Chuletas en salsa de ajo y limón para el desafío. Gerda y André
Cuando murió papá, guardamos todas sus cosas en cajas y las dejamos en el trastero de Luis. No había ánimo ni fuerzas en esos momentos así que determinamos retrasar esas horas en las que decidir con qué nos quedábamos para recordarlo y con qué no. Son con estas últimas, las del con qué no, las que requieren de más esfuerzo, las que más vacío concentran. Trastos que uno no sabe si alguna vez tuvieron valor o si estuvieron siempre ahí para revolverlo todo. Pero aquello que el ánimo no alcanza, lo hace el sentido práctico de la vida; el trastero estaba a reventar y ya no cabía ni un alfiler. Había que hacer limpieza.
Revolviendo entre montones de papeles, libros y agendas, encontramos una caja destartalada de puros habanos. Estaba atada con un trozo de cordel. Parecía que el cierre hacía mucho que ya no cumplía su misión. Dentro, un sobre con negativos, unas cuantas fotos y una libreta. Fue mi hermano David el primero en soltar un "la leche" aunque ese día resonaron unos cuantos más. En seguida reconoció a Robert Capa. Yo no tenía ni idea de quién me hablaba.
Revolviendo entre montones de papeles, libros y agendas, encontramos una caja destartalada de puros habanos. Estaba atada con un trozo de cordel. Parecía que el cierre hacía mucho que ya no cumplía su misión. Dentro, un sobre con negativos, unas cuantas fotos y una libreta. Fue mi hermano David el primero en soltar un "la leche" aunque ese día resonaron unos cuantos más. En seguida reconoció a Robert Capa. Yo no tenía ni idea de quién me hablaba.
—¿Recuerdas la foto titulada muerte de un miliciano?
—Claro que sí, se ha especulado mucho sobre si fue o no un montaje.
—Pues era suya. Manda narices, una guerra que dejó tantos muertos, como tantas otras antes y tantas después, pero la gente se dedica a perder tiempo teorizando si el miliciano fingió su muerte horas antes de que le mataran. ¡Manda huevos!
A medida que veíamos más fotos, la cabeza comenzó a hervir —¡La leche, ésta es Gerda Taro! ¡y Chim! ¡la leche! ¡la leche!— Yo no era capaz de sumar dos más dos. Además, no tenía muy claro qué me estaban contando. Mis hermanos me hablaban a tres bandas. Gerda, la compañera de Robert. Chim, el tercer mosquetero. Los tres se conocieron en París, exiliados y comprometidos políticamente contra el fascismo. Ellos ya le habían visto las garras al monstruo y en aquellos años, nadie vivía ajeno a lo que estaba a punto de estallar en Europa. Sus nombres eran inventados. Tres emigrados judíos vendiendo fotos y reportajes en la capital artística y cultural más importante de la época no tenía ningún tirón. Fue idea de Gerda inventarse un seudónimo más glamuroso que calara mejor en las agencias y revistas: David Robert Szymin se convirtió en David Seymour aunque siempre siguió siendo Chim para sus amigos -un juego de palabras derivado de su apellido original-.
Gerta Pohorylle, se convirtió en Gerda Taro haciendo un guiño a la Garbo y Endre Friedmann, André para sus amigos de juventud, pasó a llamarse Robert Capa. ¿Por Frank Capra? parece que sí. Buscaron que hablar de uno se asociara al otro y lo consiguieron. De hecho, las fotos de Robert eran las mejor cotizadas así que los tres vendían sus fotos firmadas por él. Chim se hizo pronto con su propia reputación pero Gerda siguió cargando con la etiqueta típica de la época donde una mujer carecía de talentos propios y como tantas otras, se la relegó al papel de "compañera de" trabajando casi siempre a la sombra de Capa a pesar de que André siempre supo que sin ella no hubieran alcanzado jamás tanto éxito. Ni siquiera se la valoró debidamente a su muerte. Alma mater del periodismo en femenino, retrató más allá del campo de batalla y de los soldados. Ella posó su objetivo en las mujeres y los críos masacrados, en las morgues después de los bombardeos, enfermos en retirada, el hambre de los pobres que si ya era hambruna antes, en la guerra se convirtió en la muerte inexorable de muchos. Y aún así, el mundo solo la retrató como el primer reportero de guerra caído en la guerra civil española; murió accidentalmente aplastada por un tanque.
—¡La leche! ¡no entiendo nada! ¿qué hacía papá con esto?—Chicos...
