Pudding de chocolate blanco
Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz, la gente educa para la competencia y este es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz.
Maria Montessori
Maria Montessori, al igual que mi querida Carmen de Burgos, fue una humanista excepcional y mujer sobresaliente que abanderó el desarrollo de las clases más desfavorecidas. Hoy en día, hablar de desarrollo es hablar de economía, de dinero, de tener y gastar. Hubo un tiempo no hace mucho, donde una gran parte de la sociedad progresista no azuzaba revoluciones y revueltas sino luchaba, gritaba y trabajó incansablemente por desarrollar la educación como medio ineludible para conquistar el bienestar social. Personas que sabían que lograr el voto femenino no valía de nada si no se enseñaba a las madres y abuelas a leer, a escribir y sobre todo, a pensar por sí mismas. Derecho a la autodeterminación personal, como único trampolín al enriquecimiento cultural, intelectual y humano.
Mientras los revolucionarios buscaban el camino rápido para forzar la evolución y adueñarse así de ella -solo ahora algunos sabemos que esa vía no existe- y se desgañitaban por crear sindicatos, protestas y huelgas, los educadores sabedores que la cosa funcionaría mejor y a largo plazo sin la "R", dedicaron su existencia en crear un sistema educativo alternativo y sensible a la realidad de los niños donde se les incentivaría a crecer y vivir de forma consciente, más humana al fin y al cabo. El maravilloso Profesor Pestalozzi, pilar indiscutible de las ideas de Maria, resumió ésta manera de enseñar bajo el eslogan "El aprendizaje por la cabeza, la mano y el corazón".
Y así es como enseñaba Maria; atmósfera amable, clima afectivo, libertad y espacio para que el niño asimile por sí mismo aprendiendo por puro gusto y no por obligación. Un ambiente sobre el que trabajó con mucho existo Pestalozzi en la creencia que el bienestar y el desarrollo no se pueden conquistar sin una infancia feliz y afectivamente confortada. Porque los niños, al igual que los adultos, cuando viven bajo los efectos del amor desean ser mejores personas, alcanzar metas más altruistas y, casi de puro sin querer se dejan inspirar por el conocimiento ajeno.
Qué inspirador, ¿verdad? Y qué terrible al tiempo. Porque seguimos sin entender nada. Seguimos en nuestras trece. A día de hoy, el conocimiento hace que tengamos más pájaros en la cabeza para alimentar moralinas donde esconder nuestra moral lisiada. Sigo leyendo casi a diario esos virales donde educadores sentencian sin ningún rubor, esas listas donde detallan lo que el niño aprende en la escuela y lo que debe traer hecho de casa. A todas esas personas, les animo a que conozcan a Montessori y a Pestalozzi, que reflexionen y que obren en consecuencia. Con honestidad y no socorriendo a criminalizar la mala educación del niño o de los padres.
Confianza, paciencia, empatía, fe -sí fe- más allá de una religión en su concepto más humano y cercano, piel con piel. En definitiva, los libros no valen de nada sin cabeza (pensar, reflexionar), mano (sentir, empatizar) y corazón (amor, cariño). Porque no existe una sociedad feliz que vive inmune a lo humano, donde cultiva y enseña aritmética, lecciones de memoria y empapela a los jóvenes con títulos y diplomas pero se exhibe invulnerable al dolor humano, a las necesidades elementales de su sociedad porque perdió - a saber cuando- su H de humano entre pizarra y pizarra.
Pudin dedicado a mis queridos profesores, la Srta. Mari Carmen y Don Manuel -El Manolito- porque ellos supieron ver mi dislexia, me enseñaron a afrontarla y sin saberlo, me salvaron la vida. Y a Don Nabor -cuánto le quería por dios- porque fue el único que después de mis mentores, supo apreciar -y admirar- el gran esfuerzo que me suponía aprender asignaturas. Ellos me enseñaron a vivir con plenitud a pesar de los obstáculos.
Ingredientes:
Preparación:
- 1/2 litro de leche
- 1 lata (400ml.) de leche de coco (o leche de almendras)
- 200gr. de chocolate blanco (golosos 250gr.)
- 1 sobre de natillas
- unas 4 galletas hechas migas para decorar
Preparación:
- Disuelve el sobre de natillas en un poco de leche.
- El resto de ingredientes, los pones a calentar juntos removiendo para que se derrita el chocolate sin pegarse. Cuando rompa a hervir, añade las natillas disueltas en leche sin dejar de remover hasta que rompa de nuevo a hervir.
- Reparte el pudding en los recipientes que desees y termina decorando con migas de galletas. Deja enfriar en el frigo mínimo 3 horas.
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