- su olor a aftershave, sus mimos, cuando me cogía en brazos, siempre atento a la muñeca de la casa que pasó a alimentar la cola de la segunda fila cuando Juanpe nació... no me malinterpretes, no es que me fastidiara, no recuerdo enfado ni celos al bebé que por cierto adoraba y manejaba como un muñeco para estrés de mi madre que no conseguía quitármelo de las manos... lo que recuerdo es una tristeza enorme. A mí se me antoja que toda estas historia la conseguí mantener ultrasecreta pero mi madre me decía que no. Que yo tenía debilidad por Pedro y que me ponía a gritar como una loca cada vez que entraba por la puerta, me cogía en brazos y me achuchaba... primera lección de vida: uno siempre es el último en enterarse de los secretos a voces cuando el amor acecha.
Hombre escandaloso, encantador con las mujeres -doy fé- alegre y desenfadado que, como buen bávaro, bebía cerveza como un cosaco vodka. Siempre impecable, de punta en blanco, con ese aire de actor de cine en una España que aún conocía pocos guiris -la operación Torremolinos aún no había comenzado- elegante y seductor.. puede que no tanto, quién sabe, pero a mí siempre me lo pareció... era imposible no enamorarse de Herr Gutenberg y con ese fatalismo precoz acepté mi destino...
Un destino que a medida que crecía se iba volviendo cruel y despiadado. Un buen día, no recuerdo cuando, comprendí que esas dos canijas que siempre acompañaban a mi espía favorito eran sus hijas.. ¡sus hijas! y yo era ¡amiga de ellas! esto me perturbó terriblemente. Si tenía hijas.. entonces la madrina de Juanpe no era solo eso, una madrina cualquiera.. era ¡¡¡su mujer!!!! adiós a mi sueño de casarme con Herr Gutenberg, el señor más guapo del mundo ya no podía esperar a que yo creciera. El muy canalla ya estaba casado... segunda lección de vida: un hombre atractivo y seductor tiene mujeres hasta dentro del forro de la chaqueta.
Creo que cogí algo de manía a la madrina. Cuando menos, intentaba ignorarla. Me sentí muy culpable cuando murió, en un accidente que sonó un poco extraño hasta para una enana tan enana como yo... murió de un disparo, según mi padre accidental al tirar la pistola sobre la maleta, preparando el regreso a Munich. Las niñas ya estaban allí, acababan de empezar el cole. Nunca he sabido la verdadera historia -tengo que preguntar a mi hermano Jesús. Llevo días llamándole y el tipo se hace el despega'o. Seguiré insistiendo-. Durante un tiempo pensé que había historias de espías a lo cine negro tras el disparo accidental de madrina pero según crecí he llegado a la conclusión que muy probablemente, se trató de una bala pasional. Puede que la futura segunda Sra. Gutenberg ya estuviera en escena y que esas maletas significaran una ruptura definitiva del espía más guapo del mundo... el amor tiene estas cosas, hay gente que se lo toma a la tremenda sin reparar en esfuerzos para quitarse de en medio... pero después de todo, puede que fuera solo eso, un disparo fortuito.
Oí comentar en más de una a mis padres que las niñas lo estaban llevando fatal. No ayudó a las crías que el Sr. Espía se volviera a casar tan pronto. De nuevo una madrina en nuestras vidas y ésta, madrina II, era requete desapegada y distante. La relación de Pedro con mis padres empezó a distanciarse y por ende conmigo, su más devota admiradora, la enana de la segunda fila que mientras fue la prota en esta historia de amor fue la niña más feliz del mundo. El traje de volantes, es el que mi madre me compró para la feria de la Virgen de Mar pero a Pedro le chiflaba verme con él, así que me faltaba tiempo para engalanarme con mis faralaes y cuando él me decía "báilame algo mi niña!" me faltaba tiempo para ponerme flamenca, fandanguera y lo que hiciera falta.
Las orejas de carnaval, son receta de Virginia y las fotos se las dedico con todo corazón porque aquí hay más de un guiño a su entrada :-)
Las orejas de carnaval, son receta de Virginia y las fotos se las dedico con todo corazón porque aquí hay más de un guiño a su entrada :-)
Ese vestidico de feria, cómo no, a mi Lola, que ella sabe :-)
Y mi primer amor, el primer roto en mi corazón, se lo dedico a mi espejo en la Argentina, a la Ventolera, porque nunca tenemos tiempo de hablar de nosotras, de nuestros secretos, ni de nuestros recuerdos :-)
Ingredientes:
- 1 huevo
- 25ml. de anís (usé una cucharada de anís molido y una copita de limonchello)
- 250gr. de harina repostera
- 2,5gr. de sal
- 50gr. de mantequilla derretida
- 60gr. de azúcar
- ralladura de 1/2 naranja
- 100ml. de agua con gas
- aceite suave para freír
- 1 corteza de limón o naranja para freír
- azúcar para espolvorear
Preparación:
- Muele el anís (solo si no usas licor de anís) junto con los 60gr. de azúcar (4 cucharadas rasas). Vuelca el azúcar en un bol y añade la ralladura de naranja y el huevo. Lo mezclas un poquito. Añade la mantequilla, el licor y mezcla de nuevo. Añade el harina y la sal y mezcla hasta que tengas una masa suelta a modo de migas. Vas añadiendo el agua con gas y ligando poco a poco la masa. Amasa hasta que tengas una bola suave y algo pegajosa al tacto. Deja que repose a temperatura ambiente al menos una hora antes de proceder para que la masa tenga a elasticidad adecuada. De no ser así, cuando estires las tortas y las pongas a freír se encogerán.
- Pasado este tiempo, reparte la masa en entre 10 a 14 bolitas dependiendo del tamaño que quieras darle a cada pieza. Moja un poquito la encimera con aceite -nunca con harina- y estira las tortas con ayuda del rodillo todo lo que la masa dé de sí -casi transparentes.
- Pon a calentar una sartén con abundante aceite. añade la corteza de limón o de naranja y cuando se empiece a tostar, la retiras. Vas friendo cada torta por los dos lados. Con ayuda de un palillo chino o el palo de una espumadera de madera, le das el pliegue típico. Deja que escurran el exceso de grasa encima de papel de cocina. Y sin mucha demora, espolvoreas azúcar por encima.
NOTA, Carnavales del 2017:
Cada vez que publico una receta nueva, existen dos reacciones que espero como agua de mayo. El primer comentario en este blog porque significa -o quiero creer- que mis relatos e historietas no caen saco roto. Es confirmar si solté un monólogo o llegué al corazón de mis escasos pero fieles lectores. La segunda reacción suele tardar un poco más pero la espera bien lo merece. Me inunda el agradecimiento cuando recibo un mensaje, o nota o fotografía de la receta, saber que mi sabor de casa se escapó a hogar ajeno y que allí viste y calza a su manera gracias a otras manos y otros fogones que la engalanan con el mismo amor con el que salió de mi cocina. Es cerrar un circulo muy especial, el de compartir, del que mucho se habla pero pocas veces se entiende.
Así que cuando una receta, no solo sale de mi mundo sino que va a dar con unas manos amadas -desde la niñez en este caso- todo cobra un sentido muy especial. Núria y yo fuimos compañeras de cole. En las galletas para no volver a perdernos puedes vernos a las dos, a lo Pili y Mili, siempre juntas :-)
Esta es su versión de las orejas que con tanto gusto dejo unidas a las mías, como en los viejos tiempos!
NOTA, Cuarentena 2020:
Estas son las de ¡Mila! sí, nos hemos reencontrado. Te lo cuento con pelos y señales aquí.
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