Pastel jugoso de frutos rojos y malas compañías

¿Tú sabrías decirme qué es la amistad?  Según la RAE y cito textualmente es un afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Dicho así, tan a bocajarro resulta altamente peligroso porque si tenemos que ser estrictos a esta verdad puede que nos diéramos cuenta que amigos según el diccionario, pocos. Tan poquitos que lo mismo a uno le da un ataque de soledad y fatiga al tiempo de saberse escaso de la seguridad que un amigo otorga y a la par agotado por supuestas amistades que te roban hasta el aliento.


amistad
Del lat. vulg. *amicĭtas, -ātis, der. del lat. amīcus 'amigo'.
1. f. Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.
2. f. amancebamiento.
3. f. Merced, favor.
4. f. Afinidad, conexión entre cosas.
5. f. desus. Pacto amistoso entre dos o más personas.
6. f. desus. Deseo o gana de algo.
7. f. pl. Personas con las que se tiene amistad.
Si miro atrás y me paro a recordar que es lo que significaba la amistada en mi adolescencia, me sorprendo de la de cristales que se han roto desde entonces. Supongo que desde que uno es bien chinorris, de tanto aleccionar con lo que se supone que es tener o ser un amigo nos hemos hecho el alma un lío porque lo que vale al amistado no se aplica al amistrador. Tenemos distintas métricas dependiendo del ombligo al que se mire; desde pequeñajos, nos han enseñado a desconfiar de los amigos porque cuando uno menos se lo espera llueven puñales - recurro al requete dicho de por el interés te quiero Andrés- pero no recuerdo con nitidez consejos acerca de cómo obrar para ser buena amiga o cómo comportarme para no traer a engaños haciendo pensar a un amistado que soy un ente del alma cuando lo que realmente soy es un conocido casual de esos de pasaba por aquí y me dije voy a a saludar a estos señores.

Y en ese limbo de confusión, donde uno no sabe ni qué ser ni qué esperar, es donde ciertos personajes se adueñan del cotarro. Imagino que se sentirán únicos y originales pero lo cierto es que su modus operandi es el clásico del dictador, el mismo que usaron las juventudes hitlerianas, los yihadistas o la mafia. Se trata de agrupar, controlar con bonanzas y luego, a quién mee fuera del tiesto nos lo cargamos. Estos personajillos a lo Hitler, pequeñajos cerebros pero con don de gentes y sobre todo, con unas ganas inmensas de liderar aún sin tener alma de alfa... decía, que estas personas llegan proponiendo, organizando y solucionándonos la vida social: gracias a mí desinteresada acción vas a ser más feliz, tendrás más y mejores amigos, más alegría y mejor humor. Hasta aquí todo son maravillas. Pero poco a poco nos enrejan en círculos cerrados para evitar intrusos que puedan abrirnos los ojos: grupos por creencias religiosas, por aficiones o por barrios... el motivo es indiferente. Te lo hacen pasar genial las primeras veces, te absorben tu tiempo y dejas de ver, llamar o frecuentar otros amigos. El grupo se come todos tus recursos emocionales y aquel que no exprese con debía pleitesía su devota gratitud al Führer o sale respondón o falta a la regla de mantenerse fuera de otras agendas, ese día, te convertirás en un criminal.

No será inmediatamente, hay que ser más cruel. Primero notarás que se te hace vacío, algo que no puedes plantear abiertamente porque se te tachará de paranoico, de tener mala conciencia o de algo peor. Habrá silencio cuando propones, se te ignorará cuando hablas y descubrirás que se queda y se habla a tus espaldas. Cuando tú pidas explicaciones de por qué se te deja fuera serás contestado con reproches; el grupo es el poseedor de la verdad absoluta por lo tanto no tiene que pedir disculpas por nada ni por nadie. Tú te la cargas porque sí, porque te lo mereces por mala persona. Se sacará de contexto todo lo que en estricto tono de confidencialidad has dicho, pensado o vivido y serás el monotema durante semanas. Una vez que se han cebado contigo y ya no queda leña que cortar, estarás con la moral por lo suelos, te sentirás sucio, mal amigo y hasta mala persona. En ese momento en que la tristeza y la soledad te coman vivo, ellos empezaran a difundir mensajes al exterior a lo Ahhh, qué decepción, como nos ha engañado... algunos amigos del grupo -que los hay, no juzguemos al estilo líder- te preguntarán ¿qué ha pasado, qué me he perdido? algo que en el fondo lo saben pero que la prudencia les hace mantenerse al margen. Tú no dirás nada porque no quieres montarla más de lo que está. Sabes de sobra que el bacalao desde hace tiempo está vendido.
Y te marcharás porque te lo habrán dejado en bandeja de plata. Oficialmente, por ser persona falsa y ya que han descubierto tus malicias, has salido huyendo como un cobarde. Y pasarás un tiempo sufriendo,  para qué mentir. Porque el rechazo duele más que cortarse un dedo picando cebolla y por muy seguro que camines en la vida cuando te hacen sentir sucio no puedes evitar el impulso de mirarte la piel en busca de manchas y solo un microscopio sabe que bajo su lente, todos estamos requeteguarros.

