Garbanzos masala con curry rojo

Yo tenía una tita que se llamaba Mari Luz. Su historia, como la de casi todas las mujeres de mi familia, da para escribir un culebrón -ella hubiera dicho folletín- porque las mujeres por rama paterna han sido señoras de armas tomar. Y es que las guerras las suelen declarar los hombres. Son ellos los que hacen y deshacen, matan y rematan, y a las hijas y esposas -a parte de violarlas y vejarlas- les ha tocado siempre tirar para adelante entre cascotes y miserias. Así ha sido en todas y en nuestra guerra civil no iban a ser distintas las cosas.

Ella era la mayor de las chicas, es decir, el brazo de mi abuela allá donde el suyo propio no llegaba. Al morir mi abuelo pocos meses antes de comenzar la guerra, la familia se quedó en una situación económica algo complicada. Mis tíos estaban metidos en política hasta el pescuezo, uno vinculado a la Falange y otro al Frente Popular. Dicho así pensarás que los hijos de mi abuela Amparito estaban a la que se mataban entre ellos pero no, nada más lejos. Los Martín de los Santos desde aquel notario del rey -que fue quien nos compuso el apellido tan largo- desde aquel decía, los varones fueron todos muy dados a las tertulias, puestos de influencia y especialistas en ofertar pequeños favores y otras gracias con el ánimo de lucrar el caché negociante en una época en España, donde la valía se medía por el número de hilos que el respetable era capaz de mover en un plumazo. Así que no es de extrañar, que preparados ante lo inevitable, mi familia estaba en misa y repicando... por lo que pudiera pasar.

Este posicionamiento en ambos bandos, ayudó a repartir a la familia en lugares seguros en un momento en el que España había perdido la razón y tanto unos como otros, se movían con listas interminables de nombres de vecinos a los que fusilar. Me contó mi tita Amparito, que la primera vez que los de la CNT pasaron por el pueblo donde mi abuela tenía una finca familiar, se llevaron al tío Luis, que aunque su nombre no estaba en la lista, un vecino del pueblo les dijo que ese era un señorito de Madrid con familiares en la Falange. A la que desfilaba camino de la tapia de la iglesia, un paisano comprobaba los nombres de la lista y apuntaba las nuevas inserciones. Le pidió un trozo de papel y un lápiz para escribirle una despedida a mi abuela. Dobló la carta y anotó: Entregar a Amparo Sevilla viuda de Martín de los Santos.

Ya estando en su lugar en el paredón, a la que se comenzaban a vendar ojos, un vozarrón gritó: quién es el hijo de Doña Amparo. Mi tío tardó en reaccionar, estaba como puedes imaginarte en un estado catatónico total. A la que se repite la pregunta, esta vez acompañada de alguna que otra palabrota, consigue articular palabra: "Yo". Ese "yo" le salvó la vida en primera instancia. En segunda, la amistad que el delegado del Frente de esa partida tenía con otro de mis tíos que parece que ya le había echado algún que otro cable en el pasado. A la que empujaba a mi tío fuera del paredón -y pedía un poco de vino para que el muchacho recobrara el color en sus mejillas- le regañó acaloradamente con palabras a lo "pero hombre, cómo que no nos has dicho nada! a punto hemos estado, hombre! oye, a tu hermano de esto ni una palabra que se entera y nos corta las pelotas" ... o algo así.

