Panecillos de polenta. Equilibrio

Equilibrio. Imagino que la época es mala para andar buscándolo. Malos tiempos y peor escenario. Imagino -porque lo desconozco- que la historia de la humanidad es ésto, un sube y baja a modo de montaña rusa o de noria, no sé, donde las humanidades se desinflan y luego se hinchan y luego se destilan o si no se disuelven. Recuerdo años atrás cuando estaba de moda encender incienso, beber yogi tea y meditar a lo piedra porosa. De ésto a hornear macarons y cupcakes rebosantes de colorantes y mantequilla -BIO, eso sí, hay que ser coherente y responsable- tan solo han pasado un par de suspiros.
De pacifistas convencidos gritando no a la guerra hemos llegado a dar la espalda a los que huyen del infierno. De pasearnos por las calles con pegatinas de no a las nucleares nos hemos atrincherado en el bando de las radiaciones constantes e ininterrumpidas de teléfonos móviles y tablets. Recuerdo aquellas querellas contra repetidores y antenas porque producían cáncer y ahora no hay quién nos despegue el móvil de la mano. Ni de la nuestra ni de la de nuestros hijos a los que llamamos ninis por pura inercia, y uno ya no sabe si un nini es un blando, un consentido o un inútil. Lo cierto es que los malcriamos, los convertimos en inválidos emocionales, anulamos su sentido de la responsabilidad -porque para eso estamos nosotros, los papás, para que a los chicos no les falte de nada. A ver si nos van a llamar malos padres- decía, les cubrimos de lujos y caprichos innecesarios a cambio de cortarles las alas. Y todo esto pasa, en una sociedad llena de oportunidades donde cualquiera puede estudiar, aprender y formarse. Lo que hubiera dado mi madre porque la hubieran dejado estudiar una carrera, o trabajar después de casada -era empleada en unos grandes almacenes donde estaba prohibido tener contratadas a casadas-. Equilibrio, poco a poco va sonando a chanza...
He visto un vídeo terrible aquí. Unos hombres asustan a un crío sirio en un parque, le engañan diciendo que el avión -en esos momentos se escucha que sobrevuela uno- es un caza de guerra y la criatura corre buscando donde esconderse. Anteayer, un malnacido acuchilló a su mujer y a su cuñada a pocos kilómetros de donde vivo. Su esposa le había abandonado hacía dos semanas. Se marchó con los tres críos a casa de sus padres y no salía sola porque tenían miedo de la mala bestia. Fue al supermercado con su hermana y el animal las estaba esperando. Las acuchilló a ambas mientras unos hombres intentaron impedirlo pero nada frenó la ira de este hombre. La gente llamó a la policía que acudió casi al instante -a 50 metros le cogieron- y los mismos testigos del apuñalamiento pudieron escucharle mientras era reducido y esposado como gritaba "he consumido drogas y alcohol". El muy hijo de puta ha dejado a cinco críos sin madre y sin tía. Cinco criaturas que verán como este desgraciado se le reduce la pena por ir bebido y drogado. ¿Equilibrio?
Y entre tanta inmundicia, horror, despego, postureo, ombligocentrismo, barbarie nos codeamos a diario con gente egoísta, que perdió la humanidad en alguna parada de autobús a la que daba codazos a una anciana por subirse primero a coger sitio. Gente que cree que lo humano se ciñe solo a su mundo de piel para adentro, que la sensibilidad, derechos y prodigios solo se conjugan en primera persona y que las obligaciones, educación y respeto es algo que el universo le debe. Cuando un ser deja de empatizar con el prójimo se convierte en un trozo de carne con ojos. Si además es idiota, será un merluzo. En cualquier caso, dejará de ser persona y esto no hay besugo que me lo discuta. No contentos con el escenario que día a día nos toca brear, nos hemos dejado enredar por las sociales que son el summun de la estupidez, donde la educación brilla por su ausencia, el respeto se pisotea ininterrumpidamente y donde bulos, montajes y plagios están a la orden del día.
Equilibrio. ¿Renunciamos a él? de ningún modo. Hoy más que nunca hay que buscar la línea que separa la opinión del respeto. La verdad de la mentira. Lo humano del salvajismo. Y sobre todo, cómo vivir feliz, completo y consciente de lo que tenemos en un presente donde la frivolidad y la injusticia se lo come todo. Vivir con los ojos abiertos a los horrores del mundo pero refugiados en nuestro bienestar para no asfixiarnos. ¿Es esto reprochable? Dónde está la frontera moral del egoísmo del que no quiere mirar porque se amarga y del vivir consciente absorbiendo una cantidad tan grande de miserias y dolor que las entrañas no son capaces de metabolizar... ¿dónde está la franja? ¿juzgo al mundo por mi línea, por mi posición y bajo mi moral?
