Strudel de queso al estilo de las abuelas (Omas Topfenstrudel)

Soy débil. Cuanto más vivo más consciente soy de mis puntos flacos y de hecho, llevan tanto tiempo conmigo que ya les he cogido hasta cariño. A veces los miro con desdén "quita, quita que tengo prisa" y otras me aprovecho y tiño a las susodichas en extravagancias a lo "así soy yo, qué le vamos a hacer". Actúe como actúe mis flaquezas están ahí esperando a saltar sobre mi pescuezo a la menor ocasión. O no. O puede que ellas sean parásitas en nuestro organismo y por si solas no sepan actuar sin la ayuda de nuestro lado retorcido. O puede que tampoco, que sea cosa de la gente oscura que cuando huele a fragilidad se echa encima haciendo leña del árbol caído. No lo sé, la verdad. No sé como funciona ni me interesa saberlo. Con saber cómo sobrevivir en la adversidad me doy por satisfecha.

Fue hace casi un año, en esta entrada de la crema de mascarpone cuando la depresión entró en nuestra casa. Al principio no lo sabíamos, desconocíamos que el estrés acumulativo deriva casi siempre en depresión. Nos ha costado mucho a todos. Al protagonista principal porque ha sido su pellejo el que más ha sangrado. Los actores secundarios hemos sido testigos impotentes detrás del telón unas veces, y otras nos ha tocado salir a escena y comprometer también nuestros pellejos porque esto es lo que tiene el navegar en el mismo barco que los platos rotos los terminamos pagando todos a pachas

Como decía, casi un año de mucho esfuerzo, superación personal, lágrimas, cariño, desesperación y todo tipo de emociones que las hemos trabajado a tope en el conocimiento absoluto de saber que todo importa, que cada día cuenta y que las pequeñas recompensas de la vida hay que cobrárselas a diario. Unos cariños en el sofá, volver a abrazarse y a reírse a pierna suelta a lo tonto, hablar de lo que uno piensa y siente... en fin, tantas cosas que dejamos de hacer de puro sin querer pero que un día se convierten en la clave de todo y a uno no le queda otra que emperrarse en ser feliz por pura cabezonería. Un año en el que algunas personas nos han defraudado y otras no dejan de sorprendernos. Donde llueven puñales y tiritas por rincones que no habíamos reparado en ellos. Un año de aceptación sin hacer teatro, asimilando que es parte del proceso y que juntos podemos con todo.

Porque sí, es cierto, soy fuerte. Tanto que a veces se convierte en mi debilidad. Qué fácil es vivir cada día y qué complicado se hace cuando necesitas dar sentido a lo vivido. En ocasiones tienen que pasar cosas inesperadas para recuperar el norte. Leo frases preciosas por todas las redes y cada día me siento más autista ante sus mensajes. Porque en el conocimiento y en la conciencia, no está la sabiduría -tal y como dicen los monjes tibetanos- sino en la bondad, en la calma espiritual y la claridad mental. Si no deseas lo mejor para los demás, jamás disfrutarás de tus cosas. Es obvio. Si vives frustrado, enojado con cualquiera que se cruce en tu camino, tenso y con la escopeta cargada a la espera de que a cualquier parroquiano se le tuerza el renglón, no dudes que estás -no que caerás- enfermo. Tóxico, venenoso y enfermo. Bondad, generosidad y regocijo. Ese es el camino de una vida sana dejando que las frustraciones no calen y se hagan las dueñas del cotarro.
Y claro, me dirás: palabras Maite, son solo palabras. Pues no, no lo son. Son enseñanzas e inspiración para seguir caminando sin volver a enfermar. Nos hemos curado, eso creo, pero seguimos en un mundo enfermo que puede volver a rompernos. Ahora un año después, sabemos lo que ya nos temíamos. Que nuestra valía no está en lo que tenemos sino en lo que somos. Que no es más quien más tiene sino quien más satisfecho está con lo que tiene. Que la vanidad y la arrogancia son muy peligrosas porque van de la mano del egoísmo y la envidia. Lo sensato es alejarse de quienes la practican y arrimarse a la gente feliz y sana es casi de manual de instrucciones. 

