Pastel de coco y ruibarbo y mi refugio enletrado

Refugiarse en las palabras. ¿No es precioso? Qué frase tan llena de emociones. O no. A lo mejor es inservible, solo bella. Bucólica. O no. Queda linda escrita y se arrima más al alma que a la mente. Hay lecturas para ser más sabio y otras para dejar escapar los pensamientos. Otras se buscan para proteger el alma de desasosiegos o simplemente para encontrar inspiración. Novelas que siempre acaban bien, fantásticas, divertidas, ingeniosas o paranoides. Libros de texto —reconozco que estos siempre me han hecho mucha gracias porque bien mirado, jamás he dado con un libro orientado a la enseñanza carente de textos— pero, por dónde iba? libros! Eh, no, no nos liemos. Palabras. Hablaba de palabras que no siempre tienen que estar plasmadas, a veces son solo ecos o acústicas o rollos soporíferos de horas al teléfono relatando una y otra vez las mismas angustias, molestias y demás parásitos del día a día...

Ampararse en letras. Rizarlas, estirarlas y combinarlas hasta que suenen a consuelo, a refugio. O no. A veces tienen que sonar a fuga, a socorro y a heroicidades. Tal vez. O no. Buscar asilo o encontrar exilio. Cada cual sabe. Porque casi siempre son una necesidad de entendernos y hacernos entender. Esto para cuando salen. Cuando entran, ya sea por los ojos o por las orejas, llegan con ganas de saber, de explorar, de cuestionar, de empatizar... sí, de juzgar o criticar o maldecir también. No hay sentimiento bueno o malo que escape a su influjo...

Hay a quien le pesan los libros que no leyó y hay quien revuelve entre páginas de libros que nunca escribió. Hay quien no se atreve a opinar y quien no se lanza a relatar. Hay quien calla por no buscarse problemas y quien no sale de una para entrar en otra por culpa de su verbo, siempre directo, certero y carente de pomada. Hay todo un universo físico y metafísico rondando a la palabra que actúa a modo de hermandad benéfica, socorriendo a nuestras almas y neuronas de la pobreza de espíritu y nos libra por los siglos de los siglos de ser trozos de filetes con ojos... sí, me repito. De esto ¿cuántas veces ya he hablado? pero da igual. Hay que insistir. Hay que seguir chaspando y leyendo y escuchando... 
Porque si algo me aterra, es quien la usa para criticar por la espalda. Quien la omite para que su ausencia sea dañina. Quien usa el silencio para luego manipular mi léxico con el fin de crear confusión e inseguridad en mis jugos gástricos —dicho en plata, para patearme las entrañas—. Para quitarme aplomo, vaya. Se me clavan como un puñal esas palabras que fueron mías, que las usé para explicar un enfado, una decepción y se las sacó de su lugar y de su contexto para devolvérmelas envenenadas, haciendo una parodia de mis argumentos solo para poder justificarse ante los demás. Cuando alguien querido te viene a decir "me importa un comino lo que sientas. Lo que me preocupa es que los demás piensen mal de mí. Y para que nadie me cuestione, hago de ti un esperpento y a mí los laureles".

Y pese a las decepciones y a las lágrimas expulsadas —me enorgullezco de afirmar que yo a mis fracasos amistosos los lloro durante días, a veces durante semanas— me reafirmo en el convencimiento que hay que creer, a pies puntillas escúchame bien, en la amistad. Un fracaso no es un desengaño. Es un mal paso. Y aquí pongo a mis letras por testigo de que cuando esto pase, lo mejor que puedes hacer es refugiarte en las letras, para así limpiar el ego y entretener al alma que falta le hace. Y para cuando levantes la mirada, verás que ese refugio está lleno de viajeros que también dieron malos pasos y que los cardenales no les afeó la piel. 

Este pastel se convirtió en un refugio. Se hizo a la ligera, cargado de parloteo y con un fin preclaro: alimentar tripillas, alegrar paladares y devolver la fe a los afectos. La energía ni se crea ni se destruye. La amistad funciona igual.


(Receta inspirada en ésta de aquí)
Ingredientes:
  • 150gr. de harina
  • 1 cdta. de polvos de hornear
  • 100gr. de azúcar
  • 100gr. de mantequilla derretida
  • 50gr. de coco rallado
  • 4cdas. de zumo de frutas o agua
  • 50gr. de marzipan (mazapán)
  • vainilla
  • un buen tazón lleno de ruibarbo a gusto de cada casa
  • 2 cdas. de azúcar moreno para espolvorear

Notas
  1. El coco rallado lo he molido para conseguir una textura más fina. Hay gente que tiene más problemas con la textura del coco que con su sabor. Es una forma de que quede la miga más delicada.
  2. Este mazapán es una masa de almendras y azúcar muy típica del centro de Europa. A diferencia de nuestro dulce navideño, no está horneada ni lleva clara de huevo. En cualquier caso, se puede reemplazar por cualquier resto de mazapán navideño o por crema de almendras (en España la he comprado en mercadona)

Preparación:
  1. Precalienta el horno a 170ºC.
  2. Mezcla en la procesadora o con unas varillas eléctricas, el azúcar, el zumo, la vainilla y la mantequilla derretida hasta que el azúcar se integre por completo. Añade el coco rallado, la harina y los polvos de hornear.
  3. Mezcla un puñado de ruibarbo en la masa y la transfieres a un molde (el mío es de 20x24cm) previamente forrado con papel de horno. Para que se adapte mejor al molde, lo mojas en agua corriente, lo escurres y lo forras. 
  4. Ralla el mazapán sobre la masa. Cubre con una capa de ruibarbo y espolvorea un poco azúcar moreno por encima. 
  5. Hornea hasta que el bizcocho esté cuajado (pincha en el centro con un palillo y cuando no tenga restos de masa estará listo. Apaga el horno y deja que repose dentro del horno unos 5 minutos para que seque por completo el ruibarbo y no nos moje en frío el pastel.

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