Palmeras glaseadas

Hoy la luna la vamos a ver más grandota de lo que jamás en nuestra vida la hayamos visto. A no ser que nacieras antes de 1948 que todo puede ser. La muy pícara nos va a mirar tan de cerca que hasta nos va a poder contar los granos. Ya me gustaría pedirle opinión, preguntarle por cómo se nos ve desde allá arriba, si es verdad que estamos tan tontos como parecemos desde el suelo.
Lo mismo nos decía que no, que todas las bobadas que hacemos tienen su sentido de ser. A saber. Puede que no seamos tan egoistas como aparentamos ni que nos sude tanto el sentido común. Puede también que aunque parece que la moda apunta a que nos estamos volviendo unos pijos-guais-sin-sesos, medio analfabetos pero muy orgánicos y reciclados, pues que visto con más perspectiva todo obedece a un proceso de selección cósmica para separar a los payasos y así, dentro de unos años, deportarlos a Disneylandia -eso siempre que el Donald nos lo permita. Y no hablo del pato-.

Puede ser. No digo que no. Así tendría sentido la escena del sábado, en el futuro instituto de Lucas. Cada año, nos invitan a los nuevos padres y niños a un día de jornadas abiertas. Lucas quedó fascinado con los proyectos de robótica, el laboratorio de biología, de física. Uno de sus mejores amigos, alucinó con las bandas de música y con la compañía de teatro... en fin, cada mochuelo tirando para su olivo. Hasta que después de la charla del director (amenizada con un buffet de dulces y café) llegó la tanda de preguntas. Una madre protestó por el mal estado de las instalaciones que decía que eran viejas y que la pintura de las paredes estaba pasada de moda. Que la cantina era cutre y la comida muy sosona. Que no entendía cómo los niños podían estudiar en esas condiciones. 
Mientras la buena señora hablaba, a mí todavía me retumbaban las conversaciones con los profesores que todos estuvieron dispuestos a asesorarnos sobre las asignaturas a escoger. De los chicos mayores ayudando a los pequeños (a lo big brother), de los puestos que montó el gabinete de idiomas donde en el stand español había hasta taquitos de jamón y queso manchego... en fin, que me descoloqué de tal manera que sentí que no teníamos solución. Que ante tanto esfuerzo y ganas de entusiasmar a los críos, de que los padres compartieramos ese esfuerzo -que tan de agradecer es- todo quedó en el agua de borraja de una pija anti H&M que le parece fatal que el crema de las paredes sea tan noventañero y las baldosas tan de pueblo...

No contenta con esta estupidez, hoy he leído un artículo rebosante de ironía hacía las madres modernas que vamos de talibanes con eso de que los niños no coman foskitos ni tigretones. Otro en el que un turista se carga una escultura en un museo creo que en Portugal al intentar hacerse un selfie... en fin, que no hay día que no me junte con dos o trescientas estupideces. Y yo, que soy muy de preguntarme, me digo: ¿pues no será que la naturaleza es tonta al habernos elegido? ¿o no? ¿o tiene un plan y sin que lo sepamos los bobos tienes que existir para que algo bueno le pase a la humanidad? ... cachis, en algo bueno tengo que creer, ¿no?


Ingredientes (salen 40 piezas):
  • 2 planchas de hojaldre y un poco de azúcar

Para la crema de yema
  • 75 gr. de azúcar blanca
  • 2 cdas. de mermelada e albaricoque
  • 35 ml. de agua
  • 2 yemas de huevo XL

Para el glaseado final
  • 25 ml. de agua
  • 120 g. de azúcar glass tamizado

Preparación:

  1. Precalienta el horno a 200º. Extiende las láminas de hojaldre una encima de otra. En cada pliegue de la masa, vamos a espolvorear un poquito de azúcar para que nos sellen mejor las capas.
  2. Imaginariamente, divide la lámina en dos. Dobla una mitad hasta el centro, y haz lo mismo con la otra mitad. Presiona con los dedos la unión de ambos lados, vuelve a espolvorear algo de azúcar y repite el proceso (mira las fotos de abajo)
  3. La masa se nos quedará de nuevo enrollada pero con dos caras. Ve cortando rodajas de 1/2cm de diámetro, las doblas y presionas un poco por la parte de abajo al colocarlas en la placa (así evitas que se abra demasiado en el horno y pierda la forma. Mira las fotos). Hornea hasta que esté doradas.
  4. Para la crema de yema: calienta el azúcar, el agua y la mermelada hasta que el azúcar esté completamente disuelta (deja que hierva un par de minutos). Retira del fuego, añade las yemas y bate hasta que estén bien disueltas. Vuelve a ponerlo a fuego medio y llevalo a ebullición hasta que cuaje la crema. Deja que temple antes de pincelar las palmeras. Deja reposar las palmeras para que se seque un poco la crema de yema.
  5. Monta el glaseado disolviendo el azúcar glas en el agua hasta que esté libre de grumos. Pincela las palmeras y deja que seque el glaseado por completo.

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