Hemos tenido la dicha de arrimarnos esta semana a una familia que es así, de manual. Él es un hombre maravilloso que conozco de hace mil años aunque no hemos mantenido contacto en otros mil. Nuestras familias no se conocían así que la cita estaba cargada de ilusión y ganas. Pasamos el día en un escenario de lujo, un bosque lleno de animales, caminos, piedras, pinos, columpios, tirolinas y toboganes. Y ¡frambuesas!. Tuve el gustazo de conocer a la que es mi heroína desde entonces, una mujer y madraza de las que derrochan claridad y calma de la que te hablé antes. Gritará y se subirá por las paredes como todas, eso es evidente y más con cuatro mosqueteros en la casa pero ella es de ese tipo de personas que desde el minuto cero respiran vitalidad, sensatez y cariño.

Y como la vida, además de sabia, es golosa, mi destino me ha empujado a encender el horno y publicar este Topfenstrudel al estilo clásico para dejar constancia de que aún existo, de que el blog sigue navegando con el rumbo intacto -o casi- y que no hay mal que cien años dure ni strudel que lo resista. Porque nuestra vida es como este strudel: relleno fresco, dulce y nutritivo, delicado al enroscarse porque se rompe con mirarlo y cuando está en el horno, ese relleno tan especial se escapa por todos lados inundando de jugosidad todos los rincones del recipiente. Porque la debilidad, la fragilidad, no es sinónimo de chapuza. Y si no me crees, prueba, prueba y ya me dirás.


Ingredientes:
  • masa philo
  • 500gr. de Topfen (queso tipo quark)
  • 100gr. de Sauerrham (o yogur tipo griego)
  • 80gr. de mantequilla blanda
  • 4 huevos
  • 120gr. de azúcar
  • 1 pizca de sal
  • 1 limón (ralladura y zumo)
  • 1cda. de polvos de pudding de vainilla o de flan
  • 50gr, de pasas sultanas mojadas en ron
  • algo de aceite o mantequilla para pincelar el molde y superficie

Notas:
  • No intentes hacer este strudel directamente en el horno sin recipiente porque estalla e inunda todo de crema. Si deseas la versión consistente, usa esta otra receta.
  • El momento complicado de esta preparación es enrollar el strudel y transferirlo al recipiente con éxito. Para ello, es fundamental que te ayudes de un trapo limpio de cocina y lo pases directamente con el trapo. De otra forma, la liarás parda casi seguro.

Preparación:
  1. Precalienta el horno a 170ºC y prepara un molde o recipiente engrasándolo bien con un poco de la mantequilla.
  2. Monta las claras de huevo con el azúcar y una pizca de sal hasta que el merengue haga picos. Reserva.
  3. Bate con unas varillas (eléctricas o procesadora) el queso, el yogur, la mantequilla y la cucharada de polvos para pudding. Cuando la crema se empiece a formar, añade las yemas.
  4. Una vez la crema lisa y sin grumos y ahora con ayuda de una espátula, integra el merengue, el limón exprimido, las pasas y ralladura de limón a tu gusto. 
  5. Extiende sobre la encimera un trapo limpio y coloca 2 láminas de masa philo. Echa parte de la crema y enrolla el strudel con dicho trapo. Sin quitarlo transfiere el strudel al recipiente y con cuidado retira el trapo. Repite la misma operación con la segunda pieza. Si se quiebra no te importe porque sin remedio estallará en el horno. Pincela con aceite la superficie si quieres que la masa philo se quede crujiente.Te sobrará algo de relleno. Puedes echarlo por encima (es lo que suelen hacer las abuelas) o hacer un strudel mini en un recipiente pequeño (es lo que yo hice porque deseaba no perder la costra de masa philo)
  6. Hornea un poco a gusto. Si le has puesto el resto de crema por encima, te recomiendo 20 minutos a 170ºC y 10 minutos a 120ºC. si quieres que quede tostadita la masa philo 30 minutos C a 170ºC hasta que se dore la superficie. Lo puedes servir frío o templado con azúcar glas por encima.

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