—¡Vete a saber! lo mismo tuvo oportunidad de comprar material de coleccionismo y...
—¡Ni de coña! tiene hasta los negativos y en una caja de puros. Un coleccionista tendría este material en un vitrina o cedido a un museo.
—Chicos... ¡chicos!
—Y papá no coleccionó en su vida ni un sello de correos.
—Dejar eso ahora —todos callamos al unísono. Mi hermano Jesús tenía la libreta abierta entre sus manos. Con la vista clavada en esas páginas y la voz solazada de quién ya está atrapado en la lectura, añadió— chicos, dejar eso ahora porque creo que la abuela Amparito nos lo va a contar de su puño y letra...
Madrid, 5 de septiembre de 1937
Otro día de mucho calor. De nuevo me he quitado el luto para estar en casa. Bastante duelo concentran mis entrañas. Esta guerra se está llevando a mis hijos uno a uno. Es insoportable. No hay blusa negra que lo alivie. Por lo menos, la estampada me da menos calor. Hoy vino por fin André. Esta noche no pegué ojo entre los bombardeos de la Telefónica y los obuses en Atocha. La emoción por el reencuentro veló el descanso entre carga y carga. Pero este país ya está hecho a no pegar ojo.
Dos golpes cortos y discretos en la puerta. Es él. Isabelita corrió a abrir pero la he atropellado en el pasillo, pobre mía. Abro la puerta y me lo echo a los brazos. Le aprieto con rabia y rompo a llorar. Dios mío, ¡cómo puede parecerse tanto a Pepe! tan guapos y con esa sonrisa tan seductora, tan llena de vida. La de Pepín ya no. Jamás volverá a entrar en la casa y revolucionarlo todo con ese escándalo de risas y carcajadas. Jamás olvidaré la primera vez que Pepín trajo a André. Se habían conocido en París en los años que mi hijo paraba más por Montparnasse que por la Gran Vía. André tenía que hacer unas fotos para una revista y mi hijo se negó en rotundo a que se instalara en una pensión. Recuerdo esos días con una felicidad infinita. ¿Apenas dos años de aquello? no, dos vidas. Dos infinitos.
Pasamos a la salita y allí, a la luz, pude ver sus ojos recocidos en dolor y esa expresión tan simpática y amable de siempre se marcaba ahora en su piel quebrada por la rabia. Me contaron que en el entierro de Gerda su padre le abordó a golpes culpándolo por su muerte. Lloró sin consuelo y se lo tuvieron que llevar. No la tenía que haber dejado sola. Le dijo a Ted "la dejo en buenas manos" pero no la tenía que haber soltado de las suyas. Eso es lo que rezaba su dolor. Tormento.
André trajo a Gerda a casa justo al comenzar la guerra. Que parejita tan mona y tan enamorada. Se habían instalado en la Alianza, en la esquina con Rosales, pero como de momento no tenían allí nada montado, venían a usar el cuarto de Pepín que hace siglos dejó de ser un dormitorio para convertirse en un cuarto oscuro de revelado. Hace unos meses Gerda había comenzado a venir a casa sola. André cogía todo tipo de reportajes pero a ella solo le interesaban los de nuestra guerra. Les costó más de un disgusto esta cabezonería suya pero doy fé que hay que ser mujer para entender a qué sabe la libertad cuando se trastea en un mundo de hombres y por fin el periodístico la trataba de tú a tú. Había dejado de ser la chica de Robert y no iba a aflojar este mérito ahora. André se resistía a dejarla sola. Tenía pánico a perderla. Madrid estaba llena de Pacos -francotiradores- y ella tenía la mala costumbre de caminar a tiro, de cruzar las plazas diagonalmente sin bordearlas, sin buscar el amparo de los portales. Ya habían tenido algún que otro susto y no sería la primera vez que regresaban a la Alianza con el trípode acribillado. La muy brujita le chinchaba diciendo "tú no quieres dejarme sola por temor a los Franciscos, no a los Pacos" y bueno, algo habría porque cada vez que André regresaba a París, le salían pretendientes hasta de debajo de las piedras y otra cosa no, pero escombros en Madrid tenemos muchos.