Y que nadie se haga líos que esta entrada es un alegato pro amistad. Viva la amistad pura y libre. Salvaje, si me apuras. En bruto, sin finuras, que salga como tenga que salir. Amistad entre seres auténticos que viven, mean y cagan como cualquier ser viviente. Personas que se equivocan, que hieren a veces de puro sin querer, que se sienten perdidas y sin saber muchas veces que decir o hacer. Por esos amigos que cuando gritas "me ahogo" se lanzan al mar aún sin saber nadar fuera de una bañera, que rompen silencios cuando notan que necesitas hablar, y que te comen a besos cuando un hitlercito de este mundo te apalea a placer. Ellos, que nunca te reprochan -o sí, para qué mentir- y que nunca saben por qué te quieren más, si por lo que tienes o por lo que te falta. Para ellos, este pastel con todo mi cariño y gratitud.

Este es un pastel hecho con bayas de mi jardín y bayas del otro lado, la parte de atrás, la salvaje, la que tienes que abrirte paso a machetazos de puro salvajismos natural. El bizcocho base, es una esponja de natas y claras, muy similar a la que hace Sara solo que con menos azúcar porque al llevar la crema de limón por encima no necesita más dulce. La gracia es esa mezcla de dulce y ácido que este pastel lo borda. Es importante cocerlo en un recipiente plano para que el bizcocho se pueda cuajar bien. Tiene que quedar jugoso pero no mojado. Y por favor, fruta a mogollón, si le rebajas las bayas, la cosa pierde encanto.


Ingredientes:
  • 4 claras de huevo 
  • una pizca de sal
  • 120gr. de azúcar
  • 150 ml. de nata
  • 50 ml.  de leche
  • ralladura de limón
  • unas gotas de esencia de vainilla
  • 50 gr. de fécula de maíz, patata, yuca o arroz
  • 150gr. de harina
  • una cucharadita de polvos de hornear
  • entre 300-350gr. de frutos rojos (arándanos, grosellas, frambuesas.. cualquier fruto rojo menos fresas)
  • 4 yemas
  • el zumo de 2 limones
  • 125gr. de azúcar (puedes echar un poco más aunque para mi gusto no le hace falta)

Preparación:

  1. Monta las claras a punto de nieve con una pizca de sal y las reservas. Con las yemas, el zumo de limón y los 125gr. de azúcar haces una crema. Lo pones todo en un recipiente y sin dejar de remover lo cueces a fuego lento. Cuando haya espesado y lleve cociendo un par de minutos mínimo, la retiras del fuego y dejas que temple en un lugar fresco.
  2. Precalienta el horno a 180ºC. en un bol, mezcla el resto del azúcar, la nata, la leche, la ralladura y la vainilla. Cuando esté ligado, añade poco a poco la mezcla de las harinas con los polvos de hornear. Si espesa demasiado - mi madre lo llamaba mazacote- añade un poco más de leche o de nata según te convenga. Tiene que quedar una crema espesa pero con textura de crema y no de masa dura. Con ayuda de una espátula, mezcla esta crema con las claras montadas. No batas, mueve con suavidad dejando que la mezcla no pierda el aire. 
  3. Engrasa un recipiente de base ancha -yo uso una sartén- y cuando el horno ya esté caliente, nunca antes, añade los frutos rojos a la masa y lo transfieres al recipiente. Con una cucharita, añade pegotitos de crema por encima. Cuece hasta que la superficie esté dorada y el bizcocho se haya cuajado (lo pinchas en el centro para comprobarlo). Queda muy lindo con un poco de azúcar glas por encima. Si no lo comes en el momento, guárdalo fuera de la nevera, en un sitio fresco pero aireado y nunca con papel de aluminio o de plástico. Con un paño limpio a la vieja usanza.

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