2ª Parte. Rosquillas de difuntos


( El caso de Bernardo Matas Romero II )

   Bernardo salió del cielo echando pestes. En vida uno se espera cualquier cosa porque a poco que se tengan ojos, las maldades ajenas se vislumbran tan a las claras que es de menesterosos en jodiendas acostumbrarse a trajinar avizor de zancadillas, desplantes y traiciones. Lo que jamás de los jamases un buen cristiano —de los de cumplir para más señas—  se puede esperar, es que el juicio celestial sea tan injusto, falso, inmoral, hipócrita y dictatorial.

    De seguido a las pestes, le cogió el llanto a bote pronto y tan cargado iba de excitación —recuérdese el drama de Ay que me muero, pues va a ser que sí que me he muerto y ahora usted aquí no se me queda y se vuelve por donde ha venido— decía, tan fuerte le sobrevino la cosa, que se le colapsó la congoja y le tuvo siete días llorando como alma en pena sin reparar en más hacienda que en echar a la susodicha a golpe de lagrimón. Para ser rigurosos, hemos de aclarar al respetable que Bernardo jamás ha podido concretar cuanto estuvo con la boca abierta porque la muerte implica muchos cambios horarios entre otras maravillas espacio temporales que no vienen al caso relatar ahora. Sean ustedes pacientes que todo se andará.

    Recuperado del berrinche, reparó al fin en el manual que le habían endosado los de arriba. Corrección de faltas camino del cielo y cómo evitar el castigo eterno, decía. Mamotreto infernal, de letra mínima y hojas semitransparentes. Tal canallada solo pudo ocurrírsele a un impresor de biblias. Imposible leer semejante enjambre de prohibidos y no recomendados, de normas del buen penar así como esa sarta interminable de faltas por las cuales uno se despacha con el diablo al primer descuido. Que purgar es de sabios. Que el camino del infierno está atestado de zotes con mala cabeza a pesar de portar el alma relativamente limpia. En fin, un refrito de cuidado que le dejó con las entrañas retorcidas y la sensatez arrinconada de pura aprensión. Quita tú que me dispare yo por malos derroteros, que me conozco —se decía— y tan atemorizado se sintió que no quiso saber nada más de redenciones, y entre ceja y ceja solo hubo espacio para buscar un lugar donde recogerse y quitarse de en medio.
    Puesto que las tripillas —o lo que ocupara su lugar— le pedían su ración de vinillo, en seguida caviló que no había mejor lugar donde acogerse a sagrado que en las bodegas del Julian, las que construyó cerca del arroyo de las Quinterías. A la que enfilaba la dirección desde el arroyo de la Ventilla sintió las campanas de Nuestra Señora de la Visitación... ¡coila! que éstas tocan a muerto. Aguzó el oído y contó los toques de uno en uno y muy espaciados. Contó doce en total. ¡La madre del cordero! tocan a varón y por mí no son que ya me habrán toca'o. Sin cavilar mucho, decidió acercarse hasta el Pincho que de fijo, por el mostrador de ventana que atiende a los que se toman el trago desde la calle, podría poner la oreja y enterarse de los detalles de la defunción.

    Según llegó a la placita del Ayuntamiento, el corazón se le retorció en un dolor inhumano. Por el ventanuco de calle salía un rumor de vocerío cosido a la humareda de cigarrillos celtas que al contacto del aire se rizaba en neblina espesa. A la que se arrimaba a la barra vio a las criaturas haciendo sus deberes. A la Natalia, como siempre, la buscó debajo de la mesa, jugando a vestir y desvestir a un destartalado bebote. La mayor, también como siempre, con un ojo en sus cuentas y otro en las de sus hermanos.

—¡Qué buenos todos, por dios! a éstos, no me entere yo ¡dios mío! que no me los admites, que de bien pequeñines el cielo se lo tienen gana'o.
—Di que sí, Bernardo. Ains ¡mira que son buenos! ¡lastimica!

    Esa voz de ultratumba que se le clavó en la colleja, de timbre traicionero y sílaba diabólica, de aliento frío y mortal, le penetró en su espectro con un latigazo de terror jamás antes sentido. El miedo le hubiera hecho mojar los pantalones de haber tenido los órganos correspondientes en servicio, y tan desatado lo tenía, que le produjo un bailecillo parecido al de San Vito a la que intentaba canturrear entre gritillos histéricos una oración por las ánimas del purgatorio, por aquello de pelotear a la endemoniada voz.

—Coño Bernardo, contrólate o te suelto un par de hostias que te espabilo.
—Aaalmas santas, (uhii) almas purgantes, rogad a diiooos por nosotros, que nosotros rogaremos (ooohh) (iiihh)
    —¡Bernardo, joder!

    Sin sobreponerse aún del San Vito y haciendo un uso inhumano de autocontrol consiguió focalizar a la bestia que tenía delante.

—(Uhhhh) Tomás (uuhiii) ¿túuuu? ¿me puedes oír Toooomás?
—¡A ti se te fue la pinza! —y crispando la mano a la altura del moflete izquierdo del bailante—pero, o me dejas de histerismos o te ventilo tal hostia que te empotro en la gorda del campanario— y como quien profetiza el porvenir, la campana comenzó a tocar ánimas.

    Nada como ver cercano un bofetón para que la mente ate cabos. Difícil saber si el Tomás estaba vivo o muerto. ¿Fiambre o medium? y con tan solo un vistazo a la mano alzada, resolvió el enigma.

—Aaaaalabado sea dioooos-cortó el gritillo ipso facto, que la mano aún amenazaba fiesta— ¡Tú te has muerto, criatura!
—Yo no me he muerto Bernardo. A mí me han mata'o. ¡Cómo te lo cuento! Me han pilla'o cocido en tinto joven y me han ahoga'o en la alberca.
—La madre del cordero Tomás. Miedo me da preguntar.
—Pues no preguntes. Tú calla y escucha.



Ingredientes:
  • 400gr. de harina(50gr. han sido de integral)
  • 150gr. de fécula de maíz (tipo Maizena)
  • 40gr. de azúcar
  • 1 cda. de ralladura de limón
  • 2cdtas. de polvos leudantes (tipo Royal)
  • 1 huevo
  • 1 vaso de chupito de licor (anís, aguardiente o ron)
  • 2 vasos de chupitos de leche (puede que un poco más)
  • 1 vaso de chupito de aceite suave (maíz, girasol, etc.)
  • aceite para freír
  • Para el rebozado: azúcar y coco rallado a partes iguales o azúcar glas o azúcar normal


Preparación:
  1. Pon todos los ingredientes en un bol y amasa con ayuda de unas varillas eléctricas. Si vas a amasar a mano ayúdate de una espátula. La masa tiene que quedar algo pegajosa porque al reposar se pondrá más dura al desarrollarse las harinas. Deja que repose por lo menos 1 hora.
  2. Pasa la masa a la encimera enharinada, extiende con el rodillo y corta círculos con el borde de un vaso o un cortagalletas. Para recortar el centro vale desde un tapón de botella o como yo, con el extrae corazones de las manzanas. Para agrandar el hueco, haz girar la rosquilla con el palo de una cucharada de madera (mira la imagen)
  3. Pon a calentar el aceite y cuando esté lo bajas a fuego medio para evitar que las rosquillas se tuesten por fuera quedando crudas por dentro. Las fríes por ambos lados y las dejas sobre papel absorbente para retirar el exceso de aceite. Las pasas por el rebozado aún calientes. 
  4. Me gusta rebozarlas con una mezcla de coco y de azúcar a partes iguales. Para ello, muelo el azúcar y el coco  con ayuda de una batidora eléctrica.

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