André trajo a Gerda a casa justo al comenzar la guerra. Que parejita tan mona y tan enamorada. Se habían instalado en la Alianza, en la esquina con Rosales, pero como de momento no tenían allí nada montado, venían a usar el cuarto de Pepín que hace siglos dejó de ser un dormitorio para convertirse en un cuarto oscuro de revelado. Hace unos meses Gerda había comenzado a venir a casa sola. André cogía todo tipo de reportajes pero a ella solo le interesaban los de nuestra guerra. Les costó más de un disgusto esta cabezonería suya pero doy fé que hay que ser mujer para entender a qué sabe la libertad cuando se trastea en un mundo de hombres y por fin el periodístico la trataba de tú a tú. Había dejado de ser la chica de Robert y no iba a aflojar este mérito ahora. André se resistía a dejarla sola. Tenía pánico a perderla. Madrid estaba llena de Pacos -francotiradores- y ella tenía la mala costumbre de caminar a tiro, de cruzar las plazas diagonalmente sin bordearlas, sin buscar el amparo de los portales. Ya habían tenido algún que otro susto y no sería la primera vez que regresaban a la Alianza con el trípode acribillado. La muy brujita le chinchaba diciendo "tú no quieres dejarme sola por temor a los Franciscos, no a los Pacos" y bueno, algo habría porque cada vez que André regresaba a París, le salían pretendientes hasta de debajo de las piedras y otra cosa no, pero escombros en Madrid tenemos muchos.
El cuarto de Pepín está tal cual ella lo dejó. Yo no quiero entrar. En el aparador de la entrada aún está la Leica que dejó la última vez. Me llevo las cámaras nuevas, dijo. Pero a dónde vas niña! dicen que en Brunete ya está todo perdido. Aún no, los ingleses aún están allí... por cierto Amparito, no sé si me dará tiempo a pasar esta noche. Mañana marcho a París, creo que iré con André a China. A ¡China! dije. Pero que se os ha perdido en ¡China! Amparito ¿pero no lees el periódico? los Japoneses están bombardeando Shanghái... y se fue.
Como siempre, André ha venido con un paquete enorme de comida. Dice que son víveres confiscados al enemigo y no me cabe duda que esa es la interpretación correcta. Un turismo morboso y desalmado se ha puesto de moda en Madrid. A medida que los franceses, ingleses y americanos nos dan la espalda y anulan el envío de la ayuda prometida, son sus clases privilegiadas las que acuden a retratar la guerra regresando días después a sus tés de media tarde en París, Londres o Nueva York contando el glamour de la guerra... ¿los muertos en las cunetas? ¿el hambre de las madres? ¿los cuerpecitos infantiles enterrados en los escombros después de un bombardeo? ¡gentuza! ¡cómo pueden burlarse de nuestro dolor, de tanta desgracia que ya no nos cabe en el alma, cómo! Estos personajes, jamás son invitados en la Alianza o en el restaurante del sótano del Hotel Gran Vía pero en su ansia por conocer a los intelectuales y reporteros que allí se dan cita, los invitan a sus lujosas suites y así pueden dar razón a sus amistades de lo que les dijo o les dejó de decir Hemingway o Dos Passos. Robert Capa suena a famoso así que es invitado con bastante frecuencia y se cobra la visita bien cobrada, arramplando con todo lo que puede... a la cuenta de Mr. Tal o Mrs. Cual... pan, mantequilla, confituras, leche, café, cigarrillos. Lo que pille por delante o en las cocinas que este hombre no tiene límite. Esta vez, entre la mantequilla y las confituras se ha colado un paquete con chuletas, ¡Dios mío, chuletas!
Este relato, es un homenaje a mi abuela Amparito, que como tantas madres se quedó casi sin hijos en la guerra. De 11 hijos, entre unas cosas y otras solo le sobrevivieron 4. De entre ellos, mi padre, el pequeñín, con la misma edad que tiene Lucas ahora y que pasó la contienda evacuado en un colegio de huérfanos dependiente del ministerio de hacienda porque mi abuelo, que había muerto al inicio del conflicto, poseía un cargo bastante respetado en esta institución lo que ayudó a evitar que mi padre fuera mandado a Francia con el resto de niños madrileños. El 5 de septiembre de 1937 una pequeña reseña en el interior del ABC en su edición de la mañana, relata que los niños evacuados habían llegado a Francia sin novedad y sin altercados durante el viaje.
