Crema de chirivía con pera y queso azul

He leído que la necesidad de las personas por aprender, por saber más, es un acto casi reflejo y que lo necesitamos casi irremediablemente para no aburrirnos... uhm, aburrimiento vital... curioso... pues mira, creo que algo de adicción al fenómeno debo tener. Cada día necesito empaparme de algo nuevo y me sorprendo a menudo leyendo cosas de lo más raras aunque esta vez no es el caso. Hace unas semanas, me puse manos a la obra para intentar averiguar qué es lo que sabemos de la antigua cocina celta -alguien me puso sobre la pista, no te creas que mi mente es así de retorcida ella sola-. Después de varias horas macerando mis sesos con lecturas de lo más curiosas y otras muchas - así te lo digo- perdidas leyendo sandeces, puedo decirte que hoy sé que no sabemos casi nada de lo que comían los celtas..

Pero claro, con ese hueso ya me he topado más veces y es que durante siglos nadie se ha interesado por lo que comía la gente corriente. Realmente, la historia de la humanidad ha sido contada por hombres que se han centrado en estudiar aquello que les interesaba: cómo se ganaban los cuartos, cómo peleaban y quienes mandaban en cada pueblo... poco más -me juego el pescuezo a que la mayoría de los antiguos cronistas no se hizo nunca ni el huevo-. El interés por lo cotidiano, por sus costumbres hogareñas, rutinas, alimentación, etc. apenas ha tenido valor con el paso de los siglos, hasta que la sociedad despertó la necesidad de saber y conocer más sobre sus orígenes y raíces hace recientemente poco... supongo que el nacimiento de una clase media más culta y ociosa así como los movimientos migratorios habrán tenido algo que ver...
A este desinterés histórico hay que sumar el que tenían los celtas por la palabra escrita ya que, a parte de los cuentos y leyendas que dejaron escritos los bardos, poco más se conserva. Incluso, solo podían escribir los druidas y los bardos -la clase cultivada de la aristocracia- porque la métrica de los versos y poemas se consideraba mágica y llena de un poder que solo los iniciados en los misterios de la naturaleza podían usar. Todas las enseñanzas se hacían de viva voz y a medida que el Imperio Romano avanzaba, muchas de sus costumbres quedaron silenciadas o se usaron en secreto. Además, mucho de lo que hoy sabemos de las culturas antiguas se basa en los escritos griegos y romanos y todo aquello que no despertaba su atención o simplemente les resultaba inaccesible ha quedado con muchas sombras e incógnitas. Para bien o para mal, el mundo celta no despertó la admiración de la mentalidad romana -los griegos sí se impresionaron una pizca más aunque nada para echar cohetes-. Un pueblo aparentemente sin organizar, sin  ambiciones imperialistas, sin burocracia, donde cada familia hacía lo que le daba en gana...aaah! y donde las mujeres ocupaban un papel notorio en la sociedad -eran aceptadas entre los druidas y los bardos ejerciendo una fuerte influencia en cada núcleo o clan- pues a ver! respeto cero. Y claro, las derrotas antes los celtas - que fueron unas cuantas- dolían dos veces así que su aplastamiento se convirtió en una obsesión casi patológica para los cesares romanos...
Y aún así, después de sometidos -aparentemente- al imperio, dieron guerra hasta el aburrimiento. Por más mano dura que Roma aplicó, más hermético y legendario quedó encerrado el mundo de los celtas... puedes imaginar entonces, que los cronistas de la época no estaban para tomar la receta del puchero ni del aderezo del asado... y de sopa, ni hablar claro! mucha leyenda, muchos vacíos y misterios sin respuesta que el romanticismo de mitad del sXIX llenó de fantásticas historias de héroes, caballeros, hadas y duendes... nada de chicha que se pueda probar científicamente. Lo que sí se sabe es que no conocían ni el aceite ni el ajo, que en los banquetes además de los asados no faltaban los quesos y los panes, que les gustaba la leche hasta el aburrimiento y que hasta en la mesa más sencilla no faltaban unas gachas o una sopa de.. jamón! cha-chan! no se puede asegurar al 100% pero hay indicios muy pero que muy probables de que los celtas inventaron las técnicas de curación en sal para quesos, carnes y pescados... ahumados y sin ahumar. Hala, ya sabes a quién agradecer esas patas de jamón tan ricas que hay en España.. y este rico speck ahumado que tanto se usa por estas tierras ex-salvajes de los celtas del este que tanto sabor dan a mis sopejas...

