pastel de queso con sémola y manzana para degustar clásicos

Uno de los efectos de la crisis -esta señora empieza a ser plasta y cansina- es que la gente compra menos libros. Y digo comprar, no leer. A lo largo de mi vida -y sin entrar en detalle de longitudes que nada afecta a la trama de hoy- he conocido gente que compraba libros regularmente pero jamás les vi leer alguno. He sido asidua en las colas de caja en FNAC con mogollón de personal comprando libros para regalar, casi nunca para disfrutar. He sido beneficiada regularmente -en las fiestas de guardar- de estos regalos empapelados entregados por benefactores que jamás traspasaron la introducción de ningún ejemplar.

A estos usos -o desusos- hay que añadir el factor calidad que ha venido menguando a lo largo de los años. Las editoriales ya no valen para nada más que para mandar las tiradas a imprenta. Libros insustanciales, repetitivos unos de otros, con hilos cansinos y finales que dan fatiga de pura flojera...  un baturrillo, entre unas cosas y otras, que le quitan las ganas a uno de comprar literatura. Es este, el momento ideal para tirar de biblioteca pública y rescatar clásicos... quien pueda, claro. Una de las desventajas de vivir a lo expatriada en país con lengua retorcida e incomprensible, es que las bibliotecas públicas no tienen sección de libros en español. En alemán, ni loca. Cómo algo tan apasionante puede convertirse en un suplicio tan atroz, viéndome forzada a tirar de diccionario 30 veces por página para que al final, sin remedio, deba quedarme patidifusa -física y metafísicamente hablando- sin saber dar un sentido coherente a lo leído... no, no, fuera encanto, fuera imaginación y fuera magia. No. De ningún modo.

Yo leo en hispano que es lo mío, donde cada doble sentido cobra su comisión en el relato. Donde no solo se disfruta del argumento sino de cada palabra, puesta en su sitio y expresada con toda la intención... placer mayúsculo que se convirtió en pánico cuando después de terminar la última remesa de libros traídos de España, esta bebedora compulsiva de páginas y epílogos comprendió -insisto, no sin su dosis de terror- que ya no quedaba más bacalao salvo volver a releer los ejemplares del estante. Y en estas estaba -hace tres o cuatro años ya no me acuerdo- cuando mi chico me regaló la Kindle. Inicialmente frialdad. No por desagradecida, que nadie me malinterprete. Fue esa sensación metálica que nada me transmitía. No puedo explicar que gusano recorre mis entrañas cuando huelo a papel -viejo o recién impreso, poco me importa- o cuando manoseo unas tapas o un lomo desencajado... sí, es pura excentricidad, nada puedo decir en mi defensa, salvo.
Qué sí. Que es misticismo puro y duro. Mira si soy retorcida, que uno de mis anhelos, de estos que uno cuaja cuando marea la perdiz, es lo interesante que sería poder revolver en un cajón lleno de libros con dedicatoria y así entrar a curiosear entre los lazos que gente anónima ha ido tejiendo a mano alzada y casi siempre en oblicuo con sus conocidos... en alguna ocasión, lo confieso, sí que rebusqué en algún que otro cajón de libros usados y no en interés de títulos y autores sino en la búsqueda de rubricas y declaraciones: Si decides abrirlo sé que te va a gustar o Para que no me olvides y se te haga más corta la espera o esos galimatías intimistas que imagino que para comprenderlos habría que conocer al dedicado y al dedicador. Y así, entre un con cariño y un siempre tuyo el cotilleador de dedicatorias -osea, yo- especula con quién es quién y quién dedicó a quién y quiero pensar, que un medio borrado Con todo mi amor escrito en un viejo ejemplar de La Regenta influenció irremediablemente en el carácter de Ana Ozores... no sé si mis palabras suenan a pirada o a estúpida mental... vete tú a saber. Lo que sí y aquí estarás conmigo, es que los libros respiran  humanidad de la buena por sus cuatro costados y se pueden toquetear sentimientos más allá de lo que sus autores nos quieren contar.