Cada cierto tiempo, hay que ejercitar el alma. Hay que trabajarla. Me comprometo a criticar menos -juzgar menos, realmente- sin dejar de denunciar lo que el corazón me dice que está mal. Respetar más las opiniones y creencias ajenas pero solo por aquellos a los que me unen lazos afectivos. ¿Por qué estoy obligada a hacer debate con cualquiera que pasé por mi puerta? ¿Por qué la espuma se me escapa al esforzarme en aceptar gente que ni ve va ni me viene solo porque un día me pidieron amistad en facebook? si empatizamos y nos entendemos, adelante. Si no tenemos nada que ver, pues nos borramos y punto que cada cual tire por su camino. Caer en la red de las simpatías y los afectos, eso tan bonito que un día me dio internet y que fue el motivo por el que hoy estoy aquí enganchada, me lo han cobrado bien caro. Hoy mi mundo, ese en el que me refugio y me nutro y aprendo, se ha reducido considerablemente porque cientos de garrapatas me hicieron un día un me gusta o compartieron mi muro. Amistades que no existieron o no cuajaron pero que ahí quedaron, haciendo compost o contaminando con residuos malsanos. Prometo cuidar más y mejor de mi entorno, ser más humilde con mis sueños de grandeza y popularidad y volver a tejer lazos de cariño y cercanía, escuchar más que hablar -y esto es mucho decir- y compartir silencios sin que el sonidito del móvil me avise que tal o cual compartió mi publicación o me etiquetó en un muro publicitario. Sí, equilibrio. Eso sí que suena bien.
Estos bollitos están deliciosos. Tuve a bien, guardar unos pocos para los almuerzos del día siguiente. Tiernos y calentitos entraron con gula y pasión. Reposados y de vísperas, entraron sabrosos y nutritivos. Valen para todo y es una buena forma de salir de los bocatas tradicionales.
De pacifistas convencidos gritando no a la guerra hemos llegado a dar la espalda a los que huyen del infierno. De pasearnos por las calles con pegatinas de no a las nucleares nos hemos atrincherado en el bando de las radiaciones constantes e ininterrumpidas de teléfonos móviles y tablets. Recuerdo aquellas querellas contra repetidores y antenas porque producían cáncer y ahora no hay quién nos despegue el móvil de la mano. Ni de la nuestra ni de la de nuestros hijos a los que llamamos ninis por pura inercia, y uno ya no sabe si un nini es un blando, un consentido o un inútil. Lo cierto es que los malcriamos, los convertimos en inválidos emocionales, anulamos su sentido de la responsabilidad -porque para eso estamos nosotros, los papás, para que a los chicos no les falte de nada. A ver si nos van a llamar malos padres- decía, les cubrimos de lujos y caprichos innecesarios a cambio de cortarles las alas. Y todo esto pasa, en una sociedad llena de oportunidades donde cualquiera puede estudiar, aprender y formarse. Lo que hubiera dado mi madre porque la hubieran dejado estudiar una carrera, o trabajar después de casada -era empleada en unos grandes almacenes donde estaba prohibido tener contratadas a casadas-. Equilibrio, poco a poco va sonando a chanza...
He visto un vídeo terrible aquí. Unos hombres asustan a un crío sirio en un parque, le engañan diciendo que el avión -en esos momentos se escucha que sobrevuela uno- es un caza de guerra y la criatura corre buscando donde esconderse. Anteayer, un malnacido acuchilló a su mujer y a su cuñada a pocos kilómetros de donde vivo. Su esposa le había abandonado hacía dos semanas. Se marchó con los tres críos a casa de sus padres y no salía sola porque tenían miedo de la mala bestia. Fue al supermercado con su hermana y el animal las estaba esperando. Las acuchilló a ambas mientras unos hombres intentaron impedirlo pero nada frenó la ira de este hombre. La gente llamó a la policía que acudió casi al instante -a 50 metros le cogieron- y los mismos testigos del apuñalamiento pudieron escucharle mientras era reducido y esposado como gritaba "he consumido drogas y alcohol". El muy hijo de puta ha dejado a cinco críos sin madre y sin tía. Cinco criaturas que verán como este desgraciado se le reduce la pena por ir bebido y drogado. ¿Equilibrio?
Y entre tanta inmundicia, horror, despego, postureo, ombligocentrismo, barbarie nos codeamos a diario con gente egoísta, que perdió la humanidad en alguna parada de autobús a la que daba codazos a una anciana por subirse primero a coger sitio. Gente que cree que lo humano se ciñe solo a su mundo de piel para adentro, que la sensibilidad, derechos y prodigios solo se conjugan en primera persona y que las obligaciones, educación y respeto es algo que el universo le debe. Cuando un ser deja de empatizar con el prójimo se convierte en un trozo de carne con ojos. Si además es idiota, será un merluzo. En cualquier caso, dejará de ser persona y esto no hay besugo que me lo discuta. No contentos con el escenario que día a día nos toca brear, nos hemos dejado enredar por las sociales que son el summun de la estupidez, donde la educación brilla por su ausencia, el respeto se pisotea ininterrumpidamente y donde bulos, montajes y plagios están a la orden del día.
