Apple granola crumble

Afortunadamente, no todo está perdido y en la red existen muchos lugares fantásticos donde detenerse a disfrutar de la lectura. Uno de mis asiduos es éste del que ya he comentado alguna vez algo. Pero da igual, el caso es que hoy he leído este post y pese a ser certero en todo lo que expresa -y cómo lo expone- una vez más me he quedado con una sensación rarilla dentro. Y es que creo -y aquí me pongo requete pedante en mi afirmación- que hacemos un refrito brutal con los conceptos felicidad-alegría e infelicidad-tristeza.

Si te paras a pensar, verás que es algo que hacemos todos de forma casi instintiva pero que no deja de ser un poco paradójico porque dicho a la ligera, ni son todos los que están ni están todos los que son, refrán que se adapta maravillosamente a nuestro idioma pero que genera más conflicto en las lenguas que no separan el ser del estar. Y con esto, ¡qué pretendo decir! pues que entiendo que un siberiano solitario, que se pasa 11 meses de duro invierno vegetando a la deriva sin más compañía que su husky, cuando encuentra motivos para echarse unas risas con un paisano esa alegría se le antoje como un momento de felicidad absoluta. Pero en cambio, para el resto de mortales que vivimos en comunidad más o menos poblada -no hace falta que la aldea sea grande- la alegría y la felicidad caminan por separado atendiendo más a las reglas del buen estar, a lo políticamente correcto o simplemente al servicio de la mala chufa, superficialidad y decadencia social revestida de buenas maneras... es decir, al postureo.
felicidad
Del lat. felicĭtas, -ātis.
1. f. Estado de grata satisfacción espiritual y física.
2. f. Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. Mi familia es mi felicidad.
3. f. Ausencia de inconvenientes o tropiezos. Viajar con felicidad.

Y este es el momento perfecto para poner a la RAE por testigo. De nuevo la definición es escueta -como todo lo que entrama sentimiento porque a la Real ya la tengo bien calada- pero a todas luces certera. Nada en sus tres acepciones relaciona la felicidad con la alegría. Es decir, los seres poco o nada sonrientes pueden ser, por definición, más felices que cualquier persona de sonrisa Colgate. Y aquí no hay seda dental que se enrolle entre los dientes. Feliz lo que se dice feliz no es más que un estado, aderezado con todo un mundo de cosillas -y personillas- que contribuyen a favorecer tu estado y por supuesto, sin zancadillas, sin que ningún pretoriano te corte el camino a la que trotas a tus anchas. Y todo esto se puede hacer sin dar ni una sola muestra de alegría al personal. Porque no es otra cosa que un affair personal entre lo que uno siente y lo que expresa.
Y esto ya es harina de otro costal. Yo por ejemplo, soy risueña de nacimiento y eso genera sentimientos raros en la gente. Unos me tachan de ingenua -"mírala, qué feliz siempre"- otros de bobalicona -otro fenómeno que no entiendo y que por cierto recoge la RAE. El serio es reflexivo e inteligente y el sonriente un zote de cascos ligeros- y algunos directamente me ponen en cuarentena bajo sospecha de "y ésta, de qué se ríe". Otros en cambio, me ven y se ponen como motos -"Ole tu arma, aquí entra la alegría de la huerta"- y otros empatizan y de puro sin querer me devuelven la sonrisa. Otros dan por hecho que debemos ser conocidos así que soy de esas personas que todo el mundo las saluda por si acaso, por si te conozco y no me acuerdo. Todo esto, al fin y al cabo, son gestos o predisposiciones ante la vida. A mis hijos les he criado entre risas así que son del tipo de la alegría de la huerta. O casi. Pero también lloran. Y por eso, ¿son infelices? Pues no, son críos que saben expresar sus sentimientos. Punto y pelota.

