Ensalada mediterránea de garbanzos y pimiento asado

culpa 
Del lat. culpa.

1. f. Imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta. Tú tienes la culpa de lo sucedido.

2. f. Hecho de ser causante de algo. La cosecha se arruinó por culpa de la lluvia.

3. f. Der. Omisión de la diligencia exigible a alguien, que implica que el hecho injusto o dañoso resultante motive su responsabilidad civil o penal.

4. f. Psicol. Acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado.

¿Por dónde iba? En la sopa caprichosa lo dejé todo un poco difuso. Me vendo a mí misma la moto de lo importante que es sacarlo todo para así ordenar mi caos pero lo cierto es que estoy dando un rodeo del ocho al asunto. Terminé la entrada anterior dando dos motivos por los que no quiero hacer terapia aunque lo cierto es que hay un tercero: y ese es Gü porque con él empezó todo.

Me sabe mal culparle porque al fin y al cabo es lo que hizo conmigo durante mucho tiempo. Antes de llegar los ataques de pánico, él sentía que todo lo que le pasaba era por mi causa; que su vida era una renuncia continua, que tenía que hacerse cargo de todo, que si yo estaba enferma, que si el niño, que si mi hijo mayor, que si su madre, que si el trabajo... en fin, una retahíla tras otra de ques que nos tenía cada día más en las antípodas.  De hecho, al poco de estar de baja y regresando de ver al psiquiatra, me dijo que le había avisado " Sr. Nobis, hágase a la idea de que tendrá que hacer cambios en su vida" y me dijo: "Así que ya sabes, hazte a la idea". Le contesté que eso no iba conmigo, que los cambios eran su tarea y no la mía. Claro que me afectaba, todo lo que estaba pasando me maltrataba el alma y lo más complicado de gestionar era la impotencia, el no poder cambiar las cosas porque no era mi batalla. Yo era su acompañante en esa locura pero no la causa porque lo que no supo ver es que él no era víctima mía sino de sí mismo.
Pero esa culpa ya la tenía yo tatuada aunque sin saberlo, como esa flor de lis que se marcaba en las malas mujeres. Estuvo dos años y medio en casa, haciendo mil terapias, teniéndome de perrito faldero, enfermera, confesora y hasta de thermomix, sin preguntarse en ningún momento por el desgaste que eso conlleva. Es cierto que no podía, su área de confort era sofá, ordenador y tablet. Ahí se refugiaba de sus fantasmas y de hecho, tantos años después sigue haciendo lo mismo. 

Recuerdo que un día llegó de terapia diciendo que había perdido la felicidad, que tenía que encontrarla y eso era difícil en sus circunstancias. Y ahí me tocó el moño. Le dije que la felicidad estaba donde había estado siempre: al otro lado del sofá, con mi hijo pequeño enroscado en mis brazos que como cada tarde después de cenar y antes de ir a la cama, teníamos un ataque de besos (küsselnattack), un masaje pizzero (pizzamassage), otro meteorológico con lluvia, calor o fuertes vientos sobre su espalda que nos hacía partirnos de risa.
Y así es como la culpa se volvió invisible e indolora porque pude cargar con su caos siendo a todos los efectos la única responsable. Soy mujer de carácter, de esas que dicen que tonterías las justas, de las que nunca borran la sonrisa y se emperran en ser felices a diario. Si lograba que el día empezara y terminara entre sonrisas, malo, porque era insensible.  Si terminábamos entre lágrimas, también malo, porque mi hijo pequeño sufría mucho, porque mi frase de "por favor, déjalo" la acuñó también y porque siempre me sentí responsable por no detener a tiempo las ondas expansivas que tanto daño y agotamiento dejaban a su paso. 

Tantos años después, no he logrado superar ese cansancio emocional que ha ido creciendo atrapada en una ciudad que nada me aportó en los malos tiempos, con mis soledades al alza año tras año, una vida sin recompensas por pequeñas que sean: un regalo sin venir a cuento, una invitación a cenar o una cerveza un sábado a la noche... salir a cenar ¿para qué? si tú cocinas más rico. ¿Una cerveza en el centro? ¡qué pereza!. ¿Un regalín de vez en cuando? el último fue el día de los enamorados que vino con tres (sí, tres) bomboncitos y me dijo "por no venir con las manos vacías". Por mí, se tomó la molestia de entrar en la bombonería pero no fui razón suficiente para pagar por una caja. Me sentí culpable por las ganas que tuve de tirar los bombones por la ventana. Y me sentí culpable por no haberlo hecho.


Ingredientes:
  • 150gr. de garbanzos por comensal
  • 1-2 pimientos rojos asados (a tu gusto)
  • 1 tomate
  • unos tomates secos a tu gusto
  • queso de oveja blando o tipo feta
  • aceitunas a tu gusto
  • aliño: hojas de albahaca fresca, pimentón, sal, pimienta, aceite de oliva y vinagre de vino

Preparación:
  1. En una ensaladera, pon los garbanzos junto con el resto de ingredientes menos el queso en las cantidades que más te gusten.
  2. Tritura el aliño hasta que las hojas de albahaca estén bien finas. Mézclalo con los ingredientes de la ensalada.
  3. Termina poniendo trocitos de queso por encima.

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