Ensalada de frijoles con aliño al chipotle

Hoy vengo con un culebrón que parecería de chiste sino fuera por su trágico final porque lo cierto es que no hay guionista en este planeta capaz de idear una pifia más grande. Estamos a mitad del s. XIX y a Fernando Maximiliano José María de Habsburgo y Lorena -Maxi a partir de ahora para no extendernos- hermano menor del emperador de Austria Francisco José I -el Jose, marido de la Sisi- se le ofrece ser emperador de México. 

Él ya era Príncipe de varias cosas y Virrey de Lombardía y Venecia, con un casoplón en Trieste que les había costado un riñón y parte de otro a él y a su consorte Carlota -hija del rey Leopoldo I de Bélgica-  quién, todo sea dicho, no tenía la cabeza muy bien del todo pero como era tan bonita, regia, joven e inocente pues nadie vió venir la que se avecinaba. 

Como digo, la parejita era requete ideal, dicen que se casaron enamorados porque los dos eran muy guapetones pero pronto la Carlota descubrió que se había desposado con un mujeriego y el Maxi por su parte, que su esposa perdía aceite y se le iba la cabeza de lado a lado con demasiada frecuencia. Lo que si tenían en común era la ambición y el gusto por llevar una vida de reyes y, como eso cuesta mucha pasta, se cuenta que no iban todo lo holgados que ellos querrían. Así que la propuesta les encantó... pero, a ver, esto hay que meterlo en contexto porque si no, no se entiende.

Napoleón III heredó, entre otras cosas, la obsesión por tener un imperio trasatlántico al puro estilo inglés pero, por lo que sea, las flotas francesas desde hacía ya mucho tiempo no cuajaban como tenían que cuajar, así que pensó que si conquistaba México, tendría una plaza estratégica de p. m. para disputarse el comercio Iberoamericano con los estates de Norteamérica y los ingleses, que se tiraron como lobos ahora que la América latina se independizaba de los españoles. 

Como en México el clero y los conservadores estaban muy ofendidos porque el gobierno de Juárez les estaba quitando sus privilegios y posesiones, se confabularon con el francés para legitimar esta intervención imperialista y era más fácil hacerlo con un emperador que nada tuviera que ver con el Napoleón porque sino la cosa iba a sonar a lo que realmente era: una invasión.
Además, el papi de la Carlota era muy rico -el más rico en Europa- así que con el apoyo militar del gabacho y los cuartos del papaito, hicieron las maletas y pusieron rumbo a México desoyendo los consejos de los muchos que les decían "pero a dónde vais almas de cántaro".

El desembarco fue desolador: nadie les esperaba y allá estaban ellos con las tropas del tercero y poco más. En Ciudad de México sí montaron algo de paripé pero la Carlota quedó horrorizada; ella, que siempre se había movido exclusivamente por casas reales entre la flor y nata de sangre azul, allá estaba rodeada de plebeyos y burgueses de medio pelo que no sabían de la misa la media. Y el pueblo, hambriento y herido de muerte entre tanta guerra de independencia y los muchísimos levantamientos y conflictos que acontecían día sí y día también, estaba hasta el chipotle de que les faltaran los frijoles, porque qué menos se puede pedir sino un techo, comida y algo de paz donde levantar un país tan roto y desquiciado. 

Es verdad que Maxi sintió esa necesidad de prosperidad entre los mexicanos y, en lugar de cumplir con su premisa de gratificar a los conservadores y a la iglesia, le dio por mover reformas de carácter liberal como abolir el trabajo a menores, suspender deudas a los campesinos, suprimir las tiendas de raya y mejorar las condiciones de los indígenas sobre todo en las haciendas que vivían como esclavos. Esto enfadó mucho y encima el francés que estaba de problemas hasta el gorro, no solo no le mandaba tropas suficientes sino que encima se las quitaba y el papaito rico en sus trece: dinero vale pero tropas, ni hablar del peluquín. 

A Juárez tampoco nadie le bajó del burro; el emperador era un imperialista títere del invasor y México tenía que volver a ser una república costase lo que costase. Y costó lo suyo; sus tropas había que alimentarlas y a su paso, los comerciantes subían los precios para sacarle más réditos a la reconquista. 

La Carlota, en cuanto se pusieron feas las cosas cogió un barco y se volvió a Europa, donde mendigaba por las cortes ayuda militar para su esposo mientras perdía cada día más la cabeza asegurando que todos los reinantes -y hasta el Papa- la querían envenenar. 

Y al Maxi, al pobre, lo apresaron y fusilaron algo que se venía venir y de hecho, en un momento dado pidió permiso a su hermano, el del Imperio Austrohúngaro, para regresar a Viena pero su madre, la Sofía de Baviera que era una arpía de armas tomar, le contestó diciendo que nones, que un Habsburgo no abdicaba jamás, que se agarrara bien los machos y que dios repartiera suerte. 

Y de esta pifia nadie salió ganando. Carlota demente, Maximiliano fiambre, Juarez con dos hijos menos y los mexicanos, más hambrientos y desolados que nunca. Y encima, la república sin un peso a cuenta de los terratenientes y hacendados que hicieron, como viene siendo normal en el mundo entero, su agosto a costa de encarecer los víveres. Qué pena todo.


Ingredientes:
  • 1 lata de frijoles (negros o rojos)
  • 1 cebolleta con su tallo
  • tomate a tu gusto
  • maíz a tu gusto
  • pimiento rojo a tu gusto
  • Queso fresco, aguacate... lo que te apetezca

Para el aliño:
  • 1 chile chipotle adobado
  • 1 diente de ajo
  • vinagre de vino a tu gusto
  • zumo de medio limón
  • 1 cdita. de sirope de agave o miel
  • 1 cdita. de orégano
  • 1/2 cdita. de comino
  • un chorro de aceite de oliva
  • sal y pimienta
  • hierbas frescas (cilantro, perejil, cebollino...)

Preparación:
  1. Licua o tritura todos los ingredientes del aliño juntos y los dejas marinar un par de horas. Puedes colarlo para que quede más fino.
  2. Pon en un bol los frijoles  y los ingredientes de la ensalada cortados en trocitos pequeños.
  3. Aliña la ensalada y sírvela con hierbas frescas picadas en fino.

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