Porque los libros son así. La raza humana los ha querido esconder, enclaustrar, quemar, prohibir incluso bajo pena de muerte. Vasili Grossman logró esconder un ejemplar de Vida y destino que el comunismo ruso quiso eliminar. Él murió antes de saber que alguien con un par de capítulos logró sacar la obra clandestinamente en un microfilm. La crítica en aquellos años fue cruel con este libro. Aún así, Vida y destino se abrió camino y su lectura a nadie deja indiferente. Matar un libro es difícil, y desde luego, lo que no han conseguido dictadores y demás cenutrios no lo logrará ningún invento por muy libro electrónico que sea y por mucho cuento chino que nos vendan.

Anna Karenina, Dorian Grey u Oliver Twist sobrevivirán por muy empobrecidas -de espíritu- que estén las editoriales y los editores. Al capitán Alatriste ya no hay quién se lo cargue, ni a un día de cólera ni a la sonrisa etrusca o la caverna. Caín, el monje, el idiota, la historia de dos ciudades o el collar de la reina... muchos clásicos de siempre o recién inscritos al club de los libros inmortales. Pues todos, están en las bibliotecas públicas y la mayoría, por menos de 2 € en la kindle. Los clásicos son fantásticos. Buena letra, relatos fascinantes y son baratos. ¿Quién da más?
Y para acompañar esta lectura, traigo este clásico de la cocina germana rediseñado al gusto de esta casa. Es una mutación de una receta del Dr. Oetker que aquí es un poco el rey del manbo en cuanto a postres se refiere. Eliminé la mantequilla para que quedara más jugoso y rebajé el azúcar. A cambio, le aromaticé a naranja, ron y especias. Todo muy sutil para no asesinar el sabor a queso fresco y manzana. Hay clásicos que jamás pasarán de moda, Aleluya! y por la crisis ni te preocupes, sale baratito :-)



Pastel de queso con sémola y manzana
Basado en una receta de Dr. Oetker
  • 4 manzanas medianas
  • 1 chorro generoso de limón concentrado
  • 1 pizca vainilla molida (bourbon vanille)
  • 1 pizca de nuez moscada
  • 5 claras
  • 1 pizca de sal
  • 5 yemas
  • 180gr. de azúcar
  • 50ml. aceite (de canola o maíz)
  • un poco de ralladura de naranja
  • aroma de ron (o un chorrito en su defecto)
  • 1/2 cda. de azúcar avainillada
  • 500gr. de queso fresco tipo quark (topfen)
  • 100gr. de sémola 
  • 1/2 cdita. de polvos de hornear
Preparación:
  1. Precalienta el horno a 180º C. Pela y corta las manzanas en dados menudos para evitar que se vayan al fondo del molde a la hora de hornear. Los adobamos ligeramente con limón concentrado, vainilla molida y nuez moscada. Reservamos.
  2. Mi consejo es que lo hagas con una procesadora de alimentos o unas varillas eléctricas. A mano te vas a quedar tonto de levantar las claras. Separa las claras de las yemas y monta las claras a punto de nieve con una pica de sal. Lo reservamos también. 
  3. En otro bol, batimos las yemas con el azúcar y cuando la crema está formada añadimos el aceite poco a poco. A esta crema le añadimos el azúcar avainillada, la ralladura de naranja y el aroma de ron. Añadimos el queso quark y por último la sémola y los polvos de hornear (en principio no hacen falta pero deja la masa más esponjosa).
  4. Integramos a la masa las manzanas y finalmente las claras montadas que ya no batiremos sino que la ligaremos con una espátula y movimientos suaves. 
  5. Untamos el molde con mantequilla que al enfriarse no deja esa sensación aceitosa en la corteza del pastel. Horneamos entre 3/4 de hora a 1 hora dependiendo del horno. Lo importante es que la superficie quede dorada de forma uniforme. Si ves que coge demasiado color, no dudes en bajar la temperatura.

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