La niña del Keller y una mousse cremosa de chocolate
¿Es que nunca vas a aprender, Natascha? Decía él.
Estoy en ello, pensaba ella.
Estoy en ello, pensaba ella.
Natascha estuvo en ello 3.096 días. Lo estuvo desde aquella horrible y fría mañana camino de la escuela, después de pelear con su madre, algo habitual desde el divorcio de sus padres. Lo estuvo, desde que Wolfgang entró en su vida de aquella manera, a golpetazos, torturando su alma y su cuerpo sin piedad, sin pena ni remordimiento.
La primera vez que pasó hambre tuvo claro que en ese estado, cuando el cuerpo rabia de dolor y la mente no rige, ganaba él. "Concéntrate, Natascha. Porque si no lo haces, no lo vas a lograr. Deja de llorar y piensa". Y con solo diez añitos, la niña se puso a ello. Él era quien mandaba y se lo hacía notar varias veces al día. En su diario, escrito en papel higiénico, están contabilizados los golpes y castigos. Comprendió a fuerza de batacazos que la bestia no se conformaba con ser el amo. Quería a toda costa que ella aceptara su papel de esclava. Necesitaba sentir esa sumisión en cada gesto y cada mirada. Lo supo ver y se lo dio. A cambio, llegaron con cuentagotas las recompensas. Eventualmente, salía del sótano para cenar y ver la tele a su lado. "¿Has visto, Bibiana? Todos piensan que estás muerta. Que te mató tu padre". Y reía el canalla. Y ella se comía sus lágrimas que no aireaba hasta refugiarse en la soledad del Keller y así, a solas y muy bajito, lloraba y pedía perdón. "Mami, nunca más volveré a ser mala, no volveré a gritar ni a desobedecerte. Te lo prometo Mamá". Y aunque estas lágrimas se desbordaban de puro sin querer, ella contenía el llanto porque "ante todo, Natascha, tienes que pensar".
Y estuvo en ello 3.096 días.
Y demostrando al monstruo que él era el amo, los privilegios aumentaron. Comenzó a salir de casa simulando ser una sobrina y solo para acompañarle en pequeñas compras. "A quien pidas ayuda lo mato y será tu culpa. Luego te mato a ti y después yo. ¿Eso es lo que quieres, verdad? ¡Niña mala!". Y aunque no se atrevió jamás a gritar, se esforzaba en poner la misma expresión que tenía en la foto que habían mostrado mil veces en televisión. "Pon la misma sonrisa, que alguien te reconocerá", se decía, "y le seguirán y podré ir a casa y contarle a todos que papá es inocente".
Y pasaron 3.096 días y jamás nadie identificó a la niña. Austria se olvidó de ella. Nadie volvió a recordar a la nena desaparecida porque todos aceptaron que estaba muerta. Y aún así, siguió en ello. En una ocasión, aprovechando un descuido, escapó por la puerta que daba al jardín. Ya estaba fuera de la casa, cuando sintió pánico de verse sola por primera vez. Un vértigo horrible la cegó. Regresó despavorida al sótano temiendo verse descubierta. Y volvió a llorar. "Dios mío, ¿qué será de mí si él muere, si le pilla un coche o le da un ataque? Oh dios, moriré de hambre en esta horrible casa". Y una vez más se recordó que para vencerle, no tenía que llorar. "Concéntrate, Natascha. Aprende a perder el miedo".
Y cuando por fin lo venció, cuando por fin salió de la casa, cuando por fin pidió ayuda y se presentó en la comisaría, para entonces Natascha Kampusch sabía que él iba a morir. Porque se lo había repetido 3.096. "Por tu culpa, niña mala". Así que cuando supo que se había arrojado al tren, ¿qué otra cosa pudo hacer sino llorar?. Dijeron que era cosa del síndrome de Estocolmo aunque su llanto carecía de pena. Había estado 3.096 días castigada por mala. Y solo por eso lloró. Por su última maldad. Ni una lágrima más.
10 años han pasado desde que consiguió escapar de Wolfgang Priklopil. En ese sótano entró una niña de 42 kilos y salió una muchachita con el mismo peso, desnutrida y vejada. Destrozada emocionalmente, sí, pero fuerte y valiente, dispuesta a recuperar su vida. Desgraciadamente, había huido de un tormento para caer en otro. Desde el comienzo, parte de la prensa escribió con letra sucia. Aún hoy se empeñan en ello. Todavía especulan con la existencia de un hijo, con la teoría de la conspiración, si hubo consentimiento en los capítulos morbosos de su encierro. Olvidar a Bibiana requería tiempo y esos charlatanes lo llenaron dejando en el aire tufo a niña mala. Su intención de estudiar, de ayudar a otras mujeres, de llevar una vida normal y plena se han ido descolgando por el camino. Salir de casa se volvió insoportable. Era abordada constantemente por desconocidos que se tomaban la libertad de hurgar en sus heridas. A la que quiso trabajar y disfrutar de su tiempo como cualquier mujer joven, se encerraba en sí misma a golpe de portazos. Estigmatizada y desanimada se hundió en la absoluta soledad. Sufrió de nuevo el encierro cambiando el horrible Keller en Strasshof por un bonito apartamento en Viena.
Su libro, 10 años de libertad, ha significado su segunda liberación. Crudo y dolorido, en sus páginas cuenta que aún sigue en ello. Cautiva de sus recuerdos, aprende a vivir con ellos. Sentenciada por su estigma, se enfrenta al mundo con coraje. Sus palabras destilan un mensaje claro y sereno: no me hagáis sentir vergüenza por vuestro pudor, yo tengo que concentrarme en alcanzar una vida plena y feliz. Difícil resumir tantos sentimientos pero posiblemente, en la primera página de su libro, esté la respuesta:
Dedicado a todas las mujeres valientes que luchan por su independencia, en la esperanza de vivir libremente y con autodeterminación.
Su libro, 10 años de libertad, ha significado su segunda liberación. Crudo y dolorido, en sus páginas cuenta que aún sigue en ello. Cautiva de sus recuerdos, aprende a vivir con ellos. Sentenciada por su estigma, se enfrenta al mundo con coraje. Sus palabras destilan un mensaje claro y sereno: no me hagáis sentir vergüenza por vuestro pudor, yo tengo que concentrarme en alcanzar una vida plena y feliz. Difícil resumir tantos sentimientos pero posiblemente, en la primera página de su libro, esté la respuesta:
Dedicado a todas las mujeres valientes que luchan por su independencia, en la esperanza de vivir libremente y con autodeterminación.
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