Crema de coliflor y queso

Y pasó la semana en un visto y no visto. Por poco vuelvo a faltar a mi palabra de volver a publicar una vez a la semana. Es verdad que tengo tendencia a faltar a mis promesas pero juro por esta coliflor que soy inocente y que tales mentiras son obra de mis buenas intenciones las cuales resultan siempre ser más entusiastas que mi propio tiempo y es que con el pasar de los años, el tío se ha vuelto canalla y se despacha por la vida sin esperarme ni a tomar aliento. Juro que no siempre fue así, porque hubo un tiempo de pequeñaja que el tipo no pasaba ni a patadas. Qué ganas de crecer, de recorrer mundo, de encontrar un amor... en fin, de todo lo que un pimpollo es capaz de desear cuando mira a los mayores. Esto me ha hecho recordar a mi abuelo Saturnino que cada navidad, nos decía: un año más para ti y uno menos para mí. Aquello nos hacía gracia hasta que murió la abuela Teresa y entonces en navidades solo lloraba y esa frase tan ocurrente y chisposa se volvió dolorosa con sus lágrimas y congojas...

Nosotros no nos dimos cuenta pero la vida de mis abuelos fue casi de película. Drama, como la de todos los que les toca vivir una guerra. Ellos se conocían de antes del levantamiento. Lo que yo sé de aquellos tiempos, viene de las charlas -las muchas- que me daba mi abuela. Me gustaba mucho ponerle orejas y ella jamás dejó pasar una ocasión. El abuelo a veces también nos contaba pero a él se le escapan más las emociones y es que fue un hombre de mucho temperamento. Cabezón hasta la médula, de genio, muy gruñón y muy agarra'o. De esos que no miraba la peseta sino el céntimo. Creo que no era su carácter porque curiosamente, aunque protestara, siempre fue muy generoso. Guardaba y escondía, vivía sin aparentar y cada vez que mi abuela le decía "Satur, que tenemos que cambiar esos zapatos o esos pantalones" él se ponía como una fiera. "Hala Tere, qué bonito lo ves todo. Eso, venga, a gastar como si nos sobrara". Y la cosa es que sí, sobrar algo le sobraba pero le costó mucho tiempo relajarse y sacar dinero de las paredes de la trastienda porque como te lo cuento, mi abuelo en cuestión de pasta no se fió jamás de nadie salvo de sus ladrillos huecos que escondían fajos de billetes.

Y no eran ricos ni lo fueron. Pero en la guerra lo perdieron todo. Mejor dicho, se lo expropiaron. Los coches de alquiler de su padre, sus bicis -era ciclista profesional- el equipo de su hermano que era corresponsal y fotógrafo.. en fin, todo menos una moto que se la dejaron porque se convirtió en correo del alto mando y pasaba correspondencia desde el estado mayor en Madrid a todos los frentes peninsulares. Este ir y venir -según mi abuela- hizo que a ella y a la familia jamás les faltara comida. Mi abuelo se presentaba con sacos llenos. Por lo bajo, la familia le tildaban de contrabandista. Por lo que he podido hilar, hacía estraperlo para los generales y de cada reca'o él se sacaba su tajada. Esta actividad clandestina, le proporcionó buenas amistades y buenos dineros hasta que cayó en desgracia. En una de sus idas y venidas, un amigo le advirtió. Hay orden de detención contra ti en Madrid. Con un par, se dijo que esa moto no la perdía. La enterró y se presentó en Madrid con una mano delante y otra detrás. Como no soltó prenda, no le liberaron y así permaneció hasta el final de la guerra. En ese tiempo hizo migas con otros presos, y eso posiblemente le salvó la vida.
Al tomar Madrid todo aquel vinculado con el alto estado mayor fue ejecutado sin sumario. Mi abuelo no, quedó pendiente de juicio. Alguien respondió por él, pagó la liberación y pudo regresar a casa. Desenterró la moto, la vendió y montó un taller de bicicletas.  A mí las cuentas no me cuadran y la venta de una moto no pudo dar para tanto. Debió de ayudar a alguien importante que le permitió salir del apuro tan poco apaleado y con bienes para recomenzar de nuevo.  Pero mientras, aún en la guerra y después de un bombardeo donde un proyectil estalló a pocos metros de su refugio, mi abuela entró en coma. Despertó un par de semanas después, con una parálisis total del lado derecho y un asma crónica que no la dejó dormir jamás. Perdió su gesto dulce y amable quedando la boca retorcida para siempre. A la mano y el brazo derecho -completamente paralizados- se les unió una cojera del mismo lado. Aun así, tan maltrecha y sin esperanzas de recuperación, mi abuelo gastó una fortuna en terapia. Estuvo recibiendo descargas eléctricas que según ella decía le mejoraron mucho.