No, no, nada fácil el tema. Y menos, cuando nuestra felicidad parece que se la adueña el sistema a través de nuestras alegrías o tristezas. Por ejemplo, algo que no sabía y que me enteré por este artículo, es que existe un día mundial de la felicidad y parece que se hace un ranking de países felices... ah, así es, que buena memoria tienes. De eso ya hablamos aquí. Pero no, en este día, parece que se miden las sonrisas de sus ciudadanos en Instagram. Es decir, que para ser feliz tienes que tener una bocaza brutal donde te quepa una sonrisa inhumana y por supuesto Instagram. Yo, al ser usuaria atípica de esta red social por parecerme muy cantona, pues me quedo sin felicidad. Mira que a bocona -no confundir con bocazas- creo que destacaría, peeero... 
Y al hilo de las redes sociales -ya puesta no voy a dejar títere con cabeza- existen cientos de campañas de demuestrame lo happy que eres, lo estupuend@ que sales en tus selfies y lo ideal que es tu vida. Personalmente, a mí se me antoja más como postureo online que otra cosa. Es verdad que la alegría, para computarse como felicidad, debe ser compartida pero juro que jamás he entendido que un escaparate tenga nada que ver con el concepto "compartir contigo". Haz la prueba si quieres. Vete a la joyería más próxima, pide hablar con el dueño y dile que comparta contigo los rolex del escaparate... a ver por donde te sale la cosa.

No, centrémonos. Más allá de esas campañas como la que cita el artículo donde estás obligado a demostrar durante 100 días lo happy-guai que eres acumulando happy-points, la felicidad se torna en chapuza cuando solo se escuda en acumular flores, comida, mascotas, bebés y sonrisas. . . sí, me he dado una vuelta por #100HappyDay y eso es todo lo que hay. Decía que más allá, existe un algo más que vamos perdiendo sin remedio por el camino y no es otra cosa que disfrutar de ella con ellos, con esos protas y actores secundarios que aparecen en las fotos y se nombran en las publicaciones de las redes donde por norma se habla de lo mucho que se le quiere a una madre, a un hijo o un amigo pero jamás cara a cara. Con sentimiento, riendo o llorando, abrazando o haciendo cosquillas. Interactuar con los que amas y te aman y hasta con cualquier florero que se cruce por tu camino, por qué no, a las simpatías hay que darles rienda suelta, pero siempre con los sentidos abiertos y honestos para dar el valor justo a cada cosa, a lo que tenemos, sin simular aquello de lo que carecemos y sobre todo, conscientes que no es necesario vivir en disneylandia para ser feliz.  

Porque si algo tiene la felicidad para ser auténtica, es que tiene que desarrollarse a su aire sin que nadie la adoctrine. Te dije que te iba a dar ideas de como usar la granola molida más allá de las recetas super sanas de J.O. porque ya lo hemos dicho todo, la felicidad no entiende de clichés.



Ingredientes:
  • 100gr. de granola molida
  • 50gr. de harina (yo uso de molienda natural con su cáscara)
  • 50gr. de azúcar
  • 50ml. de aceite suave (no oliva) o mantequilla
  • un poco de vainilla
  • una yema de huevo
  • uan pizca de polvos de hornear
  • unas 6 manzanas
  • el zumo de un limón
  • canela y nuez moscada recién molida
  • 50gr. de azúcar moreno
  • ralladura de naranja
  • 20gr. de mantequilla
  • 60ml. de zumo de manzana ( o mosto o sidra)
  • 2 cucharadas de harina o de maicena

Preparación:
  1. Mezcla la granola, la harina, el azúcar, aceite, polvos de hornear y vainilla juntos. Añade la yema y amasa brevemente hasta que esté todo bien ligado. Reserva
  2. Pela y corta las manzanas. Mezcla con las especias, el zumo de un limón, el azúcar moreno y la ralladura de naranja. en una sartén con la mantequilla lo salteas todo junto.
  3. Disuelve la maicena en el zumo y lo añades a las manzanas. Lo ligas bien durante un minuto o dos hasta que espese. Si fuera necesario, añade un chorrito más de zumo.
  4. Calienta el horno a 180ºC. Si la sartén la puedes usar en el horno mejor que mejor. Colocas pegotes de la masa de granola por encima a tu gusto. Lo horneas 20 minutos hasta que esté dorado.
  5. Sirve aún tibio con un chorrito de jarabe de arce, miel o salsa de caramelo (discreto) y lo acompañas de crema agria, yogur, nata o helado. 

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