Torrijas enrolladas rellenas de crema parar semanasantear a gusto

En casa nunca hemos sido de misa. Ni siquiera mis abuelos que solo pisaban suelo santo en bodas, bautizos y comuniones. Yo de toda la familia fui la más comprometida. Formaba parte del coro de mi parroquia y atendíamos a abuelitos de nuestro barrio, echábamos una mano cuando nos dejaban en un hogar infantil próximo y socorríamos a los primeros africanos que arribaron en Madrid. Recuerdo claramente el primer chico que ayudamos, era estudiante de arquitectura. En su país estaba perseguido y no podía volver. Sus padres le ayudaron a marchar y allí estaba, hablando únicamente inglés, perdido y desorientado, con muy poco dinero encima, y sin saber para donde tirar.

Recuerdo también a un viejito que vivía en María de Guzmán. El párroco nos mandó visitarle porque llevaba semanas que no le veía en misa. Tenía miedo que el hijo le hubiera internado en un asilo porque el hombre se había quejado varias veces que él y su nuera le querían echar de casa, que le controlaban la pensión y que tenía que dormir en una cama plegable en el salón porque le habían echado de su dormitorio. Llamamos a la casa y nos nos abrían. Empezamos a llamar a este señor a gritos. Sr. Fulanoooo ¿se encuentra usted bien? creo que por vergüenza la nuera nos abrió. Nos dijo que su suegro ya no vivía en la casa, que había perdido la cabeza -demencia decía ella- y que habían tenido que internarlo y que estaba muy contento en la residencia porque había hecho amigos y bla-bla-bla. En fin, que para haber perdido la cabeza tenía el hombre mucha vida social. La parroquia lo puso en conocimiento de la policía, como en tantos otros casos de viejitos desahuciados por familiares en nuestro barrio que por cierto, eran muchos.

Yo siempre creí que a dios se llegaba desde abajo, desde la calle. Nuestro grupo se rompió porque el cura quería que nos dedicáramos a los evangelios. Que una vez aceptado el catecismo, nos dejaría hacer buenas obras. Y claro, dispersión. Hay que tener en cuenta, que en aquella época no había ONG's y que los voluntariados se promovían desde las parroquias. Cuando me separé de mi ex y me advirtieron que si me divorciaba que quedaría excomulgaba parafrasee a mi querido Groucho con aquello de "nunca pertenecería a un club que me admitiera como socio" y nunca más. Rompí con el catecismo pero no con dios.

A la que iba viviendo, algunas veces me alejaba y en otras me reconciliaba. A dios cuesta mucho cogerle el tranquillo. Y a la chita callando, mi vida cuajó un estado espiritual idílico en el que todos los dioses me iban cuadrando. Dioses artesanos, mundanos, elevados, de la tierra, mitológicos. Todos tenían parentescos y todos obedecían a una necesidad requete humana de hacerse entender. Así que la parte buena y bondadosa del mundo me ha enseñado a creer y confiar en todos. La mala, la oscura y puñetera suele ir controlada por credos y de esa reniego como de la peste. Soy anticatecismos, no porque crea que son malos sino porque la gente empañada de maldad los ha manipulado a su imagen y semejanza y por culpa de estos canallas, la peña se inmola, mata y da la espalda a todo aquel que considere infiel o ateo. Aborrezco no solo el fanatismo sino también la insensatez que las distintas doctrinas llevan consigo. He conocido en mi vida gente muy lista y razonable que se convirtió por arte de magia en zote solo por intentar defender a su religión a capa y espada. No, conmigo que no cuenten.

Y aunque hay quién nos llama ateos defendemos con orgullo nuestra condición de laicos que por cierto, choca con muchas trabas sociales pero esa es otra historia. En cualquier caso y bajo ningún concepto, odio la religión venga de quién venga. Y que vayan todos mis respetos por delante. Me fastidia cuando un ateo insulta a un creyente o un partidario de un profeta se lía a ostias con los partidarios de otro colega del gremio de la profetización. Me repugna que nos cueste tanto respetar.
Hay una frontera muy fina entre respeto e hipersensibilidad, lo sé, y por eso me he cuidado mucho en mis gestos. Creo que puedo asegurar que jamás he insultado, ni me he mofado, ni he ridiculizado ningún credo y aún así, cuando he hecho crítica de injusticias habiendo religión de por medio, algunos me han lanzado la zarpa con saña. Recuerdo que se me tachó de criticar a la iglesia católica porque compartí un cartel en Facebook donde se decía que el matrimonio gay no es un privilegio sino un derecho, que privilegio sería que no pagaran impuestos como la iglesia. Y se lio parda. También se lio parda con esta sopa cuando hice crítica por la radicalización de una parte de la comunidad musulmana de mi ciudad y hablé de mis amigas bosnio musulmanas laicas. En esta ocasión, la crítica no vino de frente sino que se me dejó primero un comentario requete naif y no exento de cariño y vía email se me tachó de colonialista europeista, soberbia e ignorante que habla sin saber y ¡vaya! créeme que me encendí como una antorcha. Excepto por lo de europeísta que me lo tomé como un halago, el resto me cayó como agua helada y sobre todo, insultada por esa falsedad de cara a la galería, esa actitud tan mezquina de clavar los puñales por la espalda sin valor de ir de frente. Días después, recibí otro email de otra creyente herida que una vez más me soltó el discurso de occidental ignorante que habla sin saber.