A mi abuela y a mi tita Mari Luz, les faltó tiempo para organizar la salida de mi tío Luis. Luz permaneció toda la guerra en Salamanca, acogiendo y enviando dependiendo del entuerto. Mi abuela desde Madrid, haciendo lo propio. Al terminar la guerra, a mi abuela ya casi no le quedaban hijos varones. Solo los dos más jóvenes, mi padre que era un niño y mi tito Ataulfo que era adolescente aún y se las ingeniaron no sé cómo para que no tuviera que combatir. Agotada y arrasada, así es como quedó mi abuela al fin de la guerra. Sin fuerzas ni medios para tirar. Fue entonces, cuando Mari Luz se echó la familia a cuestas y se cuidó que no les faltara de nada. Mi tito Ataulfo salió un poco rana,  malcriado e irresponsable metido siempre en negocios raros... lo digo por lo bajo sin que nos oiga nadie que las cosas de familia levantan muchas costras. Sea como fuera, fue ella y la fortuna de su esposo las que sacaron el naufragio a flote. Hay quien siempre dijo que aquel fue un matrimonio por dinero pero yo juro hasta donde mis recuerdo llegan, que mi tita amó al tito Bienvenido con toda su alma y que cuando enviudó -sí, con una fortuna que no le faltaban pretendientes- tuvo claro que ella iba a ser viuda de por vida, viudísima si hacía falta, porque si algo había aprendido de la vida es que no iba a pasar dos veces por esa perdida.
Esta es la última foto que nos hicimos con mi tita Mari Luz. Estaba ingresada con un cáncer de pecho que ya le había inundado todo el cuerpo. Luisfer, que es su ahijado, había hecho la comunión y como a ella le fue imposible ir a ver al niño, pues mi madre le volvió a vestir de marinerito para que ella no se quedara sin verle tan guapo. Fue la última visita que la hicimos. Ya no dejó que ninguno de los niños la visitáramos. Bueno, solo a los mayores nos dejaron ir una vez más. Ya no se pudo levantar más de la cama. Esa última visita la tengo casi olvidada, no me interesa recordar aquello. Me quedo con ésta, con sus rutinas de siempre: se vestía, se peinaba, se colgaba el bolso y salíamos a los jardines del hospi a pasear. Esta foto nos la hizo mi padre. Jesús Alberto, como siempre, no quiso salir. Que mala chufa se le ponía cada vez que había foto. Yo adoro esta foto aunque me arranca mis nostalgias. El pillejo que se ríe, era Juanpe. Se murió con solo 21 años. El bebote en brazos de mi madre, David, nuestro muñeco y el único de esta foto que el cáncer no le ha mirado a los ojos. El resto, o tocados o hundidos.

Y una vez más, me he dejado llevar por las palabras. No era mi intención escribir esta entrada. Acabo de hacer la foto sobre la foto apenas hace un par de minutos. Te iba a hablar de luz, de luces y luceros... y mira, te dejo junto a esta receta un trocito de mis recuerdos. Voy a avisar a mis hermanos para que la lean que les hará ilusión recordar estas cosillas y seguro que volveremos a reabrir el debate de si el tío Luis fue el del paredón o fue el falangista que siempre andamos con los mismos líos en la cabeza.

La receta de hoy no es una receta adrede. Vino de prestado con estos roti canai pero me he dicho que bien se merecen estos garbanzos que se cuente su propia historia porque están deliciosos y es una manera diferente de comer legumbres.


Ingredientes:
  • 1 lata de garbanzos
  • 2 chalota
  • 2 dientes de ajo
  • 2 pimientos del piquillo asados
  • 1 cda. de especias Garam masala
  • 1 cdta. de curry rojo (1/2 si no te gusta muy picante)
  • 1/2 taza puré de tomate (o salsa de tomate)
  • 1/2 taza de leche de coco
  • el zumo de  1 lima o limón
  • cilantro fresco o perejil 
  • un poco de mantequilla purificada o aceite 

Preparación:
  1. En una sartén con un poco de aceite o mantequilla purificada, saltea las chalotas que habrás picado muy fino.
  2. Añade las especias, la pasta de curry y una majada con los ajos y los pimientos asados (machacados). Rehoga y añade los garbanzos.
  3. Añade el puré de tomate, la leche de coco y el zumo de limón. Deja que coja cuerpo a fuego lento unos 10-15 minutos. Puedes acompañarlo de una arroz blanco.

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