Crema de calabaza y manzana asadas

Bastante lectura ha caído desde la última vez que te conté acerca de lo que andaba leyendo y es que, como parte del proceso desestresante a favor de recuperar el disfrute perdido en que andamos sumidos en casa desde que Gü está de baja, una de las medidas reformistas que me he aplicado a mí misma ha sido la de no arrinconar la lectura solo al cuarto de hora previo de caer en la cama rendida, con el cerebro congestionado por las mucosidades del día y dispuesta a roncar al más puro estilo marmotil sin apenas haber cogido el hilo de por dónde iba.  Ahora religiosamente, como si de ganarme el cielo o merecerme arder en el infierno dependiera, me tomo un rato más o menos largo -una o dos horas, algo que hoy en día es un lujazo- para leer a pierna suelta, con luz del día, a media tarde, llenando mi cabeza de palabras, hechos, vidas y circunstancias nacidas de las mentes retorcidas de las más ilustres plumas de nuestro pasado. Sí, también leo de vez en cuando algún presente continuo aunque últimamente pocos contemporáneos me llaman la atención. Me propuse hacer renacer en mi imaginación a los tres mosqueteros, las obras completas de Jane Austen, Dumas o Conan Doyle. Me puse en la piel de un cosaco gracias a La hija de capitán, rocé la locura con El coronel Chabert y me devoró la pena leyendo a Pardo Bazán...

Ahora estoy enfrascada con la historia de Marguerite -cortesana conocida en París como la dama de las camelias- y el joven Armand. El cine, el teatro y la ópera nos han contado infinidad de veces su maravillosa historia de amor donde sus frases célebres han inundado internet y más de una pared. Pero lo que no sabía hasta que metí el ojo al libro, es la dulzura con la que Dumas introduce la historia, advirtiendo al lector que se trata de una historia verdadera donde cambia nombres y algún detalle para no delatar a sus protagonistas. Como es lógico, no dejé pasar la invitación de curiosear y buscar a la verdadera dama de las camelias y gracias a Mr. Google he sabido que se hizo llamar Marie -aunque su verdadero nombre era Alphonsine- y que efectivamente era una cría bellísima a quien la dura existencia que le tocó en suerte no hizo de ella un ser miserable y despiadado. Muy al contrario, su belleza embelesaba a sus amantes y su corazón los capturaba para siempre, haciendo que los caballeros que la llegaron a poseer, hubieran lamentado tarde o temprano el haberla abandonado.

Y a pesar que Alexandre nos asegura que será fiel a la realidad nos engaña en varias ocasiones. La más notable, al hacernos creer que Marie murió sola y abandonada por todos, embargada su casa y sus bienes mientras ella expiraba el último aliento de vida. No fue así. Su entierro fue muy concurrido y su esposo, un conde ruso que se casó con ella después de ser abandonada por sus amantes -entre ellos, el propio Dumas- no se separó de su lado desde que la enfermedad se agudizó y la mantuvo postrada en cama. Se mantuvo fiel y servicial no a Marie la cortesana, sino a Alphonsine, aquella joven de 24 años que con 13 fue obligada a prostituirse por su propio padre y que llegó a la capital francesa junto a unos gitanos que se la habían comprado al borracho de su padre.  
Ningún hombre de honor reconocería abiertamente que es un canalla y menos en aquella época de pudores sociales donde solo los pobres eran menos respetables que las cortesanas. Alexandre dejó a Marie a través de una bonita y concisa nota aunque detrás de su despecho ocultaba una verdad carente de delicadeza. Su abandono fue producto del miedo a ser contagiado por tuberculosis y para que no se cuchicheara mucho sobre el asunto, puso pies en polvorosa acompañando a su padre -el Alexandre Dumas de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo- de viaje a España. Ni siquiera estaba en París cuando un amigo le anunció la muerte de Marie. Sufrió al saberlo y su amor -o el recuerdo de su falta del mismo- hizo que una espina se le clavara en el alma, la cual no pudo extraerla hasta que escribió su Dama de las camelias.  
Querida Marie,
No soy lo bastante rico para amarte como quisiera ni lo suficiente pobre para ser amado como quisieras tú. Olvidemos todo entonces, tú un nombre que debe serte casi indiferente, yo una felicidad que se me hace imposible. Es inútil decirte cuánto lo siento porque tú sabes bien cuánto te amo. Entonces, adiós. Tienes demasiado corazón como para no entender el motivo de mi carta y demasiada inteligencia como para no perdonarme.
Mil recuerdos.
30 de agosto, a medianoche.
A.D.
Y así es como entendí esa dulzura moralista que rezuma el comienzo del libro. Sabiendo ahora lo que sabía, he regresado a esas primeras páginas y las he leído, ésta vez, con  la compasión que inspira el detectar el remordiendo de quien no tuvo valor de amar más y mejor. Alexandre ha dejado en sus escritos reconocida memoria de cuán culpable se sintió siempre de sus locuras de juventud. El recuerdo de Marie parece que siempre estuvo a su lado. Lo que nadie sabe ahora, es si las camelias, que nunca han faltado en la lápida de mármol blanco que acompaña a Alphonsine en su viaje eterno, llegaron anónimamente cuando la Dama de las camelias se hizo célebre o si ya antes, algún enamorado penitente, comenzó tan bonita y romántica rutina. Sea como fuere, Marguerite, Marie y Alphonsine son amadas eternamente gracias a un libro.


Ingredientes:
  • Más o menos 800gr. una vez pelada y sin pepitas
  • 2 manzanas
  • 1 litro de caldo (incluso algo más)
  • 1 cebolla
  • 2-3 dientes de ajo
  • Un chorrito de aceite de oliva
  • Sal y pimienta
  • Opcional: un vaso de leche para suavizarla

Preparación:

  1. Precalienta el horno a 200ºC.
  2. Pela y corta los ingredientes (la manzana no es necesario que la peles) y las colocas en una fuente de horno con un chorrito ligero de aceite. Hornea hasta que la calabaza esté blanda.
  3. Pon el caldo con las verduras asadas a calentar. Salpimienta y pasa por la trituradora. Añade la leche si optas por suavizar el sabor. Lista para servir.


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