En fin, que estoy dándole a la hebra en exceso. Que ¿a dónde deseo llegar? a la semana santa, por supuesto. Cachis, que he venido con torrijas enrolladas, anda que la receta no va bien cargadita de indirectas. Porque nos tenía que dar vergüenza criticar como lo estamos haciendo a los católicos que viven con sentimiento la semana más penosa de su profeta, cuando no solo se le dio muerte y tormento, sino que le abandonó todo dios y su fe se quebró de puro dolor. Una semana cargada de emoción para un creyente pero que también es parte de nuestra cultura. Tradición, ¿qué tiene de malo? A un tipo le he leído decir "todo por un cacho de madera" imagino que quería ser ingenioso pero a mis ojos se me antojó como un simplón sin recursos inteligentes que aboga a la burla para sentirse guay del Paraguay. Y con leer un par de minutos unos comentarios suyos confirmé mis sospechas. Zote y maleducado al primer vistazo donde solo él y los de su calaña se creen chisposos.

Y ¿qué hice? ignorarlos. Me costó, para que mentir pero yo de esta gente paso. No la quiero en mi mundo. Me lo ensucian con sus noblezas diminutas y aunque no dudo que tengan madera de honestidad, hacen con ella astillas en su afán de llamar la atención y provocar chanza a su paso recurriendo al insulto y la mofa. Respeto coño. Claro que hay capillistas más malos que el veneno. Y que mucha peineta se pasea cargada de pólvora estos días. Y ¿qué? si ignoro a los de un lado, también tengo que hacerlo con los de la otra esquina. Qué injusto juzgar a todos los católicos por las víboras que abrazan su fe. ¡Qué no! que hay mucha gente buena que cree con el alma y desea un mundo mejor y más confortable y si lo demuestran sacando su esperanza a la calle rodeados de encapuchados a lo Ku Klux Klan, pues sea, pero ellos tienen el mismo derecho a ser respetados por ser católicos como yo por ser laica.
Estas torrijas enrolladas están para pecar sin remordimiento alguno. Son un poco laboriosas y el proceso de enrollado es como para contener la respiración pero el resultado es tan espectacular que merece la pena pasar el trance. La primera vez las vi aquí y un poquito después y con mucha alegría, vi que las hizo mi querida Esther que sobra decir la mano que tiene esta gallega para todo. Rebuscando por google, me encontré con éstas otras que creo que son el origen de nuestros pecados. Salen 12 pecadillos que saben a gloria. Yo las he versionado conforme mis gustos. En las notas puedes leer mis modificaciones.



Ingredientes para la crema:
  • 200 ml. de leche
  • 2 cdas. de azúcar
  • 1 rama de canela
  • ralladura de naranja
  • 1 yema
  • 2 cdas. de pudding de vainilla en polvo
  • 1cda. de mermelada de naranja

Ingredientes para las torrijas
  • 9 rebanadas de pan de molde
  • 150ml de leche más o menos
  • cáscara de naranja
  • la misma rama de canela
  • 1 huevo más la clara que nos sobró de la crema

Notas:
  1. Ya sabéis lo mucho que me gustan los pudding así que en lugar de usar dos cdas. de maicena no he dudado en reemplazarlo por el pudding en polvo que le da a la crema color además de sabor avainillado.
  2. También he querido intensificar el sabor a naranja por lo que le he añadido al final una cda. generosa de mermelada casera. Yo la hago menos amarga que las industriales así que creo que si es comprada puedes prescindir de echarle la ralladura ya que con la mermelada sería suficiente.
  3. Como no me gusta tirar nada, usé la clara sobrante en el huevo para rebozar los rollitos y me alegro de haberlo hecho porque no me sobró nada.
  4. He reutilizado la rama de canela ya que hubiera sido una pena tirarla estando aún tan aromática. La saque de una leche para usarla en otra, nada complicado.
  5. Y por último, el rebozado. Me encanta moler una mezcla de azúcar y coco rallado (la proporción sería de 2 cdas. de azúcar por 1 de coco). Puedes triturarlo con un robot de cocina o con la minipimer. Le da un sabor fantástico y es una forma fantástica para no azucararlos mucho.

Preparación:
  1. Para hacer la crema, ponemos a calentar la leche (reservamos como 1/4 de vaso para después) con la rama de canela, el azúcar y la ralladura de naranja. A fuego lento unos 10 minutos para que se desarrolle el sabor. Subimos a fuego medio y esperamos a que rompa a hervir. Retira la rama de canela.
  2. Mezclamos el polvo del pudding y la yema con la leche fría que hemos reservado hasta que no quede ningún grumo. Mezcla sin dejar de remover esta mezcla sobre la leche caliente hasta que la crema espese. Retira del fuego y continúa removiendo durante unos minutos. Añade ahora la cucharada de mermelada de naranja y lígala en la crema.
  3. Montamos los rollos, estirando con el rodillo cada rebanada a la que le habremos quitad la corteza. Colocamos 3 rebanadas sobre film de plástico haciendo que queden superpuestas un par de dedos. Volvemos a pasar el rodillo por encima y unimos con los dedos las uniones para que quede lo más liso posible. Extendemos una tercera parte de la crema y lo enrollamos a lo ancho. Cerramos los extremos como si fuera un caramelo y repetimos la operación con el resto de las rebanadas. Dejamos que cojan cuerpo en el frigorífico.
  4. Calentamos la leche con la canela, azúcar y la cáscara de naranja. Dejamos que enfrié. En caliente se romperían los rollos. Batimos el huevo y la clara sobrante. 
  5. Cortamos cada rulo en 4 rollos más o menos iguales. Calentamos una sartén con abundante aceite. Me gusta calentarlo con una corteza de naranja para que coja aroma y evitar que se sobrecaliente el aceite. Pasamos cada torrija por la leche, luego por huevo y las freímos.
  6. Una vez doradas por ambos lados, las sacamos sobre papel absorbente de cocina para que elimine el exceso de aceite. Aún en caliente, pasa cada rollito por la mezcla de azúcar y coco rallado previamente molidos (consulta las notas). Deja que enfrien completamente antes de servir.

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