Pastel de grosellas y avellanas o Prinzenschnitten

Queridos nietos,

No tengo ni idea de si algún día vais a existir. Vuestros padres de momento no dan señales de montar familia. Uno por falta de fe y otro por falta de años. En cualquier caso, cuando imagino vuestra existencia se me enciende el alma. Y no solo de afectos sino también de esperanza. No sé como vuestra generación va a juzgar a la mía pero me temo que no vamos a salir muy agraciados. Hemos dado la espalda a la humanidad, nos hemos vuelto tan egoístas que rozamos la crueldad. Se nos ha olvidado cómo se defiende una democracia y el imbecilismo social se ha extendido tanto que prácticamente resulta imposible debatir nada sin leer o escuchar absurdos e improperios. Da igual el tema o la significancia del mismo. Se critica por criticar. Se confunde burla con humor e insulto con opinión. Por partidismo o hipersensibilidad pero jamás con afán de madurar ideales o conceptos. Se ha impuesto el bruterio y los zotes hacen leña de la sensatez. Hacemos gala de ser la sociedad mejor formada académicamente pero desgraciadamente somos la más ignorante y no por falta de medios para discernir sino porque nos conformamos con esto, con vivir con el cerebro apagado, receptivos tan solo a publicidad y titulares cargados de sensacionalismo. Porque leer lo obvio y sensato no tiene gancho, no cala en nadie...

No sé cómo os lo contarán pero hemos llegado a un punto en el que propagar mentiras y falsedades por muy absurdas que sean, es lo más fácil del mundo. Acabo de leer que una de las noticias más virales en internet, es sobre un barco que desapareció en el triángulo de las bermudas en la Segunda Gran Guerra y supuestamente ha reaparecido en las costas cubanas. El barco, por cierto, es el que se usó Steven Spielberg en la película Encuentros en la tercera fase. Y para rematar el absurdo, el medio que difundió la misma, tiene escrito en letra pequeña que sus noticias son inventadas e humorísticas porque la finalidad de ese portal no es la de informar sino la de divertir. 
Quiero que sepáis, que este no es el mundo por el que yo aposté. Me crié escuchando las historias horribles de nuestra guerra civil que me contaban mis abuelos. Vuestro bisabuelo Saturnino lloraba cada vez que recordaba. De jovencita, tuvimos que pelear mucho contra los varones para que nos hicieran hueco y nos dejaran ser iguales a ellos. Hubo que romper muchos tabúes y gritar bien alto nuestros derechos. Aún me queda mucho de esa chillona dentro, no lo puedo evitar. Ya más crecida, presencié cómo caía el muro de Berlín y las fronteras del Este. Lloré de emoción y por primera vez en mi vida sentí muy real ese sueño de un mundo sin fronteras y sin prejuicios.

Y ahora, que entro en la madurez de mi vida, me desplomo ante lo que veo. Y también me aburro. No os imagináis cuánto. He cogido manía a todos los políticos y gobernantes. A todos. Me repelen. Por absurdos y por peleles. Corrupción brutal que la gente toleramos. Se condena al personaje de turno solo cuando le pillan con las manos dentro del pastel. Se puede mentir, injuriar y falsificar. Se persigue el fraude de un trabajador pero los elitistas salen impunes de sus robos millonarios. Los bancos hurtan y mortifican con un grado de usureria jamás visto en la historia y lo peor es que todas las personas estamos obligadas a pasar por ellos para cobrar un sueldo o pagar una factura. Vivimos en un estado inmasticable de codicia e injusticia pero lo peor, es que nos comportamos como si no fuera con nosotros. Se nos ha atrofiado la capacidad de reaccionar, de luchar unidos por los intereses del pueblo y para el pueblo. Bailamos el agua a toda esta gentuza solo porque no la saben vender muy bien. Y apagamos el cerebro. Sin más.
Yo misma paso rachas donde me desenchufo. Me siento incapaz de aceptar cuanto pasa a mi alrededor pero al mismo tiempo me atoro porque no sé cómo se vive contracorriente aburriendo siempre con los mismos discursos y la misma crítica social. Ya no evolucionamos, vivimos estancados. Darwin dijo que solo sobreviven las especies que son capaces de adaptarse a su entorno. Entonces, para sobrevivir, ¿hay que aceptar toda esta masa de podredumbre?  Hoy vuestro padre -o vuestro tío- Lucas, me ha preguntado qué es la tortura. He cambiado de tema en cuanto he podido. Me he sentido incapaz. No, no puedo. Me supera. Solo me consuela pensar que el futuro está en vuestras manos. Algo me dice que a vuestros padres lo que les va a tocar es pagar los platos rotos. Ojalá me equivoque. De momento, solo aspiro a volver a ser la lunática naif y positiva de antes pero no mientras sigamos apoyando a gobiernos que dejan morir a críos en nuestras fronteras, mientras aceptemos rescates a banqueros a costa del fondo social.

