Si te dan calabazas, come pastel

A la que me comía este pastel, me vino a la mente la de veces que, en mis tiempos mozos, me dieron calabazas. Y fueron muchas... a ver, no todas a mi pero ya sabes lo que es la lealtad entre amigas que padecen el pavo al mismo tiempo: lo que haces a una, se lo haces a todas. Por eso era muy típico dejar de hablar al chico que le plantaba calabazas a la amiga del alma. Por cierto, algunas de estas amigas del alma, duraban poco. Eran almas instantáneas de las que se disuelven rápido. No se cómo, pero esas ánimas que se les suponía incondicionales duraban unas cuantas semanas y ya no volvías a saber más. Y tú ahí, sin hablar al tronco aquel -tan guapo- cumpliendo fielmente con el código amistoso de una amiga desaparecida del mapa -tendría nuevo novio, fijo- y lo peor, sin poder ponerle ojos al muchacho... a ver, cómo justificas que has sido borde con él por lealtad a una amiga desleal. Era como animar al chico a que te llamara imbécil... y mira, eso no. Antes tonta, borde y boba que subnormal.
A medida que fuimos dejando atrás los diecitantos para vivir la veintena a tope, en aquellos años en los que nos emperrábamos en buscar el no_se_qué de tú vida- el hombre, la panda, el trabajo, los zapatos, el polvazo- en fin, aquellos años en lo que nos colgábamos el sombrero de explorador y salíamos a descubrir el mundo... cachis con aquellos tiempos... anda que no lloramos. A mares. Un disgusto detrás de otro. Si no era a ti, era a la amiga, sino a la hermana de la amiga, sino a la madre de la amiga. Porque para ésto de los desamores, estábamos todas en el mismo barco y por supuesto, no hay nada que más confraternice a las mujeres que un canalla. Ahhhhh, aquellas tardes maquinando una bonita vendetta contra algún canalla. -ya te contaré nuestras maquiavélicas revanchas-. En definitiva, nos daba igual de quién era propiedad el canalla en cuestión porque para éstas cosas las amigas éramos como los mosqueteros: todas a una.
Superar los treinta, solteras y enteras -o casi- significó estar un poco de vuelta en lo concerniente a los tíos. Ya no los llamábamos chicos, sino tipos. Frases como "jo tía, tienes que contarme qué tal te va con ese chico" cambiaron por un "por cierto guapa, y el tipo del otro día, ¿quién era?" a la que te responden "pues mira, no me enteré muy bien..." ¿frivolidad? Uy, no. Problemas de curiosidad. Una va perdiendo las ganas de encontrar y se pone el mundo por montera. El que me quiera encontrar que me busque y si no, él se lo pierde... esa pereza extraña que da el volver a empezar: tener que hacerte la interesante todo el día, mete tripa, arregla ese pelo, vuelve a contar la historia de tu vida por tropemil vez... quita, quita. Una empieza a disfrutarse a sí misma y ahora solo necesitas un espejo para oír eso de "eres la mujer de mi vida". Es curioso, pero no lo descubrí hasta los taitantos. Y más feliz que una perdiz. Algún que otro ataque de pánico al ver que se te pasa el arroz pero nada más lejos. Feliz. Tranquila. Disfrutas de los amigos. Te sigues tronchando con las amigas y te burlas de las que colgaron el wonderbra para hacer de mamis devotas.
Y, con el tiempo, te vuelves más descarada... mira, en una de esas, conocí a un tipo genial. Nos reímos toda la noche como posesos y a la que vi escrito en su frente "¿ataco ya?" le dije: "Uy. No. Ni te atrevas. Llevo dos meses sin enchufar la epilady y te aseguro que no tengo ni la menor intención de usarla"... se quedó pensando y me contestó: "Nunca lo había visto así. De hecho, si tuviera que hacerme la epilady, yo también pasaría..." empatizar. Eso es lo que una quiere: empatizar con la costilla de Adán. Y con este hombre, empaticé tanto que no volvimos a vernos. Ni cruzamos teléfonos, ni mails ni promesas huecas de nos vemos. Un abrazo, una última carcajada y nos despedimos con un pero_que_gusto_haberte_conocido... hala, sin más...
Y así de feliz me las gastaba hasta que conocí a Günter. Tropecé con su pie. No fue ni en el cine, ni en un museo, ni en la fiesta de un amigo. Estaba de parranda por Madrid, a las 3 de la mañana, en el Capote, el único bar abierto a esas horas un miércoles. El último sitio donde una chica decente piensa que conocerá al padre de su pinpollo. Lo cierto es que tropecé -sin querer, te lo juro- dos veces con su pie y me dijo, con esa sonrisa suya de simpaticón, que era su noche de suerte -Ayyyyy zalamero- y, a ver que quieres, pues se me subió la coquetería y mi lado presumido tomó el control de mis actos. Y así, sin darme cuenta, la lié parda. Mi plan inicial era el de siempre: despedirnos con un pero_que_gusto_haberte_conocido aunque a veces los planes se descontrolan un pelín. Al día siguiente, una cita y luego otra...y hasta hoy. Cuando se lo dije a Álvaro, que salía con un austriaquito diez años menor que yo y que todavía era estudiante - minero para más señas- mi hijo, con mucho tacto me preguntó: "Mamá, estás segura que este tío no te quiere por tu dinero?" y con mayor tacto aún le pregunté yo: "Cariño, pero ¿tú sabes que no somos ricos?"
Ingredientes para la base(taza = cup americana):
Ingredientes para el relleno:
Preparación:
- 1 y 1/4 de taza de harina
- 110gr. de mantequilla en pomada
- 2 cdas. de azúcar
- una pizca de sal
- una pizca de polvos de hornear
- 1/2 taza de suero de mantequilla (o yogue mezclado con agua a partes iguales)
- Truco: para que la masa coja mejor color y aroma, pónle una pizca de cacao o de harina de algarroba
Ingredientes para el relleno:
- 1/2 kilo de calabaza
- 3 huevos
- 1 cda. de harina o maicena
- 120gr. de azúcar moreno
- 50gr. de azúcar normal
- 200ml. de nata
- 80ml. de leche
- Un chupito de ron
- ralladura de naranja
- vainilla
- 1/2 cucharadita de canela
- 1/2 cucharadita de all spices (pimienta de jamaica)
Preparación:
- Pela y corta la calabaza en trozos más bien pequeños. Ponla a hervir en una cacerola con muy poquito agua unos 10 minutos. Escúrrela bien y haz un puré con ella. Resérvala.
- Ahora la base: en un bol, pon todos los ingredientes y mézclalos bien desmenuzando con los dedos. Tiene que quedar lisa y manejable. Haz una bola y deja que repose un poco en el refrigerador.
- Mientra reposa, mezcla con ayuda de la batidora todos los ingredientes del relleno.
- Calienta el horno a 180ºC.
- Con ayuda del rodillo, extiende la masa hasta que quede de un grosor más a menos de 3 mm. Enharina la superficie y rodillo para que no se pegue y pueda manejarse bien. En un molde engrasado coloca la masa, forra el molde y recorta la masa sobrante.
- Añade la crema de calabaza y hornea unos 40 minutos.
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