Tarta de grosella ligera sin harina ni mantequilla

A pesar de lo charlatana que soy, hay experiencias donde las palabras se me quedan dentro. Buenas y malas, porque no es un proceso selectivo, solo que las buenas las guardo como un tesoro cómplice que no deseo compartir con nadie salvo con sus protagonistas, y las malas, en cambio, se me atragantan como con mordaza sin saber racionalizar mis emociones. Esto me pasó cuando vi a Patricia el mes pasado en esas dos semanas que bajé a Las Negras. Todos hemos sufrido por Gabriel y hemos empatizado con el dolor de su madre pero... eso... no sabría expresarlo, imagino que hay sentimientos que no se pueden tragar, que uno siente que no tiene derecho a adueñarse de ellos. 

Quise acercarme con pies de plomo, cuidándome muy mucho de no desbordar emociones y evitando el intrusismo al máximo porque solo delante de ella comprendes que hay dolores que no se pueden ni entender, ni metabolizar. Una persona pierde a seres queridos. A una madre se le arranca el cordón umbilical que une su alma con la de su hijo. Eso es una mutilación, no una pérdida. Y ante ese cuerpecito tan flaquito, esos ojos tan saturados, esa cabeza tan bien amueblada, intentando ordenarse con disciplina y metodología. Y ante eso, me di un autobofetón que resonó hasta en Saturno.
Porque sí. Porque yo sé de amor pero no de dolor. Sí, he tenido perdidas, disgustos, rachas malas, períodos como en el que había llegado a la casa de mamá, completamente agotada emocionalmente por mi propio proceso en casa. Daños colaterales de la vida que se superan con amores, cariños y voluntad. Porque yo disfruto como una enana junto a mi hijo mayor, que a estas alturas de la vida lo hago no solo como hijo sino también como amigo del alma. Qué bien nos lo pasamos junto a las dos C. Qué hermoso y cuántas risas. Y con el pequeñajo, otro con el corazón y la cabeza alicatada hasta el techo que a pesar de haber llegado a esa edad donde en público mejor que entre mamá y yo corra el aire me ha dicho que va a ser siempre como un oso Teddy para mí, que le puedo abrazar siempre que lo desee. De eso sé yo. De amor. De nada más. Así que siento pánico -del vital, a saco- ante esa mutilación tan horrenda que se escapa a mi comprensión porque no hay empatía ni sentimiento que lo iguale.

Y en medio de esto, sentí los efectos de la super nova que dejó Gabriel en el aire. Unas recetas atrás -ya no recuerdo cual- hablé sobre estas explosiones de los átomos muertos de nuestros cuerpos que explosionan como super novas dejando el aire cargado de energía y si esa energía se desprende de un ser especial todo lo que toque, se impregna y esto es lo que a mí se me antoja que es la inmortalidad, esa absorción física de átomo a átomo y cósmica dejando esos campos magnéticos de amor y vida. Eso es lo que yo experimenté. Llego a la parte donde cualquiera que me lea pensará que he perdido la chaveta. Pues sea. Porque yo lo he sentido y lo he presenciado. Toqué el hornillo que nos regaló el equipo A y me dio un latigazo tal que no tuve más remedio que gratinar dos tostas de tomate y queso y zampármelas en el acto. El llaverito con la llave de casa que me dejó A., otro ser no se si luminoso o ilumina'o que lo llena todo por donde está. Y D. y JC. incluso ese viajecito con M. hasta Almería que me supo tan hermoso. Sentí a la brujilla que sigue tan atada a su buganvilla y al algarrobo que me dio un par de capones cuando empecé a limpiar el jardín que estaba asalvaja'o. Intenté dar sentido lógico al pececito de colores que escapó de la pecera y no se supo más. Y los otros peces que mi madre tenía guardados en la casa y que encontré por casualidad. Madre mía, tantos años desde que ella falta y nunca habíamos abierto esa caja para mirar que tenía... 
Y es que, cuando estamos ante lo inexplicable, ante lo que nadie puede entender ni justificar, no nos queda otra que dejarnos llevar por la inercia del amor, por la marea de buena gente. Feliz cumpleaños Gabriel, sigue cuidando de mamá como solo tú sabes hacer.


Ingredientes:
  • 3 claras
  • 50gr. de galletas tipo maría
  • 70gr. de azúcar
  • 50gr. de avellanas molidas
  • 100gr. de almendras molidas
  • algo de vainilla
  • una pizca de polvos de hornear (opcional)

  • 200gr. de mermelada de grosellas 
  • 250gr. de nata para montar (yo uso con 50% menos de grasa)
  • 100gr. de queso mascarpone

Preparación:
  1. Precalienta el horno a 180ºC.
  2. Monta las claras a punto de nieve.
  3. En un bol, mezcla las galletas molidas (si no tienes procesadora puedes molerlas en un mortero),  el azúcar, las avellanas, las almendras y la vainilla. Añade las claras montadas y haz una masa bien ligada.
  4. Unta el molde de mantequilla si hiciera falta (para esta masa prefiero usar un molde de silicona) extiende la masa y hornea unos 35-40 minutos hasta que esté dorada y cuajada la superficie. Deja que enfríe por completo.
  5. Mientras, monta la nata y mezcla con el mascarpone y algo más de la mitad de la mermelada. Reserva la crema en el frigo. 
  6. Para montar la tarta, extiende el resto de mermelada por encima de la base y cubre con la crema. Adorna y sirve con unas grosellas frescas que le da un toque fresco fantástico. (Me sobró bastante crema que serví en vasitos como una mousse)

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