He dudado mucho si publicar este mensaje, puede que sea absurdo por mi parte todo esto que os cuento. Pero me resulta más esperanzador pensar en vuestro futuro que en el mío. Que la vida os dé fuerzas y ganas para cambiar el mundo. Nuestro mundo, que nada se nos ha perdido en Marte. Ojalá os pueda conocer pronto. Os quiero.

Ingredientes para la base:
Pastel basado en esta receta de aquí
  • 250 gr de harina repostera
  • 1 pizca de sal
  • 100gr. de mantequilla
  • 50 gr. de azúcar
  • 3 yemas
  • ralladura de limón

  • Mermelada de grosellas para rellenar

Ingredientes para la cobertura:
  • 3 claras
  • 150gr. de azúcar
  • 100 gr de avellanas molidas

Notas:
  1. La base es una masa quebrada sencilla que pretende aprovechar las yemas del merengue. Está muy ajustado de mantequilla lo que significa que es posible que se necesite hidratar un poco más la masa añadiendo una cucharada o dos de agua helada.  La mantequilla para la base no tiene que estar especialmente reblandecida.
  2. La receta original, no usa molde. Simplemente extiende la masa quebrada sobre una plancha de horno con una capa algo más gruesa. Yo he optado por forrar un molde con una capa más fina de masa.
  3. La cantidad de mermelada es bastante relativa. En mi caso, he usado mermelada casera y más baja de azúcar. Esto significa que el sabor a grosella es muy predominante y ligeramente ácido. Este es el gusto en mi casa así que me animé a ponerle una capa bien generosa. Si hubiera usado mermelada convencional, creo que hubiera mezclado unas bayas frescas con la mermelada para intensificar el sabor.
  4. Al merengue de avellanas se le podría haber añadido un poco de cremor tártaro aunque el resultado final no cambia mucho. 

Preparación:
  1. Calienta el horno a 170ºC.
  2. Amasa todos los ingredientes de la masa juntos hasta tener una masa homogénea y suave. Enharina la encimera y extender la masa.
  3. Engrasa el molde con un poco de mantequilla y forra solo la base del mismo. Extiende el resto de la masa y corta dos tiras con el ancho del borde de tu molde. Enrolla cada tirta y procede a forrar el borde (mira las fotos de abajo). Hornea hasta que coja color dorado.
  4. Rellena con la mermelada.
  5. Con ayuda de unas varillas eléctricas o un procesador de cocina, monta las claras a punto de nieve hasta que estén completamente montadas (cuando desaparece ese aspecto espumoso y adquiere aspecto de una crema blanca completamente opaca). Añade el azúcar y sigue batiendo hasta que esté el merengue completamente duro, es decir, al hacerle un pico se sostiene con firmeza. Añade entonces las avellanas molidas.
  6. Cubre la tarta con la masa de merengue y gratina el pastel hasta que coja color la superficie. Dejar enfriar por completo antes de consumir. Se puede servir con un poco de nata montada apenas azucarada ya que el contraste de sabores y texturas es un punto muy favorable en este pastel

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