Este relato, es un homenaje a mi abuela Amparito, que como tantas madres se quedó casi sin hijos en la guerra. De 11 hijos, entre unas cosas y otras solo le sobrevivieron 4. De entre ellos, mi padre, el pequeñín, con la misma edad que tiene Lucas ahora y que pasó la contienda evacuado en un colegio de huérfanos dependiente del ministerio de hacienda porque mi abuelo, que había muerto al inicio del conflicto, poseía un cargo bastante respetado en esta institución lo que ayudó a evitar que mi padre fuera mandado a Francia con el resto de niños madrileños. El 5 de septiembre de 1937 una pequeña reseña en el interior del ABC en su edición de la mañana, relata que los niños evacuados habían llegado a Francia sin novedad y sin altercados durante el viaje.
Virgina de Sweet and Sour me desafió a recibir a Robert Capa en mi mesa pero he querido que fueran las manos de mi abuela las que cocinaran estas chuletas, la única receta de ella que mi padre sabía hacer. Adoraba esta salsa y sin poner freno, volvía a ser un niño agarrado a las faldas de su madre cada vez que lo saboreaba.
En cuanto a mi relato, ya ves que está sin terminar. Me he extendido más de lo que las buenas formas reclaman en un blog culinario pero son muchos los enigmas que me quedan por desvelar: el por qué de estas fotos, cómo llegaron a esa caja de puros y qué hizo André con el resto de material que Gerda tenía en el cuarto de mi tito Pepe... no tengo más remedio que añadir: Continuará...
Ingredientes para 4 comensales:
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Nota sobre esta historia: los personajes y los hechos relatados son reales con la salvedad de que Robert Capa y Gerda Taro jamás estuvieron en casa de abuela ni conocieron a mi familia. Este encuentro es obra de mi retorcida imaginación.
Nota sobre las fotos: he mezclado algunas fotos reales de la colección de Capa propiedad de la agencia Magnun con fotos ficticias recreando los tiempos en que los tres mosqueteros (Robert, Gerda y Chim) trabajaban fotografiando nuestra guerra. Estas fotos, son obra y milagro de mi hermano David y nuestra querida Olga. Gracias por subiros a esta aventurilla:-)
- 4 chuletas de cerdo y un poco de harina para rebozarlas ligeramente
- sal y pimienta
- un poco de aceite para freír
- un puñado de ajos a gusto de cada casa (yo suelo usar 3 dientes)
- el zumo de un limón
- 2 rebanadas de una barra de pan viejo
- perejil
- Opcional: aderezar la salsa con un chorro de vino blanco o un poco de caldo concentrado
- Salpimentamos cada pieza de carne y la rebozamos ligeramente en harina. Frita así, evitamos que se seque la carne por dentro. Freímos en una sartén con lo justo de aceite para que cubra el fondo. Reservamos las chuletas fritas.
- Añadimos a ese aceite las rebanadas de pan y los ajos enteros con piel. Tradicionalmente esta mixtura se hacía con el mortero pero puedes usar si te es más practico la trituradora. Retiras la piel a los ajos y tritúralos junto con el pan y el zumo de limón. Si lo vas a hacer con trituradora, añade el perejil picado a la salsa después. Quedará muy espeso así que puedes o bien añadirle agua, vino o caldo concentrado hasta que tenga la consistencia de una salsa algo espesa.
- Salpimienta la salsa a tu gusto y junto con las chuletas pásalas de nuevo en la sartén y dejas que cueza no más de 5 minutos. Se trata de que coja cuerpo la salsa y se caliente la carne... poco más. La salsa va espesar por efecto del pan así que es posible que necesites regarla con un pequeño chorrito de agua o caldo.
Y es mi cometido lanzar el reto siguiente. Una cosa lleva a la otra y mi mente retorcida no ha apartado a Frank Capra del pensamiento. Una de mis películas favoritas es suya: Arsénico por compasión. Ya nunca sabremos si esta comedia es así de chisposa por su estupendo e ingenioso guion o por la maravillosa interpretación de Cary Grant, mi actor favorito sin duda alguna. Es por tanto de ley, dejando el arsénico a un lado, que mi reto sea recibir a cenar a Cary Grant. Vicky, de Mordiendo la galleta, es mi desafiada y dulce anfitriona. Mi receta anterior, esas galletas mortales, son suyas así que dejo todos los cabos de esta entrada bien atados. Vicky, tienes 20 días... tic-tac...
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Nota sobre las fotos: he mezclado algunas fotos reales de la colección de Capa propiedad de la agencia Magnun con fotos ficticias recreando los tiempos en que los tres mosqueteros (Robert, Gerda y Chim) trabajaban fotografiando nuestra guerra. Estas fotos, son obra y milagro de mi hermano David y nuestra querida Olga. Gracias por subiros a esta aventurilla:-)
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