Sopa de pescado con leche de coco, botas viejas y una avería

Quiero ser feliz. No, no te asustes que no ando floja. Solo quiero decirlo. Quiero ser feliz. No tengo ninguna tragedia en mi vida. No hay nada de lo que me pueda quejar -ni lo deseo, no te dejes hacer el lío-. Solo quiero ser feliz. No quiero olvidarme de lo que deseo por encima de todo. Llevo días pensando bajar al centro comercial porque he visto un t-shirt que quiero comprar. Siempre me pasa igual, tardo tanto en ir que cuando llego ya no hay talla. Este invierno, además, necesito unas botas. Llevo dos temporadas detrás pero no terminé de decidirme. Las que llevo son las que me regaló mamá cuando nació Lucas. Me he resistido a jubilarlas. Me entra el agua cuando llueve pero me da igual, son mis favoritas. Pero de este año no puede pasar, necesito unas botas, de caña alta a ser posible...
Eso sí, van a esperar a mi cumpleaños. Hasta entonces seguiré con las cómodas, calentitas y mulliditas -esa esponjosidad que solo un zapato viejo sabe ofrecer- botas que me regaló la mamuchi cuando vino a conocer a su nieto, a Luquitas, un bebé dormilón y algo flacucho que nació 5 semanas antes de tiempo, no porque tuviera prisa -que le sacaron a la fuerza, él estaba requetefeliz en mi útero traidor antes de traicionarme- sino como consecuencia de un líquido amniótico que decidió fluir en plena noche sin previo aviso, sin sirenas y sin cohetes de colores. Fluyó calladico el muy canalla que de puro milagro me desperté... no sé si he contado la historia de mi avería intrauterina pero al romper aguas tan pronto, decidimos llamar al hospital y nos dijeron que mandaban una ambulancia, que me tumbara y esperase a los efectivos de la cruz roja. Así lo hice. Mientras, el Günter corría por la casa. Muchas veces me he preguntado ¿haciendo qué? porque llegue al hospital en camisón, sin muda, sin un mal cepillito de dientes desechable. Nada útil en estos casos llegó conmigo a la maternidad... la casualidad quiso que aún no tuviera la bolsa de salir zumbando preparada. Estábamos a domingo. El lunes tenía cita en el ginecólogo. Esa semana al entrar en el último mes, decidimos que haríamos el equipaje de urgencia. Por muy poco nos pilló con una mano delante y otra detrás. Pero así es, nos pilló y bien pilla'os...
El caso es que Gü ve por la ventana a los de la ambulancia. Un par de tipos se ponen a mirar el portero automático. Dudan, no ven mi nombre. El Günter que decide bajar y al abrir la puerta como un poseso se choca de narices con los vecinos. Ellos también habían roto aguas. A tiempo, aquí no había peligro salvo el portazo que estuvieron a punto de sufrir que bien podría haber terminado haciendo que los de la cruz roja tuvieran que hacer horas extras.

El caso es que ahí estaba yo. Dócil como un corderito esperando que un camillero me recogiera. En su lugar, se presentó un maromo de mediana edad, con cara de despiste que me dice: vamos Señora, la acompaño. Yo a cuadros. Yo ya tenía comparsa en ese escenario. No hay que olvidar que Günter era parte integrante de mi barrigón así que marchar acompañada del brazo de un desconocido se me hacía raro pero pensé: Uf, cosa de austriacos. Mientras, el padre de la criatura se queda rezagado cerrando la casa.
Al bajar las escaleras -a pié- la avería vuelve a hacer aguas. A chorros. Yo que pienso "Ay que me mato" y el camillero sin camilla pero con brazo presto me dice "tenga cuidado no se vaya a matar usted" -o algo parecido que en aquel entonces yo no manejaba mucho alemán-. Cuando llego -chorreando- me dice que me siente en el asiento -la camilla quedaba o de adorno o para él, no lo supe bien en aquel momento-. Yo que me resisto y le digo "Mojada. Yo ser mojada". En alemán claro, que una no habla como un indio sin necesidad. Y ahí que se pone junto con el conductor -otro señor de mediana edad pero que le doblaba en años al primero- a buscar algún trapito absorbente para poner encima del escay del asiento.

Aquí, justo aquí, empecé a sentir pánico. Toda esa movida era para que yo estuviera tumbada y sin agitar mucho hasta que el personal sanitario correspondiente explorara a mi criatura. Y allí estaba yo, con las piernas chorreando, con un charco bajo mis pies y un camillero de la cruz roja hablándome como a un boxer: sitzen, sitzen... apunto estaba yo de tirar la toalla -de haberla tenido- cuando llegó el Günter justo cuando ya cerraban la puerta y se iban sin él. Pero a dónde van? no me esperan? y mi mujer? pero cómo me la pone usted ahí! tiene que ir tumbada que aún la faltan 5 semanas. Y hombre, échele una mantita que la mañana anda fría y la pobre va empapada. No tiene algo más que la pongamos que no se me arrugue como una pasa con tanta agua? ... oiga, y por qué no limpiamos ese charco de ahí que nos vamos a matar todos? Dos horas para colocarnos como es debido, atando la camilla que se movía como un demonio, secando el suelo, por fin todos coloca'os, los cinturones.. ea, vámonos jefe que ya estamos.
Cuando nosotros llegamos, nuestros vecinos habían llegado hacia casi 20 minutos. O casi. En ese momento en la maternidad había overbooking. Nos pusieron juntas en la sala de espera, no en un vestíbulo sino en una habitación donde las mamás esperábamos a que se nos colocaran los bebotes, momento en el cual una mamá podía caminar, pasear, y hasta bailar. Yo no. Allí estuve 14 horas esperando.. pero ésta tendrá que ser otra historia. Puede que para el cumple de Lucas, dentro de un mes:-)

Mi segunda y última gran aventura de mi vida. La más grande jamás vivida por unos padres. Felicidad pura en vena. Sí, literalmente en vena! un montonazo de oxitocina corrió por mis venas pero de nada sirvió. Lucas sabía que no era el momento así que por su parte, no se movió. Se resistió hasta el final a dejar el cálido y confortable cuerpo de mamá:-)

Puedo pasar sin botas de caña alta, sin t-shirt verde flamboyante a rabiar, puedo pasar sin todo, pero no puedo vivir sin ser feliz. Quiero ser feliz. Que lo sepa a quién le corresponda y que tome cartas en el asunto. Pero por el amor de dios hermoso: que no me hagan como aquellos camilleros!
Esta sopa es una de las favoritas de Lucas. Es feuca, no muy fotogénica pero está deliciosa.


Ingredientes:

  • 750gr. de pescado troceado
  • 1 puerro cortado en aros
  • 2 patatas medianas cortada en dados
  • un manojo de verdura (espinacas, acelgas, berros, etc.)
  • un puñado de gambas (con cáscara. Si las pelas al final quedan más jugosas)
  • algo más de un litro de caldo de verduras
  • una lata de 400ml. de leche de coco
  • especias: garam masala, cúrcuma y jengibre molido
  • el zumo de un limón (o más. Yo pongo hasta de dos)
  • un poco de salsa de soja para el pequeñajo que se la bebería a litros

Preparación:

Tan fácil como ponerlo todo en una cacerola y dejar que cueza a fuego lento hasta que las patatas estén tiernas. Yo añado el manojo de verdura y la leche de coco en los últimos 10 minutos para que conserven su sabor.

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