Equilibrio. ¿Renunciamos a él? de ningún modo. Hoy más que nunca hay que buscar la línea que separa la opinión del respeto. La verdad de la mentira. Lo humano del salvajismo. Y sobre todo, cómo vivir feliz, completo y consciente de lo que tenemos en un presente donde la frivolidad y la injusticia se lo come todo. Vivir con los ojos abiertos a los horrores del mundo pero refugiados en nuestro bienestar para no asfixiarnos. ¿Es esto reprochable? Dónde está la frontera moral del egoísmo del que no quiere mirar porque se amarga y del vivir consciente absorbiendo una cantidad tan grande de miserias y dolor que las entrañas no son capaces de metabolizar... ¿dónde está la franja? ¿juzgo al mundo por mi línea, por mi posición y bajo mi moral?
Cada cierto tiempo, hay que ejercitar el alma. Hay que trabajarla. Me comprometo a criticar menos -juzgar menos, realmente- sin dejar de denunciar lo que el corazón me dice que está mal. Respetar más las opiniones y creencias ajenas pero solo por aquellos a los que me unen lazos afectivos. ¿Por qué estoy obligada a hacer debate con cualquiera que pasé por mi puerta? ¿Por qué la espuma se me escapa al esforzarme en aceptar gente que ni ve va ni me viene solo porque un día me pidieron amistad en facebook? si empatizamos y nos entendemos, adelante. Si no tenemos nada que ver, pues nos borramos y punto que cada cual tire por su camino. Caer en la red de las simpatías y los afectos, eso tan bonito que un día me dio internet y que fue el motivo por el que hoy estoy aquí enganchada, me lo han cobrado bien caro. Hoy mi mundo, ese en el que me refugio y me nutro y aprendo, se ha reducido considerablemente porque cientos de garrapatas me hicieron un día un me gusta o compartieron mi muro. Amistades que no existieron o no cuajaron pero que ahí quedaron, haciendo compost o contaminando con residuos malsanos. Prometo cuidar más y mejor de mi entorno, ser más humilde con mis sueños de grandeza y popularidad y volver a tejer lazos de cariño y cercanía, escuchar más que hablar -y esto es mucho decir- y compartir silencios sin que el sonidito del móvil me avise que tal o cual compartió mi publicación o me etiquetó en un muro publicitario. Sí, equilibrio. Eso sí que suena bien.
Estos bollitos están deliciosos. Tuve a bien, guardar unos pocos para los almuerzos del día siguiente. Tiernos y calentitos entraron con gula y pasión. Reposados y de vísperas, entraron sabrosos y nutritivos. Valen para todo y es una buena forma de salir de los bocatas tradicionales.
Ingredientes:
- 200gr. de polenta fina
- 300gr. de harina panadera (he usado de espelta)
- 40gr. de azúcar
- una cucharadita de sal
- levadura de panadero para 500gr. de harina
- 100gr. de buttermilch (mezcla 75gr. de yogur con 25gr. de agua en su defecto) 100gr. de agua templada (puede que necesites más)
- 1 huevo
- 50gr. de mantenquilla (opcional, ahora te cuento)
Notas:
- mi polenta es de molienda muy fina pero si usas gruesa (la normal) la puedes precocer. En este caso y para evitar que te queden luego grumos mi consejo es que la batas hasta deshacerla junto con los ingredientes líquidos (el agua y el suero de mantequilla o buttermilch). Luego procede igual en la preparación. Se puede usar en la misma proporción harina amarilla de maíz.
- La cantidad de agua a usar varía siempre en función de las harinas y con las amarillas más. Así que ten preparado un poco más por si te hiciera falta. Comienza añadiendo los 100gr. que te recomiendo y vas añadiendo poco a poco en caso de necesitarlo.
- En principio, estos panecillos salen más jugosos añadiendo mantequilla a la masa. Como he reducido el consumo, preparé 30gr. de aceite de canola y 20gr. de mantequilla que derretí junto al aceite. Es un buen truco para reducir la mantequilla sin renunciar al sabor. Pero a última hora decidí no usarla y me conformé con pincelar los bollitos en esta mezcla antes de meterlos al horno. Te juro que no he notado para nada su ausencia. A partir de ahora me conformo con pincelar y no añadirla.
Preparación:
- En un bol grande, pon los ingredientes secos( es decir, la polenta, la harina, la levadura, el azúcar y la sal). Añade el resto de los ingredientes (el agua templada, el huevo y el buttermilch) y lo ligas todo bien con ayuda de una espátula. Deja la masa que se desarrolle unos 5 minutos tapada.
- Amasa sobre la encimera (si lo necesitas enharina un poquito la superficie) hasta que la masa esté suave y elástica. Si se ha secado demasiado, veras que se quiebra al estirarla. La humedeces un poco, dejas de nuevo que repose otros 5 minutos y vuelves a amasar hasta que esté bien suave.
- Aclara un poco el bol con agua templada, lo engrasas levemente y pones la masa a reposar tapando el bol con film de plástico. Debe levar por lo menos 1 hora y media mínimo. Lo ideal un par de horas.
- Precalienta el horno a 190ºC. Una vez levada divide la masa en 10 partes iguales. Haz bolitas y lo colocas sobre una fuente de horno con papel de hornear para que no se peguen. Con ayuda de un pincel, pincela cada bollito con mantequilla derretida y al final, antes de meterlos al horno, espolvoreas con un poco de poleta. Hornea hasta que estén dorados.

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