Indescriptible el amor, respeto y gratitud que sintió siempre por su marido. Cuando murió el abuelo y vimos su partida de matrimonio, comprobamos que mi madre nació 7 meses después del enlace. Las malas lenguas familiares, decían que el Satur se casó obligado por su padre -el abuelo Juan- porque se desentendió de la Tere cuando se preñó. Pero al tener la partida delante, en un segundo, me vinieron a la mente las muchas veces que mi abuela, con la vista perdida, me decía "tu abuelo es hombre de palabra, el mejor que he conocido y por mí ha hecho lo que nadie. A mí me ha cuidado siempre"... yo creía que lo decía por la terapia y los sacos de comida pero en ese momento lo vi claro:"ay brujilla, tú sabías por qué, tenías tu secreto"

Como te contaba antes, mi abuelo jamás alardeó de lo que tenía, vivieron muy humildes. Pocos años antes de morir mi abuela, mi abuelo pagó a tocateja -de detrás del ladrillo- un pisito precioso con vistas al parque de la Dehesa. Mi abuelo empezó a cerrar la tienda en agosto. Comenzaron de nuevo a viajar algo que mi madre recordaba mucho de su niñez. En uno de esos viajes, regresaron a Córdoba, a la casa natal de mi abuela. Pasaron la tarde hasta bien entrada la noche hablando con su hermano y su cuñada sobre las trastadas de infancia... se fueron a acostar todos. Ella no se podía tumbar en la cama porque no podía respirar. Tenía pánico a morir ahogada. Dormía sentada en un sillón a la vera de la cama. Se levantó a oscuras como siempre hacía para no molestar a nadie. Al bajar las escaleras dio un traspié, calló y no despertó jamás. Esto fue una calurosa noche del mes de agosto y como con todas las defunciones en mi familia olvidé la fecha. No me interesa su muerte, yo me recreo en su vida...

Esta crema es  y muy sabrosa. Es de elaboración sencilla con cosas de estar por casa que se parece mucho a la que hacía mi abuela. Ella decía que había que hacerla con mantequilla para que no dejara cerco aceitoso. Yo la hago con chalotas que las cebollas se me repiten a rabiar y no es plan. Las cosas hay que degustarlas en su justo momento y no la tarde entera.


Ingredientes:
  • 1 coliflor pequeña
  • 2 chalotas
  • 2 dientes de ajo
  • 1 cda. de mantequilla
  • 1/2 litro de leche
  • 1/2 litro de caldo
  • 1 mendrugo de pan viejo
  • 3 quesitos tipo el caserio
  • algo de sal si lo necesitara

Nota:
  1. No he usado caldo fresco. He usado del caldo concentrado que compro. Es el bio-vegetariano de la marca Alnatura. Tiene un sabor ligeramente especiado a hierbas y especias variadas que le da un gusto fantástico. Es por eso, que adicionalmente no le he añadido nada más. Pero si usas un caldo convencional, te aconsejo aromatizarlo con un poco de curcuma y una rama de perejil que puedes retirar al final de la cocción. 
  2. En esta crema, me parece fundamental que rehogues bien fuerte las verduras para que cojan sabor -muy similar si las hubieras asado-.

Preparación:
  1. Dora hasta que coja color las chalotas el ajo y la coliflor en la mantequilla. Añade la leche, el caldo y el pan. Deja que cueza a fuego lento 15 minutos.
  2. Una vez que la coliflor está blanda, añade los quesitos y pásalo todo por la trituradora.

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