Pero de recetas, nada. Que no hay. Las que hay son modernas y la mayoría ya incluyen ingredientes de los aportados por el Nuevo Mundo. Por cierto, los nuevos productos llegados vía Indias Occidentales eclipsaron a algunos productos autóctonos -como la chirivía- que pasaron a un segundo plano dejando hueco en las huertas a las patatas, mucho más rápidas de recolectar y abundantes. Incluso, en los principados alemanes durante los siglos de las hambrunas, se obligaba a los campesinos -a punta de trabuco- a plantar patatas y pobre del agricultor que hiciera oídos sordos. Efectivamente, en Europa la patata vino para quitar el hambre de la gente humilde y con el paso del tiempo, la pastinaca o chirivía desapareció casi por completo en algunas regiones europeas.
Yo la rescato en esta sopa que bien podría ser una versión modernizada de las antiguas sopas celtas. Ves, esto es lo que pasa ante la ausencia de información fidedigna. Uno deja vagar la imaginación y se inventa lo que haga falta... esta sopa lleva chirivía, pera, un buen hueso de jamón -austriaco, sí sí, como lo oyes- y queso azul, muy celta él por si no lo sabes, que los romanos flipaban en colores con los quesos bárbaros. Y para que la magia sea completa, la he hecho acompañar con unos bollitos de queso parmesano a un paso de ser scones -la única diferencia es que hidraté más la masa-. Que lo disfrutes con mucho gusto...



Ingredientes para la sopa:
  • 3 chirivías hermosas
  • 1ó 2 peras maduras (a gustos)
  • 1/2 puerro mediano
  • 1 ó 2 chalotas
  • 1 litro y 1/2 de caldo de verduras
  • 150gr. de queso azul
  • 2 cucharadas de crème fraîse o yogur
  • sal y pimienta a gusto

Preparación:
Sin misterios. Pon en una olla las chirivías, las chalotas, las peras y el puerro troceado. Añade el caldo y deja que cueza a fuego lento hasta que la chirivía esté tierna. Añade el queso azul y las cucharadas de crème fraîse o yogur. Saca el hueso y pasa la sopa por un pasapuré o trituradora. Salpimienta a gusto.



Ingredientes para los panecillos:
  • 250gr. de harina
  • 3 cucharaditas de polvos de hornear (tipo Royal)
  • 1/2 cucharadita de mostaza en polvo
  • 30gr. de mantequilla fría
  • 30gr. de parmesano rallado
  • 90gr. de cheddar rallado
  • algo de sal (apenas una pizca)
  • entre 200-250ml. de leche o buttermilch

Preparación:
Enciende el horno a 220ºC. En un bol mezcla el harina con los polvos de hornear, una pizca de sal y la mostaza en polvo. Mezcla bien y añade la mantequilla desmenuzada. Añade los quesos y ve añadiendo la leche poco a poco. La cantidad de leche va a variar no solo por el tipo de harina sino por lo secos que estén los quesos. Cuenta con que la masa tiene que quedar blandita manejable pero que no se pegue. Se tiene que dejar manejar sin problemas. Si queda muy dura después de amasar unos 5 minutos, la hidratas un poco más. Si, al contrario, se pega por todo lados, pues un poco más de harina. Recuerda la textura que deben de tener: masa blanda y manejable. Enharina un poco la mesa o encimera y extiende la masa con ayuda de un rodillo. Debe de tener un grosor de entre 2 a 3 cm. (a tu gusto. Más goditos más miga. Menos, más crujientes). Con ayuda de un corta galletas redondo de unos 5 cm de diámetro, vas cortando los bollitos y los pones en la placa del horno (con un papel siempre encima de la placa para que los panecitos no se peguen). Saldrán entre 10 a 12 unidades. Los horneas hasta que estén dorados (entre 10 a 15 minutos). Aún tibios están deliciosos.

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